Respecto a la huelga, decía Lenin que “el capitalismo lleva necesariamente a la lucha de los obreros contra los patronos, y cuando la producción se realiza a gran escala, esa lucha se convierte necesariamente en lucha huelguística”.

A lo largo de la historia del movimiento obrero, los obreros y obreras se van uniendo en la lucha contra las condiciones que les imponen los patronos para lograr mejores condiciones de vida. En esta lucha, la huelga ha jugado un papel fundamental, pues es el momento en el que el proletariado toma el control efectivo sobre la producción, con el subsiguiente perjuicio -y terror- para el patrono.

Cómo es lógico, la huelga, como instrumento de la clase obrera, ha estado siempre en el punto de mira de la burguesía, la cual ha tratado por todos los medios a su alcance, que no son pocos, de impedirla y, en todo caso, desviarla y hacerle perder su carácter reivindicativo y de clase.

La burguesía ha combatido con feroz saña este tipo de lucha obrera. Matanzas generalizadas de obreros y obreras, persecución, encarcelamientos, destierros, represalias y todo tipo de violencia que la burguesía ha ejercido y ejerce hasta el día de hoy contra el proletariado que se atreve a plantar cara a su explotación. Además, se ha ido dotando de todo un arsenal de medidas legales para restringir, hasta casi anularlo, el derecho de huelga.

A esto hay que añadir el modelo sindical que, partiendo de las organizaciones sindicales mayoritarias, ha ido impregnado a casi la práctica totalidad del movimiento obrero y que ha corrompido el concepto de la huelga hasta convertirla en una triste caricatura, limitándose a convocar huelgas como un mero acto sin más trascendencia -en la mayoría de los casos, no suelen durar más un día o algunas horas- sin tener en cuenta que la huelga ha de ser preparada y planificada con antelación y, sobre todo, sometida a la consulta de los trabajadores y trabajadoras afectados.

La huelga obrera, para entenderla como tal, debe de ser necesariamente asamblearia. Solo la asamblea de trabajadores y trabajadoras del centro de trabajo, el sector o la rama productiva, está legitimada para tomar la decisión de su inicio, continuación y finalización. Por el contrario, nos encontramos con organizaciones sindicales que no cuentan en absoluto con la clase trabajadora a la hora de convocar una huelga o que, ante un conflicto determinado, la convocan para horas después desconvocarla sin más, obedeciendo más a los intereses de sus siglas que al interés general y superior de la clase obrera. Esta pérdida de significado de la huelga, se traduce en un comportamiento de apatía, cuando no de rechazo, entre el colectivo de trabajadores y trabajadoras que solo pueden ver que van a perder el jornal para no conseguir nada concreto. Lógicamente este desánimo le va muy bien a la patronal.

Ha sido a partir de la huelga que se llevó a cabo en las factorías de Navantia en Cádiz en agosto del pasado año, cuando se ha comenzado a preparar movilizaciones continuadas principalmente en el sector del metal con el objetivo de frenar el desmantelamiento de toda la industria existente y exigir los derechos laborales que continuamente son atacados por la patronal. Aquella huelga surgió de forma espontánea en una asamblea de trabajadores/as como respuesta a la represión sufrida por varios compañeros sindicalistas, se mantuvo mediante asambleas y finalizó por decisión de dicha asamblea. Fueron los obreros y obreras los que decidieron en todo momento lo que había que hacer, a pesar de la lluvia de amenazas y coacciones de todo tipo que recibieron por parte de la patronal y de los sindicatos mayoritarios. A partir de ese momento, ha surgido una movilización continuada que ha tenido uno de sus puntos álgidos en la movilización del 10 de abril, convocada por la Confluencia Sindical de la Bahía de Cádiz, que ha llegado a contar con una participación de más de seis mil personas y donde la clase obrera ha tenido el protagonismo. Pero esto solo es el punto de partida…

F.J. Ferrer

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