Cuando Marx se enfrentó, en su principal obra de economía política, al análisis esencial de la sociedad capitalista, comenzó por lo que él consideraba su núcleo fundamental: la mercancía. Lo hizo, porque la mercancía se coloca como el elemento fundamental en que se organiza el trabajo social en el capitalismo. ¿Qué quiere decir esto?, pues que en la sociedad capitalista se parte de una relación social básica, que a lo largo de los años se ha convertido en la relación social general: la basada en el trabajo individual que crea un producto, un valor de uso, que tiene que ser intercambiado en el mercado, por otro producto que se convierte en un equivalente del mismo. Este producto se convirtió en el dinero como expresión del equivalente universal de las mercancías. Para que exista un intercambio generalizado de mercancías producto del trabajo individual tiene que haber un reconocimiento social de que el producto de ese trabajo es la consecuencia de un individuo libre y que voluntariamente realiza dicho trabajo; es decir, libre de cualquier dependencia personal con otra persona. Por tanto, el desarrollo del trabajo personal, libre y voluntario de la sociedad de productores de mercancías, tuvo una conciencia libre que se reflejó en el reconocimiento formal de la igualdad de las personas; el concepto de ciudadanía y la consecuente conciencia burguesa de ser una persona libre y con voluntad propia y natural.

Esto es extensible a la clase obrera, puesto que el obrero o la obrera se enfrenta al mercado y a la organización del trabajo social vendiendo una mercancía que posee como ser humano libre: la fuerza de trabajo. La contradicción en el modo de la organización de la vida material en el capitalismo es que los productores de mercancías tienen la conciencia de que son libres en su condición de vendedores del producto de sus trabajos, pero no lo son en la medida que no tienen ningún dominio sobre el carácter social de dicho trabajo ( su utilidad social, la cantidad del mismo, su demanda solvente,etc.) en la medida que es el mercado (el intercambio) el vehículo que asume la regulación social de las mercancías. Por tanto, la relación social y la forma de organizar la vida social está condicionada, sujeta al intercambio en el que se sustituye la relación directa entre personas, por una relación indirecta con las mercancías. Por lo tanto, el ser humano en la sociedad basada en el trabajo mercantil es libre, y asume esa apariencia de libertad como propietario de mercancías (en el caso del obrero de su fuerza de trabajo) pero esa apariencia se agota al enfrentarnos a la relación social indirecta mediada por el mercado.

La sociedad de productores libres sería aquella en que las personas no sólo dispusieran de su voluntad libre para realizar su trabajo y consecuentemente dispusieran de la propiedad de sus medios de vida y trabajo sino que, además, tuvieran el control social directo sobre el producto del mismo; es decir, que la sociedad en su conjunto, a través de cada uno de sus individuos dispusiera de la capacidad y la organización para decidir qué producir, cuánto, cuándo, dónde y por qué. Por tanto, una sociedad en la que todo el proceso de producción, distribución y consumo fuera directamente social y el producto del mismo dispusiera del valor de uso como único criterio social, desterrando definitivamente el valor como tal de las relaciones sociales generales.

La conciencia enajenada no es una conciencia externa a la clase obrera y al resto de clases de la sociedad capitalista, es una conciencia que nace de la propia materialidad del proceso productivo y organizativo de dicha sociedad. La primera condición para la superación de dicha conciencia, por tanto, es la asimilación de que la conciencia libre es la forma que adopta la conciencia enajenada. Sólo sobre esta constatación se puede construir una conciencia, que consciente de su propia alienación, organice la acción política de la clase obrera para su superación en una conciencia revolucionaria, desalienada.

Alexis Dorta

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