En marzo de 1939 el doctor Juan Negrín, jefe del Gobierno republicano, regresó de París acompañado de los generales Enrique Líster y Juan “Modesto”. Llegaban al Madrid heroico con energías suficientes como para continuar la guerra y redoblar la resistencia republicana, pues todavía quedaba mucho territorio y sobre todo gran parte del Ejército republicano distribuido por diferentes frentes dispuesto a defenderlo. Pero eso era sin contar con la felonía del coronel Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, quien en colaboración con las redes de espionaje franquistas, la Quinta Columna de Madrid, el general Miaja y los apoyos de socialistas y anarquistas como Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo (líder de la UGT y padre de Santiago Carrillo) y Cipriano de Mera de la CNT, encabezó un golpe de Estado contra el Gobierno de la República el 5 de marzo de aquel año. El primer acto del Gobierno casadista fue fusilar a los mejores jefes de la defensa de Madrid, entre los que se hallaban los coroneles Barceló, Ascanio y el joven jefe de brigada Juan Morillo. ¿Cómo, probados republicanos, habían podido perpetrar tamaña traición?

“La revolución, nuestra diana”

Nada de esta ignominia podía presagiarse el 1 de junio de 1931, día en el que Rafael Alberti estrenó en el Teatro Español de Madrid su “Fermín Galán”. Una obra de teatro interpretada por la grande y valiente Margarita Xirgu, que recrea los últimos meses de la vida del militar español Fermín Galán quien, junto a Ángel García Hernández, se alzó en Jaca el 12 de diciembre de 1930 contra la Monarquía y por el advenimiento de la República. Al contrario, la victoria de la Segunda República auguraba tiempos de cambios sociales, políticos y económicos beneficiosos para el pueblo en general y para la clase obrera y el campesinado en particular. También para el poeta de El Puerto de Santa María que tras conocer en 1929 a María Teresa León, una joven logroñesa culta y comprometida con la revolución, se casó con ella en 1932. Siendo en ese momento cuando la Junta para la Ampliación de Estudios pensionó al matrimonio Alberti para que realizara un viaje por numerosos países de Europa (Alemania, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y la Unión Soviética) con el fin de conocer las nuevas tendencias estilísticas del movimiento literario y teatral europeo. “Son los años en que la revolución era nuestra diana, nuestra razón de vida…, y los poetas se llamaban Maiakovski, Aragon, Éluard, Neruda, Vallejo, y también Blas de Otero y Gabriel Celaya”, apostilla entusiasmado el poeta gaditano en su Arboleda perdida. Fue precisamente en el viaje de vuelta de  la URSS en 1934, y después de haber asistido al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, que la noticia de la Revolución de Asturias les sorprendió brutalmente, recalando en París donde el Comintern (la Internacional Comunista), a través de Palmiro Togliatti, uno de sus dirigentes, les encargó una misión de divulgación y de recaudación de fondos por América y el Caribe a favor de los presos de la revolución de 1934. Una revolución obrera ferozmente reprimida (más de 3.000 muertos y 30.000 detenidos) por el gobierno republicano de Alejandro Lerroux, fuertemente influenciado por los fascistas de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), y en la que destacaron por su criminalidad los militares Goded, Yagüe y Francisco Franco.

Lucha antifascista

En ese tiempo revuelto Rafael Alberti y María Teresa León fundaron la revista revolucionaria Octubre con objeto de conseguir una publicación  militante desde la que se estimulara una literatura proletaria. Tarea a la que se dedicaron con pasión ambos escritores, así como una serie de poetas pasados al campo revolucionario: Luis Cernuda, Emilio Prados, Ramón J. Sender, Arturo Serrano Plaja y Antonio Machado, entre otros. Poetas que a lo largo del periodo republicano español cantaron la lucha contra la injusticia social y denunciaron al imperialismo. “Había que acabar con la deformación grotesca de la civilización europea que era España en aquellos momentos”, afirmó más tarde Valle-Inclán. El golpe de Estado fascista del 18 de julio de 1936 y el comienzo de la Guerra Civil Española cogió a Alberti y a María Teresa en Ibiza, obligándoles a volver inmediatamente a Madrid donde Alberti integró la Alianza de Intelectuales Antifascistas junto, entre otros, José Bergamín, Ramón Gómez de la Serna, Miguel Hernández, Rosa Chacel, Luis Buñuel, María Zambrano y Manuel Altolaguirre, al tiempo que su esposa ejerció el cargo de secretaria de dicha Alianza. Emprendiendo así una lucha antifascista y por la defensa de Madrid marcadas por una actividad cultural y militante intensas: haciendo manifiestos y charlas, recitando versos en los frentes y publicando boletines y revistas entre las que destacó El Mono Azul, una publicación destinada a ser leída en voz alta en las trincheras republicanas, y en la que Rafael Alberti, en su sección “A paseo” se lamentó más de una vez del escaso compromiso de lucha contra el fascismo de intelectuales como Miguel de Unamuno y Ernesto Giménez Caballero. Por otra parte, Rafael Alberti para evitar la destrucción del patrimonio pictórico español bajo las bombas fascistas colaboró en la evacuación de los fondos del Museo del Prado e hizo un vibrante llamamiento internacional a favor del Madrid asediado. En esos años de lucha Alberti escribió algunos libros que dejan constancia de su compromiso revolucionario y republicano: Con los zapatos puestos tengo que morir (1930), Consignas (1933), Un fantasma recorre Europa (1933), 13 bandas y 48 estrellas (1936) y El poeta en la calle (1938).

Caballo cuatralbo

Tras la conjura del coronel Casado y la derrota republicana, el exilio llevó a Rafael Alberti y María Teresa León en un primer momento a París, donde vivieron con Pablo Neruda y su mujer Delia del Carril hasta finales de 1940.Tiempo suficiente para trabajar como locutores en Radio París-Mondial y poder escribir, Rafael Alberti, un libro de poemas sobre la añoranza de España: Entre el clavel y la espada. Después, y con los nazis a las puertas de Paris, los Alberti embarcaron en Marsella rumbo a Buenos Aires, donde permanecieron veinticuatro años. Allí Gonzalo Losada, “un editor lleno de genio e iniciativa” publicó el grueso de la obra de Rafael Alberti y buena parte de la de María Teresa León, mientras que venía al mundo su hija, “la rubia Aitana de América”. En 1963, y tras viajar a China, donde Alberti escribió Sonríe China, Rafael y María Teresa se instalaron en Roma, ciudad en la que residieron hasta después de la muerte del dictador. Un retorno, el 27 de abril de 1977, treinta y nueve años después del destierro, lleno de dolorosos recuerdos: los asesinatos de García Lorca y de Miguel Hernández, la muerte angustiosa de Antonio Machado fuera de su tierra, las centenas de miles de republicanos/as asesinados/as y de desaparecidos/as enterrados/as en las cunetas de las carreteras españolas, los campos de concentración en Francia y África llenos de soldados republicanos, mujeres y niños etc., etc. Terribles tragedias que, mientras peldaño a peldaño bajaba del avión que le traía al país del que nunca debió de partir, se agolpaban en su mente, al tiempo que con su mano abierta oía el galope trepidante de su caballo cuatralbo.

José L. Quirante   

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