Es un hecho recurrente, sucede cada dos o tres años. Un policía blanco asesina a un negro desarmado. La comunidad estalla.
A finales de mayo, George Floyd fue asesinado por un policía aplicándole una brutal técnica de inmovilización que le provocó la asfixia. El asesinato fue grabado, y los gritos de George diciendo ¡No puedo respirar!, retumban en la conciencia colectiva. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y millones de personas salieron a las calles de los EEUU y en numerosas ciudades del mundo bajo el lema Black Lives Matter (La vida de los negros importa).
Vimos cómo el movimiento afroamericano heredero de las Panteras Negras no había muerto, y que sus militantes volvían a las calles armados a defender a la comunidad. Vimos también cómo la comunidad latinoamericana se unía a las protestas, y muchos blancos. También pudimos ver cómo en EEUU existe un diverso movimiento anticapitalista, desde nuestros camaradas del Partido de los Comunistas USA, a maoístas, anarquistas, y un largo etcétera de grupos fragmentados, pero con el común denominador del “anticapitalismo”.
También hemos visto el fascismo de las milicias blancas armadas hasta los dientes, y hasta el asesinato de varias personas por parte de estas milicias de corte fascista. Desde la óptica europea, ver miles de civiles armados hasta los dientes en las calles es algo incomprensible y chocante.
Las imágenes son difíciles de descifrar para un profano en yankeelogía como yo. Pero lo que quedaba claro era que todo se reducía a pobres contra pobres, porque uno veía a los fascistas de las milicias y no veía a niños de papá de Beverly Hills. Las caras y las ropas de muchos de ellos eran las caras y las ropas del lumpen, algunos seguramente de la clase obrera reclutada por el fascismo.
Un hecho sorprendente desde el punto de vista de este lado del Atlántico, y también un hecho que nos debe hacer reflexionar sobre el peligro de la segregación en nuestra España tan tolerante y diversa, pero que ve a tres niñas de la clase obrera escupiendo e insultando a un latinoamericano en el metro de Madrid y pasa bien poco, o a miles de obreros del campo de origen africano en condiciones de esclavitud y mira hacia otro lado.
Estados Unidos en sus pocos siglos de existencia ha sido incapaz de acabar con la segregación racial, aunque más bien no ha querido. A pesar de la propaganda y apología de la diversidad de su aparato cultural, fundamentalmente Hollywood, el capitalismo estadounidense se basa en el mito fundacional del WASP, el Blanco Anglosajón Protestante. La celebración del Día de Acción de Gracias reivindica ese acto fundacional genocida, en el que colonos de sectas ultrareligiosas de Inglaterra, Dinamarca, Alemania y Escandinavia llegan a tierras americanas y por derecho divino y superioridad racial, toman posesión de las tierras y pasan a cuchillo a hombres, mujeres y niños de los pueblos nativos americanos.
Es el blanco anglosajón protestante el corazón de los Estados Unidos, luego llegaron católicos europeos, algunos romanos, provenientes de Italia, Irlanda o Polonia, otros ortodoxos, provenientes de Rusia o los Balcanes. Estos inmediatamente pasaron a ser ciudadanos de segunda, nunca han llegado a ser auténticos norteamericanos.
Los Estados Unidos debían expandirse, y fueron más al sur y más al Oeste, entraron en guerra con México, y lo que no pudieron conquistar lo compraron, se quedaron con fértiles tierras, y grandes desiertos, y tuvieron que acarrear con miles de mexicanos de piel oscura que resulta que vivían ahí, con el tiempo millones de latinoamericanos cruzaron el río grande huyendo de guerras, dictaduras y miseria, y se les llenó el país de latinoamericanos. Estos nunca han sido considerados norteamericanos de pro, y aunque han muerto en sus guerras y han construido el país, siguen siendo ciudadanos de tercera.
Resulta que para la acumulación primigenia de capital, como buenos europeos, necesitaron mano de obra esclava, y embarcaron a millones de africanos encadenados para trabajar en las plantaciones del sur. En cierto momento, el capitalismo necesitó modernizarse, y abolieron la esclavitud, pero los nietos, bisnietos y tataranietos de esos primeros esclavos, fueron y siguen siendo ciudadanos de cuarta.
En Estados Unidos hay muchas más comunidades, japoneses, que en los años cuarenta fueron encerrados en campos de concentración, chinos, constructores del ferrocarril siempre en guetos o árabes, hindús, etc.
Estados Unidos es un país segregado, y no es una cuestión casual o un azar histórico. Tiene un propósito claro y funcional. Segregar a la clase obrera por comunidades estimula la competencia y los enfrentamientos de carácter étnico mientras deja tranquila a la oligarquía, en su mayoría blanca, anglosajona y protestante, aunque, algún que otro católico blanco ha conseguido sostenerse en ese club de unos pocos cientos de familias dueñas del país más poderoso del mundo.
No es un secreto las simpatías de la oligarquía yankee con el Partido nazi, ni que una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial la CIA y el ejército se llenó de oficiales y científicos nazis. En estos días ha saltado la noticia de prácticas eugenésicas en los campos de concentración de inmigrantes latinoamericanos, en los que se esteriliza forzosamente a mujeres. El que tuvo retuvo, dicen. Y es que, si el capitalismo en crisis tiende a la reacción, el capitalismo estadounidense, ya desde los primeros colonos, se fundó con las corrientes religiosas más reaccionarias y supremacistas del S/XVII.
Esa esencia es la que sustenta toda la coartada ideológica del imperialismo norteamericano en su política exterior y la que alimenta a la bestia fascista de las milicias y la segregación racial en su interior.
Ferran N.