“Que poca esperança tinc, i potser caldrà deixar-la, que no sigui que esperar ens allunyi més dels actes.” Así expresaba Lluís Llach en su canción “El jorn dels miserables” (1974) la necesidad de actuar frente a la dictadura anterior sin dejar que la nostalgia y la esperanza atenazasen nuestra capacidad de lucha. No en vano, la esperanza es una de las tres virtudes teologales del catecismo de la iglesia católica, siempre al servicio del control social en favor de las clases dominantes de turno. “La esperanza es lo último que se pierde”, es el consuelo de los pobres.

Tras más de tres meses de confinamiento (salvo para rendirle plusvalía al patrón) el Ministro de Sanidad, a pesar de las prevenciones de la propia OMS, llamaba a la esperanza con el anuncio de una vacuna contra la COVID-19 que llegaría a finales del presente año en el desesperado intento de inyectar optimismo y así “salvar” la temporada estival. El resultado, desde el fin del estado de alarma España ha pasado de una incidencia diaria de 0,64 a los 24,2 casos/100.000 habitantes el 19 de septiembre, cerca del doble que Brasil o EE.UU.

Sin embargo, la esperanza para los ricos se alimenta con los 1.200 millones de € anticipados por la UE a AstraZeneca por 300 millones de dosis (30 millones serían para España) de una vacuna que entonces ni siquiera había llegado a la fase 3 del ensayo clínico. Pero eso no basta para alimentar al monstruo. Los bancos centrales de la UE, EE.UU., UK o Japón están inundando los mercados con dinero público contribuyendo a generar una nueva burbuja, ahora centrada en la industria farmacéutica, que eleva el valor bursátil de las empresas muy por encima del beneficio esperado de la comercialización de las vacunas. Novavax Inc., por ejemplo, se ha revalorizado un 3800% desde comienzos de 2020 a cuenta de la inflada expectativa vacunal. Eso sí, como reflejo de la pugna interimperialista, cada avance de China y Rusia se traduce en importantes caídas bursátiles en los monopolios de occidente.

Mientras las/os trabajadoras/es, incluso en plena pandemia, arriesgan su puesto de trabajo cada vez que toman una baja laboral, los monopolios ni siquiera arriesgan cuando invierten pues las investigaciones son financiadas mayoritariamente con fondos públicos y los Estados pagan por anticipado y sin exigir garantías. Insaciables como son, AstraZeneca y otros monopolios han logrado que la UE les asegure el pago de indemnizaciones si resultan condenados por los efectos adversos de “sus” vacunas y presionan para que se les exima de cualquier tipo de responsabilidad civil o penal, por ejemplo, con el “compromiso histórico de continuar haciendo de la seguridad y el bienestar de las personas vacunadas la máxima prioridad en el desarrollo de las primeras vacunas COVID-19”, firmado el pasado 8 de septiembre por los Directores Ejecutivos de 9 monopolios farmacéuticos (AstraZeneca, BioNTech, GlaxoSmithKline plc, Johnson & Johnson, Merck, Moderna Inc., Novavax Inc., Pfizer Inc., y Sanofi). “Excusatio non petita, accusatio manifesta”. Y tal parece que van a necesitar hacer uso de esa “seguridad jurídica” de la que carecemos las/os trabajadoras/es a la luz de los dos casos de graves alteraciones neurológicas comunicados tras la administración del candidato vacunal de AstraZeneca.

La especulación financiera en detrimento del inalienable derecho a la salud de los pueblos no se restringe a las esperanzas puestas en una futurible vacuna, sino que ya antes se produjo con el propio tratamiento antirretroviral. Gilead, la misma multinacional farmacéutica que le arrancó a nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) cerca de 44.000 € por un tratamiento para la Hepatitis C con el fármaco sofosbuvir cuyo coste de producción oscilaba entre 61 y 121 €, lo intenta de nuevo con el Remdesivir en plena pandemia. Según un estudio realizado con metodología estandarizada e internacionalmente aceptada (Journal of Virus Eradication 2020, 6: 61-69), el precio de coste de una dosis de Remdesivir se estima en 0,93$. A finales de junio pasado Gilead fijó el precio en 390$/dosis. Teniendo en cuenta que el tratamiento completo, por otro lado de eficacia muy limitada, suele incluir 6 dosis, los Sistemas Nacionales de Salud habrían de pagar 2.340$ por un tratamiento cuyo coste no llega a 6$. Y todo ello a pesar de que el desarrollo de este antiviral ha contado con, al menos, 70 millones de $ de inversión pública a partir de Institutos de Investigación de EE.UU. más la participación de los sistemas sanitarios públicos de muchos países en los ensayos clínicos realizados en estos últimos meses.

Por favor, eviten rasgarse las vestiduras, echarse las manos a la cabeza y darse golpes de pecho tanto hipócrita indignado/a incapaz siquiera de imaginar un mundo sin capitalismo. Antes de volver a ocupar las plazas armados con sus tiendas de campaña deberían recordar aquellas palabras de Rodrigo Rato ante la Comisión de Investigación de la crisis bancaria en el Congreso de los Diputados: “¿Esto es un saqueo? No, es el mercado, amigo”. Pierdan toda esperanza, el capitalismo no puede funcionar de otra manera. Efectivamente, a finales de junio el valor bursátil de Gilead se había incrementado en 15.700 millones de € desde el comienzo de la pandemia.

Pero existe una acepción de la esperanza que resulta emancipadora para la clase obrera y los pueblos de todo el mundo. El pasado 19 de mayo Miguel Díaz-Canel, Presidente de la República de Cuba, afirmó: “Aunque haya vacunas de otros países, nosotros necesitamos la nuestra para tener soberanía”. El candidato vacunal, desarrollado por el Instituto Finlay de Vacunas bajo el nombre SOBERANA 01 en homenaje a la heroica resistencia del pueblo cubano, es uno de los 38 que, según la actualización de la OMS del 22 de septiembre, se encuentra en fase de ensayo clínico en humanos. Y será 100% pública, universal y gratuita, como las 11 anteriores vacunas sintetizadas por Cuba.

China, que a 25 de septiembre suma ya 40 días sin contagios locales, pero sobre todo Cuba, con la menor tasa de incidencia y letalidad por COVID-19 entre los países del continente americano de más de 1 millón de habitantes (Cuba tiene una tasa de mortalidad por COVID-19 cada 100.000 habitantes de 1,04, frente a los 66,50 de España y los 62,09 de EE.UU., es decir, unas 60 veces más baja que sus antiguas metrópolis), demuestran que la vacuna contra la pandemia ya existe, se llama soberanía, economía planificada y Socialismo. Y no lo pudo dejar más claro Miguel Díaz-Canel en su discurso de 22 de septiembre de 2020 durante el 75 Período ordinario de sesiones de la Asamblea General de la ONU: “Con la experiencia de décadas de enfrentamiento a epidemias terribles, algunas de ellas deliberadamente introducidas como parte de la guerra permanente contra nuestro proyecto político, se pusieron en práctica de manera inmediata un grupo de medidas sustentadas en nuestras capacidades y fortalezas fundamentales: un Estado socialista organizado, responsable de velar por la salud de sus ciudadanos, con capital humano altamente calificado y una sociedad con elevado grado de participación popular en la adopción de decisiones y en la solución de sus problemas.”.

Aquel “jorn dels miserables”, de los/as parias de la Tierra, amaneció en Cuba el 1 de enero de 1959 y continúa haciéndolo cada día desde hace cerca de 62 años.

José Barril

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