La crisis sanitaria y el estado de alarma han puesto a prueba la permanencia de miles de mujeres en el trabajo asalariado. Caracterizado el mercado laboral por la precariedad, mala remuneración y alta tasa de temporalidad, el trabajo femenino se encuentra en unas condiciones a años luz del masculino. Nosotras somos mayoría en el trabajo eventual, la contratación a tiempo parcial y en sectores altamente feminizados, como el comercio o la limpieza y tenemos sueldos inferiores a otras profesiones en las que predominan los hombres, como la construcción o la industria.
Tras el confinamiento, la nueva normalidad, que es la explotación de siempre y a la vieja discriminación. El último informe del Instituto de la Mujer señala que “el desempleo está feminizado y supera ya los 2,1 millones de mujeres desempleadas. Ahora han visto interrumpida su actividad trabajadoras de comercios, escuelas, comedores infantiles, hoteles, restaurantes, sector turístico en general, del sector cultural, del ocio, empleo del hogar, etc..." esa situación se repite a escala global, donde según la declaración de ONU Mujeres y Women 20 (W20) del pasado julio “unas 527 millones de mujeres trabajan en los cuatro sectores más afectados por la pandemia: los servicios de alojamiento y alimentación; las actividades inmobiliarias, empresariales y administrativas; la manufactura; y el comercio mayorista y minorista, que no son adecuados para el trabajo a distancia. Esto representa el 41% del empleo femenino total frente al 35% del empleo masculino total. De las 740 millones de mujeres que trabajan en la economía informal, un 42% pertenece a estos sectores, frente al 32% de hombres“. Ya soportábamos en la normalidad capitalista anterior las desventajas laborales por razón de género, hoy agravadas por la pérdida de empleo, reducción de horas de trabajo o aumento desproporcionado de tareas no remuneradas. Los datos corroboran que la crisis capitalista acelerada por la pandemia perjudica más a las mujeres que a los hombres. A diferencia de la crisis de 2008, el desempleo es particularmente grave en los campos donde las mujeres están representadas desproporcionadamente, especialmente en aquellos sectores como el comercio minorista, el turismo y la hostelería.
El mayor impacto de la crisis también se siente en el hogar, donde nosotras asumimos la mayor parte de las tareas domésticas y las responsabilidades de cuidado. Fruto de la Covid-19 hemos asumido las responsabilidades adicionales del cuidado a raíz del cierre de colegios y centros de día. Esos cuidados fueron causa de exclusión o discriminación en el trabajo asalariado y en la nueva normalidad podrían representar una dificultad añadida para el regreso al trabajo asalariado. El teletrabajo, opción propuesta para algunos sectores para mantener la actividad, además de otros inconvenientes, para las trabajadoras ha supuesto una sobrecarga adicional.
Las mujeres hemos estado en primera línea en lo que se refiere tanto a riesgo de contagio como a enfrentar las consecuencias de la pandemia y al trabajo para superarla. Ello es debido a que en todo el mundo las mujeres representan el 70% del personal sanitario y son la inmensa mayoría de quienes se dedican a los cuidados de mayores, menores y dependientes, sea de forma remunerada o no. España no es una excepción a esa tendencia mundial. Según los datos del citado informe del Instituto de la Mujer, en nuestro país el 66% del personal sanitario son mujeres: el 51% en medicina, el 84% en enfermería y el 82% en psicología; también en farmacia, otro sector directamente afectado, las mujeres suponen el 72%. Al personal sanitario hay que añadir otras tareas como los servicios de lavandería y cocina en hospitales y residencias y los servicios de limpieza en general, así como el empleo en supermercados y comercios de alimentación, con una abrumadora mayoría femenina.
Cuando está cercano el nuevo curso escolar, con serias dudas sobre su desarrollo, es importante destacar que muchas mujeres han dejado de trabajar estos meses debido al cierre de las escuelas y centros de día. Que muchas mujeres tendrán que elegir entre trabajo o cuidados en la nueva normalidad. Para muchas ni siquiera se planteará esa opción y, la inmensa mayoría no podrán renunciar a ninguna. Frente a esta vieja discriminación por razón de género hay que exigir una adecuada red de centros educativos públicos con garantías sanitarias y centros de cuidados de personas dependientes. Urge exigirlo ahora para no acabar pagando, nuevamente, la crisis. Frente a gastos suntuarios en monarquía, religión o armamento, las mujeres del pueblo trabajador exigimos inversión en educación pública desde los 0 años y en planes de emergencia social.
María Luna.