Están en todas partes: programas de televisión, revistas, pasarelas, cines, redes sociales, anuncios. Son casi siempre altas, delgadas, blancas, de pelo lacio y labios carnosos. Tienen cinturas estrechas, caderas amplias y senos llamativos. Su piel brilla y no hay, en ningún sitio, manchas, arrugas o grietas. Son bellas, perfectas, sensuales… O al menos, eso nos cuentan.
Así son las mujeres hermosas, dicen. Así les gustan a los hombres, triunfan en la vida y consiguen mejores empleos. Se vuelven madres y llegan a los cincuenta sin que su aspecto varíe, sin ganar peso o arrugas, sin perder curvas. No es fácil, repiten, ellas se esfuerzan para ser siempre “ideales”. Y parecen burlarse: “si ellas pueden, ¿por qué tú no?”.
El problema con estas mujeres es que están en todas partes, menos en la realidad concreta. Fuera de los medios de comunicación, de la publicidad y de los escenarios, solo un porcentaje pequeño de la población tiene las condiciones genéticas para cumplir con tales parámetros.
En la vida real hay mujeres flacas y gordas, blancas y negras, de pelo rizo y lacio, con cuerpos “de escándalo” y sin ellos, y así, muchas, muchas más. Todas son, a su modo, hermosas. Aunque la cultura patriarcal heredada insista en contar otra cosa. Porque la sociedad moderna occidental impone una y otra vez patrones de belleza estereotipados, pero sus medios casi nunca cuentan que detrás de las mujeres perfectas suelen haber dietas extremas, trastornos de la conducta alimentaria, cirugías innecesarias o retoques de Photoshop para eliminar defectos.
La belleza que nos venden
La idea de un cuerpo perfecto no llegó con los tiempos modernos ni es la misma en todas las regiones. Cada cultura, a lo largo de los años, ha definido en función de sus circunstancias su propio ideal de belleza. De hecho, algunos estudios relacionan estos patrones con la calidad de vida en cada sitio. En occidente, por ejemplo, se consideran hermosas la elegancia y la delgadez. Mientras, en algunas zonas del continente africano, se privilegian la redondez y otros indicadores de plenitud.
Sin embargo, la industria de belleza occidental, globalización y consumo mediante, consiguió que el modelo femenino ideal más aceptado en el siglo XXI sea el que llega a la “casi perfección”: delgado y saludable, con curvas, pechos y cadera voluminosos, pero no excesivos y con vientre plano.
Estas construcciones estereotipadas intentan marcar cómo deben lucir y comportarse las mujeres. También, en menor medida, los hombres. Y consiguen que muchos emprendan una lucha contra sí mismos para intentar “encajar”.
Según la antropóloga española Mari Luz Esteban, en las mujeres es más frecuente el hábito de regular la alimentación. Mientras, los hombres se centran en el deporte para tratar de conseguir el físico ideal. Ellas apuestan por el control del peso y ellos intentan mantener un físico musculoso, en coherencia con los patrones definidos para cada caso.
Sin embargo, en sociedades históricamente dominadas por hombres, la presión social para alcanzar la belleza impuesta es mucho mayor en las mujeres. Los cánones de belleza se convierten en otro instrumento de control de una cultura machista que insiste en subordinarlas.
Según la investigadora estadounidense Naomi Wolf, la industria de belleza femenina es empleada como arma política contra el avance de las mujeres. Explica que la idea de poseer la belleza femenina es una estrategia que utiliza el patriarcado para mantenerlas preocupadas por su aspecto y no por otros problemas como, por ejemplo, sus posibilidades de éxito en el mundo laboral.
En esa línea de pensamiento, la cineasta española Nadia Martín asegura que “el patriarcado y el capitalismo son excelentes aliados a los que no les interesa que tengamos autoestima, porque si las mujeres amáramos nuestros cuerpos tal y como son, las industrias se irían al garete”.
Esta expresión de control alcanza niveles mucho más palpables cuando, cada vez con más frecuencia, la belleza se convierte en requisito profesional para trabajar en sectores como la televisión y los puestos de atención al público. Sin ir muy lejos, durante los últimos meses, varios negocios privados cubanos han estado en el centro del debate público por exigir “buena presencia física” al contratar a sus empleadas.
Como consecuencia de estas, y de otras exigencias culturales y sociales, muchas mujeres ceden a la presión que supone alcanzar “la imagen perfecta”. Buscando encajar, atentan contra sus cuerpos para lucir más delgadas, sensuales o jóvenes. El problema, vale la pena aclarar, no radica en bajar de peso para tener mejor salud o modificar la apariencia para satisfacerse a uno mismo. El asunto está en distinguir la estrecha línea entre los objetivos propios y la necesidad, pocas veces sana, de cumplir exigencias de la moda o de los demás, para encajar en un patrón que, a la larga, domina.
Cirugías estéticas: Polémicas del cambio
El fracaso en la búsqueda del “cuerpo perfecto” suele dejar en quienes lo sufren más de un efecto nocivo, incluso problemas de salud. La baja autoestima y la insatisfacción corporal son frecuentes en estas situaciones.
En otros casos, las personas recurren a operaciones de cirugía estética para modificar aquellos aspectos con los que están inconformes. La industria de la moda posiciona cuerpos tan perfectos, que es prácticamente imposible alcanzarlos en condiciones normales. La mesa de operaciones suele ser una salida, muchas veces innecesaria y con más de un riesgo.
Según la American Society of Plastic Surgeons (ASPS), este tipo de cirugías han aumentado durante los últimos años, con las mujeres como mayores consumidoras. En la década de los 90, la intervención preferida era el aumento de mamas. Actualmente, sin embargo, la liposucción ocupa el primer lugar. La evolución de las preferencias está en coherencia con el cambio producido en el ideal estético femenino. Al fin y al cabo, la delgadez es hoy su característica principal.
En paralelo, según el cirujano español Moisés Martín Anaya, los filtros que actualmente incorporan muchas aplicaciones de fotografía móviles inducen el deseo de retoques estéticos. Los filtros de las selfies mejoran nuestro rostro haciéndonos más fina la cara, más carnosos nuestros labios, más grandes los ojos… por lo que muchas personas acuden a los centros de estética con esas fotos en las que aparecen tal y como les gustaría ser, explica.
La polémica en torno al uso de la cirugía estética para perfeccionar la apariencia física está aún inconclusa. Los más críticos sostienen que, para vender el producto, las industrias médicas lo pintan como la solución para la “plena felicidad”, sin hacer énfasis en todos los riesgos que implican. Otros, más comedidos, apuntan que la búsqueda de la belleza, más allá de lo superficial, puede ser garantía también de salud emocional, estabilidad psicológica, alta autoestima y bienestar general.
Una vez más el asunto parece definirse en el equilibrio entre necesidades y riesgos. Los objetivos de la persona que busca este tipo de procedimientos deberían estar siempre relacionados con sus intereses y no mediados por un estándar impuesto por la moda.
En Cuba, según datos divulgados en el Segundo Congreso de la Sociedad Cubana de Cirugía Plástica y Caumatología, desde 2001 hasta 2016 se realizaron 309 mil 469 cirugías plásticas, de las cuales la mayoría (200 mil 508) fueron estéticas, y las demás reconstructivas.
En coherencia con el resto del mundo, se produjo un considerable incremento cada año a partir de 2011. Aunque no contamos con cifras más recientes, expertos en el campo confirman que cada vez crece más el número de personas que acuden o necesitan de esta especialidad.
Sin embargo, los cirujanos cubanos insisten en marcar límites a la hora de utilizar estos procedimientos. No por gusto las personas que solicitan intervenciones estéticas pasan antes por una evaluación psicológica profunda para ser declarados aptos.
Según el doctor Ariel Castellanos Prada, del Hospital Hermanos Ameijeiras, la especialidad en cirugía estética “es un complemento para mejorar la calidad de vida de las personas, por lo que no suple en modo alguno los hábitos saludables como una buena alimentación, evitar los hábitos tóxicos o la práctica frecuente de ejercicio físico. De hecho, muchas veces no es necesaria nuestra intervención o disminuye la magnitud de la misma, con resultados muy superiores”.
Si eres delgada… ¿eres más bonita?
Un punto clave en el patrón de belleza impuesto por la cultura occidental tiene que ver con el control del peso. Miles de mujeres viven pendientes de qué, cuánto y cómo comer para “estar en la línea”. No buscan mantener una alimentación saludable y equilibrada, les preocupa lo que engorda y lo que no. Les repiten una y otra vez que las libras de más no son atractivas.
La obsesión por la comida, las dietas y los ejercicios muchas veces desemboca en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), con consecuencias bien complejas para la salud. Según investigaciones globales, el 90 por ciento de las personas que padecen algún trastorno alimenticio son mujeres. Además, estos padecimientos son más frecuentes entre adolescentes y jóvenes, quienes buscan construir la propia identidad, ser aceptadas y son más vulnerables al bombardeo mediático.
El doctor Alberto Quirantes, especialista en endocrinología del Hospital Salvador Allende, explica a Cubadebate que los TCA son enfermedades mentales graves que se caracterizan por una conducta alterada frente a la ingesta alimentaria o la aparición de conductas para controlar el peso.
Los más frecuentes son la anorexia y la bulimia nerviosas, aunque también existen los trastornos evitativos de la ingesta y por atracones. En el caso de la anorexia, las personas sienten miedo a engordar, por lo que restringen excesivamente su alimentación y bajan significativamente de peso. Mientras, quienes padecen de bulimia, presentan episodios recurrentes de ingesta compulsiva de comida y luego intentan compensarlos con el vómito autoprovocado, el ejercicio excesivo, el ayuno o el uso de laxantes, diuréticos u otros medicamentos.
Además del déficit nutricional, estás enfermedades pueden provocar dificultades cardíacas, baja presión arterial, mareos, fragilidad en el cabello y en las uñas, trastornos en la piel, desmayos, problemas del aparato digestivo, retardo en el crecimiento, entre otros. Las relaciones sociales de chicas con anorexia y bulimia nerviosas también se dificultan mucho.
Según el doctor Quirantes, más allá de la influencia sociocultural, en su desarrollo están implicadas razones biológicas y psicológicas; enumera entre los factores individuales la predisposición genética, ciertos rasgos psicológicos, la baja autoestima y la obesidad. La existencia de un ambiente familiar desestructurado o sobreprotector y una educación deficiente en este ámbito, también pueden influir.
Sin embargo, reconoce, son decisivos factores sociales como el modelo de belleza imperante que premia el aspecto físico por encima de otros valores, la presión social respecto la imagen desde los medios de comunicación y otros espacios, y la especialización en determinados deportes o profesiones.
Por tanto, para atender este tipo de trastornos resulta vital una colaboración multidisciplinar que parta de normalizar el peso, restaurar un estado nutricional y tratar las complicaciones físicas, pero también corrija las alteraciones de la imagen corporal, normalice las relaciones familiares y mejore la autoestima y la adaptación social en general, explica Quirantes.
Cuba no está al margen de estos asuntos. Según ha explicado el doctor Wilfredo Pérez, jefe del servicio de psicología del Hospital Hermanos Ameijeiras, aunque los casos de anorexia y bulimia nerviosas se encuentran con mayor frecuencia en adolescentes de países desarrollados y con buena posición económica; la Isla no escapa al fenómeno, a pesar de que su prevalencia sea baja.
Hablar de trastornos alimenticios, cirugías estéticas, baja autoestima y, sobre todo, de la imposición de patrones de belleza como parte de sus causas, es también vital en este archipiélago del Caribe. Urge construir referentes de mujeres y hombres que sean más igualitarios, que compitan con las visiones estereotipadas exportadas o formadas a la sazón de nuestros micromachismos.
Si en los medios de comunicación está parte del problema, también puede estar parte de la solución. Para validar la diversidad corporal y promover una visión más sana de la imagen femenina, urge unir sus esfuerzos con los de la familia, la escuela, los especialistas de la salud y otros actores.
Es difícil escapar de la belleza impuesta. Casi todas las personas, alguna vez, hemos sufrido sus consecuencias. No se trata de no preocuparnos por nuestra apariencia, salud e higiene, sino de promover una cultura de aceptación de la diversidad. Porque la belleza, si finalmente existe, está en lo diferente.
Ania Terrero. Cubadebate