Norman Mailer (1923-2007), escritor, periodista, dramaturgo y convencido marxista estadounidense, comenta en “Marilyn”, uno de sus brillantes libros dedicado a la vida y obra cinematográficas de la malograda actriz norteamericana Marilyn Monroe, que “el sueño americano” es una farsa y que en los Estados Unidos todo lo controla la mafia. Martin Scorsese (Nueva York, 1942), que de esas cosas de la Cosa Nostra sabe un rato largo, abunda igualmente en esa idea en su última película, “El irlandés”, un thriller que honra al género, y en el que muestra fehacientemente esa inquietante y turbadora sociedad yanqui corrompida por el mundo del hampa.

Conexión con el poder

No es la primera vez que el cine hollywoodiense lleva a la gran pantalla esa agobiante realidad. Títulos de grandes cineastas que hoy son verdaderos clásicos del cine negro norteamericano como “El enemigo público” (1931), de William A. Wellman; “Cayo Largo” (1948), de John Huston o “El precio del poder” (1983), de Brian De Palma lo prueban ampliamente. Sin embargo, así como en esas películas las historias de temibles gánsteres inducen a pensar finalmente que muerto el perro se acabó la rabia, en esta obra maestra de Scorsese todo ese execrable mundo de violencia y crímenes horribles aparece como algo habitual. Como un modo de vida perfectamente integrado en el devenir cotidiano de la actual sociedad norteamericana. Y eso es, en mi opinión, lo que perturba e interpela en el transcurso de la cinta. Porque asistir en un agitado road movie a las andanzas criminales de mafiosos que realmente han existido como Frank Sheeran (“El Irlandés”), Russell Buffalino, Angelo Bruno, Tony “El Gordo” o Jimmy Hoffa, líder del corrupto sindicato de camioneros, es constatar sin sombra de ninguna duda la conexión del crimen organizado con el poder político estadounidense. Ya sea en la fallida invasión de la Bahía de Cochinos, en abril de 1961; ya sea en los asesinatos de los hermanos John y Robert Kennedy que echan por tierra el informe Warren y otras zarandajas; o sea también en las estrechas relaciones con el presidente Richard Nixon y con la CIA. Por lo demás, subrayar el poder absorbente del magnífico relato, las extraordinarias interpretaciones de los irrepetibles Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci y el excelente guión adaptado de la novela biográfica de Charles Brandt.

Finalmente añadir que el filme sugiere también, quizás sin quererlo, que en un país asentado en “el peor holocausto humano” (el genocidio indio), y que se ha ido construyendo con prácticas gansteriles, no es de extrañar que actualmente sea gobernado por un energúmeno que más que parecerse a un presidente recuerda a los mafiosos Al Capone o Lucky Luciano.

Rosebud

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