Los muy ricos de este mundo se ponen a buen recaudo, protegidos tras barreras de acero y concreto, en búnkeres acondicionados con todos los recursos, no solo para sobrevivir, sino para llevar una cómoda supervivencia.

Mientras, en Las Vegas, la excéntrica ciudad del vicio, los sin techo fueron ubicados en cuarentena en un estacionamiento al aire libre, expuestos al sereno, mientras los hoteles permanecen vacíos. Eso ocurre en Nevada, uno de los Estados más ricos del mundo.

La cultura del descarte y la exclusión funciona implacable en el capitalismo.

En estos días de crisis hemos visto a líderes mundiales, y a personalidades de la política y de la economía calcular, con absoluta frialdad, cuántos deben morir, quiénes deben morir y cómo deben morir. La enfermedad no cree en ricos y pobres, es verdad, pero ¿quiénes tienen peores posibilidades de sobrevivir?

Recientes datos de Wall Street mencionan que el índice de pobreza en ee. uu. es del 14,6 %, mientras que la pobreza extrema se concentra en barrios con más del 40 %.

La Coalición para las Personas sin Hogar cuantifica en 63 840 las personas sin hogar en la ciudad de Nueva York. ¿Quién se ocupa de ellos?

¿Qué pasará con las más de 55 000 personas sin techo de Los Ángeles y con los indigentes de Skid Row, barrio marginal que abarca varias cuadras del centro-sur de esa ciudad?

¿Qué pasará con el 62,4 % de la población que vive por debajo de la línea de pobreza, en Escobares City, Texas, con el 35 % de McAllen, Texas, o Fresno, California, con un 30 %?

La doctrina del descarte, de la insolidaridad, propia de un sistema donde el hombre es una mercancía más, se enfrenta a la doctrina de la solidaridad, la sensatez y el humanismo. Los seres humanos deben elegir: el mundo durante y después de la epidemia de la covid-19, no puede seguir siendo el mismo.

Raúl Antonio Capote


Fuente: Granma.cu

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