Mucho me temo que tras esta pesadilla, al contrario de lo que mucha gente opina, pocas mentalidades van a cambiar de forma espontánea, y es que aunque los medios de comunicación traten de cerrar los informativos con esperanzadoras imágenes de aplausos, arcoíris y artistas dando rienda suelta a su creatividad, lo cierto es que existe una realidad mucho más cruda que se puede ver a través de nuestra ventana, o de la pantalla de nuestros dispositivos móviles.

Por mucho que esta crisis haya puesto en evidencia, aún más si cabía, la inviabilidad del sistema capitalista y sus falsos logros de cartón piedra, y por más que se cacaree una y mil veces la palabra solidaridad, la ideología dominante y quiénes se encargan de esparcirla no han dejado de plantear la situación desde el más absoluto individualismo. Se nos habla de responsabilidad individual, de pequeños gestos individuales, apelando únicamente al colectivo como una patria que, en términos belicistas, lucha contra un enemigo común. Así, vemos a diario a través de las redes sociales, y en el peor de los casos en nuestra propia calle, cómo se interpela a quien, de manera imprudente ignora el estado de alarma decretado por el gobierno. Hemos visto a la policía aplaudiendo a sanitarios o bailando canciones infantiles, pero también la hemos visto actuar a su modo más clásico, recurriendo a la agresión y a la brutalidad de forma injustificada. Una vez más, viendo cómo se arrastra por el suelo a una mujer o se abofetea a un muchacho, hemos aplaudido y entonado el “a por ellos”, siempre en pos de un bien común, ya sea la lucha contra el coronavirus o la unidad de España.

Se confunde la responsabilidad con el chivateo y la delación, esa que no dista mucho de aquellos gritos de “mi vecino es comunista” o “participa en actividades subversivas”. Desde nuestra ventana indiscreta solo vemos al individuo irresponsable que pasea como si tal cosa, acciones irresponsables y en la gran mayoría de casos, injustificables. Lo que no vemos desde ningún punto de la casa son las fábricas que continúan produciendo al 100% de su rendimiento, hacinadas de trabajadores y trabajadoras que operan sin ninguna medida de seguridad, para seguir generando el mayor beneficio posible a una patronal que tiene la capacidad de asumir un paro total de la producción sin apenas consecuencias. No se ven la cantidad de equipos de protección individual que se utilizan para mantener abiertas factorías cuya actividad es hoy absolutamente innecesaria, equipos de los que carecen en los sobresaturados hospitales donde el personal está enfermando y muriendo de manera evitable. Como tampoco se ven las jornadas abusivas del personal de las grandes cadenas de supermercados que no impuesto límites suficientes a la adquisición de bienes y alimentos. No, el encuadre de la cámara de nuestro móvil no abarca nada de esto.

Esta situación nos exige quedarnos en casa, y es de vital importancia hacer hincapié en ello para evitar contagios que abarrotan los hospitales y ponen en riesgo a sus trabajadores. Lo que nadie nos ha pedido es convertirnos en los ojos de la policía y los militares, canalizando nuestra frustración jaleando la brutalidad policial, exhibiéndola en redes sociales y obviando el posible contexto, a saber, madres solteras que no pueden dejar solos a sus hijos y salen a comprar con ellos.

La solidaridad de clase es más necesaria que nunca, frente al linchamiento público que ni conciencia, ni aporta nada. A nadie ayuda convertirnos en ese vecino de la película “La trinchera infinita” que busca desesperadamente al protagonista escondido durante décadas tras una falsa pared. Ser ese vecino chivato y rencoroso, pero con las tornas cambiadas, escondidos buscando a quien sale a la luz para entregarlo a las autoridades, no por civismo, no por responsabilidad, sino por sentirnos parte de un aparato del que no formamos parte.

¡Quedémonos en casa!, ¡paremos la producción!

Kevin Álvarez

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