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“Las trabajadoras, aquellas que aspiran a la igualdad social, no esperan para su emancipación nada del movimiento de mujeres de la burguesía, que supuestamente lucha por los derechos de las mujeres. Ese edificio está construido sobre arena y no tiene ningún fundamento real” (C. Zetkin).
Palabras que cobran mayor vigencia cada vez que se acerca un 8 de Marzo y nos bombardean con mensajes interclasistas y de empoderamiento, dejando de lado la clase social. “Las reivindicaciones del movimiento femenino burgués han demostrado ser impotentes para garantizar los plenos derechos de todas las mujeres (...) en la praxis, la realización de las reivindicaciones feministas conduce esencialmente a una modificación del sistema capitalista en favor de las mujeres y las adolescentes de las clases poseedoras, mientras la abrumadora mayoría de proletarias, de las mujeres del pueblo trabajador, se ven tan expuestas como antes, en su calidad de oprimidas y explotadas, a que se manipule su personalidad y a que se menosprecien sus derechos y sus intereses”. Sí, Clara, qué certera aseveración, basta consultar los datos de la EPA para ver el profundo abismo que separa las condiciones de vida, salud o trabajo de las mujeres trabajadoras de las mujeres representantes de la oligarquía (Ana P. Botín o similar). Nosotras no vivimos en burbujas de privilegios, día a día vemos y vivimos experiencias de violencia contra nosotras, contra todas las mujeres pero en especial contra las mujeres de nuestra clase: las trabajadoras. Falta que la mayoría social seamos capaces de romper con su hegemonía ideológica y entendamos como tú decías, que “el objetivo final de la lucha no es la libre concurrencia con el hombre, sino la conquista del poder político por parte del proletariado. La mujer proletaria combate codo a codo con el hombre de su clase contra la sociedad capitalista”. Esa batalla ideológica estamos librando quienes nos reivindicamos del feminismo de clase.
Hemos pasado de una huelga perfomance en el 2018, donde no se pudo medir su seguimiento por no tratarse de un paro laboral al uso pero con gran impacto mediático de la convocatoria y manifestaciones masivas, a un 2019 donde nadie quiso quedarse al margen (era año electoral) y donde la rentabilidad tanto política como sindical de la convocatoria estaba en disputa (siempre en clave reformista) a un 2020 sin huelga feminista en la mayoría de lugares. De esa Huelga General del 2019 donde se eliminaron los componentes clasistas, desdibujando la herramienta que nos empodera como clase, renunciando a hacer avanzar la lucha de las mujeres trabajadoras, a este año con el mismo panorama de una fecha arrebatada de nuestra memoria colectiva que se nos devuelve domesticada y funcional para las clases dominantes desde el feminismo interclasista. Nos venden la descentralización, para que cada territorio decida sobre huelga sí o no. Abrumadora mayoría del no, muchas performances y manifestaciones... Las mujeres del pueblo trabajador nutriremos esos desfiles. Acudiremos. Muchas no podrán hacerlo, tendrán que trabajar ese domingo porque los gobiernos “de progreso” liberalizaron horarios comerciales. Muchas irán bajo pabellón ajeno, pero más temprano que tarde se romperá esa hegemonía ideológica del feminismo burgués y de conciliación entre clases.
Dirán las voceras de la cosa, con gran eco en los medios de propaganda y desinformación, que nos representan y que hablan por quienes no tienen voz. No necesitamos que hablen por nosotras. Todos los días enfrentamos la explotación y la opresión. Sabemos de qué hablamos porque lo vivimos cotidianamente. La norma es nuestra desigualdad laboral, menores tasas de actividad, una menor tasa de empleo, mayor tasa de paro, mayor tasa de temporalidad y mayores tasas de parcialidad, que se traducen en una desigualdad salarial y mayor vulnerabilidad social. Las brechas de desigualdad crecen año tras año, la pobreza también. Sufrimos violencia estructural por el hecho de ser mujeres, que abarca no sólo las muertes, sino también la explotación sexual, la prostitución, la pornografía, los vientres de alquiler, explotación laboral, matrimonios forzados, adopciones ilegales, aborto selectivo o el abandono de las niñas, mendicidad forzada, acoso sexual y laboral, violaciones. Con una brecha salarial cercana al 37% que se incrementa con la edad, con pensiones que no alcanzan para subsistir, con infraviviendas, con pocos servicios públicos, con un largo etcétera de dificultades diarias sabemos cuales son nuestras condiciones de vida como parte de la clase obrera. También sabemos que cambiar esa situación no es algo aislado, por cuestión de género, sino una parte de la gran cuestión social. Nuevamente y para acabar, en palabras de Clara Zetkin,”la emancipación de las mujeres, como la emancipación de todo el género humano, será exclusivamente la obra de la emancipación del trabajo del capital. Sólo en la sociedad socialista conseguirán las mujeres, como los trabajadores, la totalidad de sus derechos”.
Ana Muñoz