Los listillos de nuestros días, esos que dicen estar de vuelta del sitio al que nunca fueron: renegados, oportunistas, reformistas y socialdemócratas de todo tipo, deben comerse las uñas cada vez que vean, oigan o lean lo que está sucediendo en el país vecino desde hace 47 días cuando redacto estas líneas. Una huelga interprofesional indefinida contra la contrarreforma de las pensiones presentada por el gobierno neoliberal de Emmanuel Macron que rompe esquemas preestablecidos. Los de los consensos, pactos y demás triquiñuelas para preservar la “paz social”.

Objetivo anhelado por todo capitalista que se precie, y al que con tanto empeño nos han acostumbrado en nuestro país. Pero de igual manera que Francia demuestra su excepcionalidad en la cultura, la gastronomía o la moda, también lo hace, ¡y de qué manera ejemplar!, en lo que se refiere a la lucha de la clase obrera. La misma que lacayos del capital sepultan cada día. Sin duda, una cuestión de Historia. Sí, la vivida por el pueblo francés a lo largo de los siglos XVIII (el de las Luces) y XIX (el de las revoluciones sociales), sin olvidar tampoco el heroico combate de la Resistencia comunista contra el invasor nazi de 1940 a 1945. En aquellos años la clase obrera gala señaló a sus homólogas europeas el camino a seguir. Primero guillotinando al monarca de los privilegios aristocráticos, Louis XVI, y más tarde, luchando sin descanso contra la burguesía francesa y sus aliados. Y aquellas luchas por la libertad y la justicia social, si bien no dieron el poder a la clase obrera, trajeron derechos sociales y laborales: vacaciones pagadas, seguridad social, educación pública, jornada laboral de 40 horas semanales, etc., y por supuesto el derecho a una jubilación digna y suficiente financiada por los trabajadores activos.

Aunar fuerzas

Ahora, después de muchos ataques perpetrados durante años por gobiernos de derechas y socialdemócratas contra aquellos derechos arrancados a la burguesía, el turno le ha tocado de nuevo a las pensiones. Con la particularidad esta vez de que el sosia francés de la Thatcher quiere liquidar el régimen actual que existe desde 1945. Dice el muy bribón que sustituyéndolo por uno que llama “Sistema Universal por puntos”, se eliminarán desigualdades y se beneficiará a los más desfavorecidos. Sin embargo pocos le creen, pues el proyecto prevé suprimir los regímenes especiales de jubilación para las profesiones con riesgo laboral, el aumento de los años de cotización (pasando la edad de jubilación de 62 a 64 años) y un cálculo arbitrario de la pensión a cobrar, entre otras medidas. Pero sobre todo no le creen los currantes, que ven en la contrarreforma un paso decidido hacia la privatización de las pensiones (una fortuna de 365 mil millones de euros en juego para bancos y compañías de seguros) y el establecimiento de una pensión mínima miserable que incitaría, al no poder vivir de ella, a los planes de pensiones. Una clase obrera que además, en esta batalla, ha conseguido imponer su voluntad de lucha en asambleas democráticas, obligando así a las direcciones sindicales a no buscar consensos ni pactos con el gobierno, al tiempo que éste ha tenido que ceder en algunos puntos del proyecto de ley. Y todo eso envuelto en una grave crisis institucional y de sociedad debido a las alarmantes desigualdades sociales entre ricos y pobres. Por ello, el futuro de la lucha actual no es del todo predecible. La situación es explosiva en muchos aspectos. Una cosa está clara sin embargo: la firme voluntad de continuar peleando por la retirada de la contrarreforma, y por aunar fuerzas para que la sociedad del país vecino cambie profundamente. Otra vez, ahora en una Europa pringada de desencantos y fascismos, la clase obrera francesa indica el camino a emprender.

José L. Quirante

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