No deja de sorprender que este año otorgaran el Premio Nacional de Narrativa a una novela tan provocadora como Lectura fácil. Tanto que Seix Barral no la publicó porque Cristina Morales se negó a la censura masiva que la editorial le exigía. Cuatro mujeres con discapacidad intelectual viven en un piso autónomo pero custodiado por trabajadores sociales. Todas narradoras con voz clara y no distorsionada por la representación de la discapacidad. Todas narran, menos Marga que aparece narrada… por sus compañeras, por los jueces o las asambleas políticas. Marga, no obstante, es el personaje clave para comprender Lectura fácil. Marga representa el acto de libertad y la represión estatal. Ocupa un piso en Barcelona, apoyada por un grupo libertario, y escapa del control de los servicios sociales durante unos días. Posteriormente, aunque en la novela se cuente en paralelo, es sometida a un proceso judicial para decidir sobre su esterilización porque el Estado considera peligroso su libertad sexual.

En todas las personajes centrales de Lectura fácil se palpa esa imagen del Estado como biopolítica, como fuerza normalizadora que castra, aquí sí, literalmente, a quien no cumple los requisitos establecidos o se salta los márgenes de movimiento. El Estado es ejercicio del poder sobre los cuerpos, pero no aclara, Cristina Morales, con qué objeto se produce esa dominación. ¿Para el poder mismo? ¿Por la tranquilidad de la normalidad? El poder modifica los cuerpos, sí, pero hay algo más que el goce no subjetivo y ubicuo del Estado en su actuación. Incluso cuando trata de censurar su denuncia como Seix Barral. Aquí hay un matiz esencial para diferenciar Lectura fácil de Joker, que abordaremos al final.

En la misma clave pero invertida trabaja la película de Todd Phillips. Un hombre apocado y al borde de la miseria absoluta, Arthur Fleck, vive una sucesión de reveses a cada cual más rocambolesco. En la madre vamos descubriendo todos los componentes de la tortura infantil. A Fleck, que sobrevive con trabajos precarios y una asistente social que le proporciona la medicación antipsicótica, lo apalizan, lo traicionan, lo despiden, lo vejan, lo ridiculizan en un night show de éxito. La medicación impide que se desate la tormenta.

Cuando el Estado se retira, como la medicación, se abren las compuertas a la locura asesina, quien poco a poco se convierte en Joker. Pero no se limita a Fleck, no es un caso aislado. Los millones de Fleck de la gran ciudad la toman en un festín de sangre y destrucción como si fueran bacantes. La escena final de la película es un ejemplo clarísimo de lo que Žižek define como violencia divina: una violencia desatada que no persigue ningún objetivo político. El aspecto reaccionario de la película de Todd estriba en que las clases populares no son capaces de articular una respuesta política al abandono de la “elite” económica y política, sino un supuesto grado cero de violencia sin más interpretación que ella misma.

El Estado en Joker, como en la novela de Cristina Morales, garantiza la normalidad y los márgenes adecuados de comportamiento, pero es un Estado reducido y constreñido a sus instituciones. Por decirlo de algún modo, recluido a las oficinas donde ondean las banderas oficiales. El Estado de Lectura fácil articula las formas de reproducción del poder y la ideología estén o no bajo el escudo de la administración. El Estado en la novela desborda la visión limitada de la película y es certera a la hora de describir su funcionamiento, de un modo ortodoxo, la reproducción de las condiciones de producción. Dos versiones del Estado que comparten matriz ideológica.

JARM

uyl_logo40a.png