La crisis social y política que genera la crisis económica, lleva a los sectores más reaccionarios del capitalismo a recurrir a la violencia extrema para seguir manteniendo su dominio.
Esta crisis crea condiciones revolucionarias, pero también crea el caldo de cultivo para que germinen las ideas más reaccionarias y se vayan extendiendo entre los sectores políticos más atrasados de la sociedad. En particular, en la pequeña burguesía y en sectores de la clase obrera que han sido arrojados a la precariedad, al desempleo y de ahí a la exclusión social. En ese magma de frustración hunde sus raíces las posiciones fascistas, que buscan dirigir la rabia de la clase obrera no contra el sistema capitalista y sus representantes, sino contra los más desvalidos de entre sus víctimas (población migrante, refugiados, etc.) así como contra comunistas, feministas, independentistas, etc. Colectivos que aglutinan un odio identitario chovinista, y forman parte de lo que han venido en llamar la antiEspaña, concepto que comparte este fascismo de nuevo cuño con el fascismo español de los años 30.
Y es que a diferencia del actual rebrote fascista en Europa, en España no se ha producido tal “rebrote”. El fascismo español brotó en los años 30 del siglo pasado y se ha mantenido bien brotado hasta nuestros días merced a la no ruptura ni económica ni política con el régimen franquista. La impunidad con la que la Transición pasó por alto los crímenes franquistas, los juicios sumarísimos, el golpismo militar, etc. y la pervivencia de las estructuras de dominación económica de quienes sostuvieron y usufructuaron el golpe de estado fascista de 1936, se configuran en el humus idóneo para que el fascismo se enquistara, y a día de hoy, a partidos como Vox se les considere demócratas.
El verdadero objetivo que persiguen los fascistas no es otro que sembrar el terror entre los trabajadores a perder lo poco que tienen (un trabajo precario, un subsidio de desempleo, una ayuda social, etc.) y desarticular todo movimiento organizado para impedir que se incorporen a la lucha contra el sistema capitalista.
No debemos perder de vista en este proceso el papel que juega el reformismo socialdemócrata (PSOE+Podemos) que con sus prácticas conciliadoras y colaboracionistas con el capitalismo, desmovilizan y dividen a las masas con vagas promesas y tímidas reformas que en nada erosionan la agresividad del sistema; constriñendo la lucha obrera al corsé de las urnas y el mercadeo institucional.
Para ser herramienta al servicio de los intereses del capitalismo y a la vez hacer asimilable entre la clase obrera toda una serie de medidas antiobreras, resulta fundamental para la ultraderecha la creación de un enemigo interno que dispare las pasiones reaccionarias más primarias.
Con este pretexto, la unidad de España se convierte en la piedra angular del discurso de Vox, hecho/mito que comparte con la Constitución española, lo que revela una coincidencia nada sospechosa con el carácter ultraconservador de ambas entidades. Es más, Vox no se reivindica de extrema derecha sino constitucionalista. De hecho, para solucionar el conflicto territorial que tiene el Estado español en Catalunya piden aplicar la Constitución sin ambages, lo que disipa cualquier tipo de duda sobre el carácter nada neutro de la Constitución.
El revisionismo histórico, los discursos racistas, el miedo del patriarcado ante la organización feminista, etc. son discursos cargados de odio amplificados en los mass media que germinan en acciones como la retirada de las placas de homenaje a Las 13 Rosas, el atentado contra un centro de menores no acompañados, la perenne violencia machista. El fascismo grita “a por ellos” y sus perros de presa ejecutan.
Es el momento de la organización, la conciencia de clase y la lucha, establecer genealogía con ese patrimonio obrero que se revela como antídoto fundamental contra el fascismo.
Zuberoa