Mucha polvareda mediática levantó la donación a la sanidad pública realizada por Amancio Ortega, propietario de la multinacional española Inditex, que sigue siendo un tema recurrente en tertulias radiofónicas o televisivas, así como en redes sociales. En pleno periodo electoral, Podemos y su entorno cargaron contra la donación, situando los nuevos equipos médicos como limosna de quien deja de pagar lo que le corresponde vía impuestos; en el otro extremo, los partidos de derecha y sus medios afines han realizado una agresiva defensa de Ortega frente a los “ataques populistas”, destacando su sensibilidad con las personas enfermas de cáncer.

Olvidémonos de lo esencial, de la plusvalía extraída a los trabajadores y trabajadoras como fuente de los beneficios del donante, también de las deslocalizaciones y las condiciones de trabajo en los países donde se produce la ropa de Inditex, de la exportación de capital y demás, y centremos el asunto donde lo han puesto Podemos y la derecha, es decir, en la política fiscal y en los recursos de los servicios públicos.

No es ningún secreto que el fraude fiscal se concentra en las grandes empresas, tampoco que existen mecanismos legales que, sin necesidad de incurrir en fraude, permiten a estas corporaciones reducir significativamente los impuestos que pagan. Las donaciones, por supuesto, desgravan, sean de pequeños o de grandes donantes. En los últimos años, además del tremendo proceso de reconversión de deuda privada en deuda pública llamado “rescate”, muchas de las medidas adoptadas por los distintos gobiernos han ido enfocadas a reducir de una forma u otra la contribución patronal a las arcas públicas, por ejemplo con las reducciones de cuotas a la Seguridad Social, que han copado las políticas de empleo y han puesto su granito de arena en los ataques al sistema público de pensiones. Evidentemente, todo ello repercute en el sostenimiento de los servicios públicos, que atraviesan momentos complicados, si bien fue mucho peor en los momentos álgidos de la crisis capitalista; los recortes fueron (y siguen siendo) brutales, y las externalizaciones y privatizaciones también.

En el caso que nos atañe, la prensa más afín o benévola con Podemos, se ha encargado de poner las cifras a la fiscalidad de Inditex, dando cuerpo a lo evidente: parafraseando el dicho popular, Inditex da un gallo, porque antes se quedó con un caballo. Y de paso, se hace una buena campaña de marketing, que para eso la caridad es única. Llama la atención además que es la fundación de Ortega la que decide a qué pata de los servicios públicos de salud va la donación, en este caso para equipos oncológicos de alta tecnología, en lugar de ser las administraciones implicadas las que tomen la decisión en función de sus necesidades.

Una de las herramientas más llamativas en la guerra de propaganda entre detractores y afines a la donación, está el de recabar opiniones de personas famosas posicionándose abiertamente a favor o en contra, normalmente con gran vehemencia, así como de asociaciones de pacientes y profesionales de la sanidad. Parecen especialmente interesantes estas últimas opiniones, en las que hay de todo, pero donde prima el pragmatismo (con o sin matices) de quien necesita atender o ser atendido ante un problema grave de salud. Quienes trabajan o han trabajado en los servicios sociales saben perfectamente lo que supone no tener recursos para atender a las personas que lo necesitan, a veces de forma dramática; en esos casos, cuando llegan medios, no suele importarle a nadie de donde vienen, se aprovechan sin más. Una compañera, trabajadora de servicios sociales, me decía hace unos días que sin las donaciones de una determinada fundación bancaria, gran parte de los servicios sociales en Málaga se habrían venido abajo durante los años más duros de la crisis. Y tiene razón, pero resulta paradójico que los bancos, que han jugado un papel central en la gestación y estallido de la crisis capitalista, que han protagonizado las acciones más duras y destacadas de la misma como han sido los desahucios masivos, que estafaron con las famosas “preferentes” a muchos pequeños ahorradores, que han recibido un rescate multimillonario que ha adsorbido gran parte de los recursos públicos… hayan sido los principales donantes para sostener los servicios sociales en ese mismo proceso. En definitiva, han arruinado a miles de familias y han saqueado las arcas públicas, al mismo tiempo que hacían donaciones para sostener los servicios públicos; viene a la memoria aquella frase de la novela “El Padrino”, cuando dice que la familia Corleone tenía una gran habilidad para solucionarle a la gente los problemas que la propia familia Corleone les había generado. Aún así, ¿quién puede culpar a los y las profesionales de los servicios sociales por aprovechar esas donaciones? ¿Y a las personas que han hecho uso de esos servicios? En caso de necesidad, todo el mundo se agarra a un clavo ardiendo, es lo más pragmático.

El pragmatismo es necesario en política, en su justa dosis. Sin él, podemos perder contacto con tierra firme, confundir deseos con realidad para terminar haciendo análisis “de brocha gorda” y en blanco y negro, sin escala de grises, lo que probablemente genere aislamiento respecto a las masas obreras y populares. Sin embargo, el exceso de pragmatismo nos encierra en el cortoplacismo y en un estrecho posibilismo, sin ir más allá, sin plantear firmemente el camino a recorrer para que las cosas sean distintas. Hemos visto precisamente a Podemos caer llamativamente en ese pragmatismo estrecho, por ejemplo cuando se posicionó a favor de la producción de barcos de guerra para Arabia Saudita en la bahía de Cádiz, cuando desde el gobierno se ha encerrado a los trabajadores/as de ese sector dentro de la falsa dicotomía entre producir armas o morirse de hambre; también es un ejemplo claro el pragmatismo con el que millones de personas de clase obrera concentran su voto en el PSOE para frenar a la derecha, aceptando el “mal menor”.

Es tarea de la izquierda en general, y de los/as comunistas en particular, el trabajar para sacar de ese pragmatismo cortoplacista a las masas obreras y populares, haciéndolo con inteligencia y sin perder contacto con la realidad, pero también con profundidad de análisis, mostrando las cosas tal y como son. No hay que ponerle fácil el trabajo a los voceros del sistema, que trabajan para poner de su parte tanto al personal sanitario como a las personas usuarias con los consabidos argumentos; debemos ser perseverantes e inteligentes para hacer entender poco a poco a nuestra clase social no solo los entresijos del sistema fiscal, sino el funcionamiento general de la producción, de cómo y por qué se concentra y centraliza el capital cada vez en menos manos, lo que supone la plusvalía como fuente de beneficios de la empresas capitalistas… en definitiva, hacer entendible la explotación en todas sus formas y vertientes.

La caridad tiene gran utilidad para los más ricos y poderosos. Por un lado, como personas que son, sus donaciones les acallan sus conciencias; por otro, les permite lavar su imagen, que pasa de ser la del explotador o el tiburón de los negocios a la del filántropo. Y encima desgrava, todo son ventajas.

Muchas personas seguirán recibiendo atención gracias a esos recursos que donan los bancos y las grandes empresas, quedándoles muy agradecidas, y muchos/as profesionales de la sanidad, la educación o los servicios sociales harán uso de esos medios, aunque a veces lo hagan tapándose la nariz o mirando hacia otro lado para no ver que las donaciones de la banca o los Ortegas de turno tienen trampa. Y lo harán por pragmatismo.

Es muy conocida la anécdota de aquel jornalero andaluz de los años treinta del siglo pasado, que al intentar un señorito comprar su voto en las elecciones municipales, tiró al suelo los duros que le daba, diciendo: “en mi hambre mando yo”. Si en el futuro logramos que se desarrolle la conciencia de clase en los trabajadores/as y las capas populares, quizá las cosas sean distintas, y tanto la reacción ante las donaciones de los más ricos como la lucha por unos derechos sociales estables y potentes se enfoquen de otra manera por la mayoría de la población. Entonces, con el pragmatismo justo para no perder contacto con suelo firme, podremos ir más allá y aspirar a que las cosas cambien de verdad.

Juan Perles.

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