Durante la II República, al mismo tiempo que aumentaba la incorporación de la mujer al mundo laboral y a las protestas populares, iba aumentando su afiliación a las organizaciones obreras. Los sindicatos comienzan a comprender la necesidad de incorporar a la mujer a sus filas. El Congreso de la UGT de 1932 incluye por primera vez en su programa la consigna de "igual salario a igual trabajo”. La II República es la etapa histórica en que la mujer irrumpe en nuestro país con mayor fuerza, presencia y compromiso en la lucha por la República, el Socialismo y por su propia liberación como género. Y no es por casualidad que ese momento de avance feminista sin precedentes coincida con la mayor tensión de la lucha de clases, con un movimiento obrero extraordinariamente estructurado y unas organizaciones revolucionarias que a punto estuvieron de tomar el poder y ganar la guerra al bloque burgués.
Sin embargo, en el S. XXI, que nos venden los medios de propaganda como del resurgir feminista, vemos que no camina la lucha de clases a aquellos niveles de derrota de las clases dominantes. No decimos que sea culpa de ese supuesto resurgir, sino del tipo de feminismo que es hegemónico: blanco, burgués, interclasista,… Cuando vivimos en una sociedad dividida en clases, el feminismo siempre estará dividido y conjugará las reivindicaciones de género con los intereses de la clase social de las distintas mujeres. Cada clase social percibe la lucha feminista en función de los privilegios de clase que disfruta o de la explotación que padece. El problema está en “abrazar” acríticamente los postulados feministas de las clases dominantes (da igual que sea versión socialdemócrata, postmoderna o liberal) todas ellas defienden el sistema económico capitalista, e incluso las hay quienes hablan de que el “sistema es el patriarcado” y el capitalismo es su instrumento.
Volviendo a la mujer nueva de nuestra II República, y de la revolución rusa, se incorpora al trabajo asalariado para alcanzar su independencia económica, al Partido, hace la revolución y la guerra, tiene un proyecto emancipatorio propio y transforma profundamente su psicología para romper con la subordinación y dependencia psicológica del varón. Pero para muchos varones la liberación femenina significa comida fría y botones sin coser, aflorando el antagonismo de género en el interior de la clase obrera consecuencia de la estructura patriarcal. También nos sucede hoy, pero contamos con el inestimable ejemplo y los aprendizajes de nuestras antecesoras. Sabemos que la lucha por la III República necesita ligar su programa a un proceso revolucionario de abolición simultánea del capitalismo y el patriarcado.
El proyecto republicano socialista debe reconocer las contradicciones de género existentes entre las clases populares, denunciarlas, combatirlas, y asumir las reivindicaciones feministas como propias de la clase obrera. Y debemos comenzar ahora en lugar de esperar el triunfo revolucionario. Alejandra Kolontai puso de manifiesto que las nuevas relaciones de género de la clase obrera (la moral sexual proletaria) no es sólo una superestructura que surgirá una vez se haya transformado la base económica mediante la toma del poder revolucionario, sino que la ideología y la construcción de los géneros de una clase ascendente, se forman en el proceso mismo de lucha contra el enemigo de clase.
Las reformas estructurales que necesita ese programa para su culminación, es decir, las reformas que necesitamos las mujeres de la clase obrera para alcanzar la igualdad como trabajadoras y como mujeres, únicamente un estado socialista puede (y está en su ideario hacerlo) acometer. La República socialista de carácter confederal es el marco político, económico y social apto para la derrota del patriarcado, es la condición necesaria, aunque no suficiente, de la liberación femenina. Sin liberación de la mujer no hay república socialista, y sin república socialista no hay liberación de la mujer.
Lola Jiménez