La Guerra Nacional Revolucionaria terminaba “oficialmente” el 1 de abril de 1939, cuando el dictador Francisco Franco pronunciaba las palabras “La guerra ha terminado”, y a la vez que terminaba la guerra comenzaba un largo proceso de represión y asesinatos por parte del régimen a todo aquel que hubiese luchado contra él.
Es, en estas circunstancias, como muchos miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas comienzan a partir hacia el exilio, mientras otros se quedaban en España pasando la militancia clandestina, la cual se haría cada día más difícil. Cuando las tropas franquistas ocuparon Madrid, lograron hacerse con distintos archivos de las JSU y así comenzaron las detenciones de sus militantes, entre las que se encontraban las conocidas como las Trece Rosas.
Fueron detenidas y torturadas desde el primer momento con esa cruel bestialidad que caracterizaría al régimen. Trece jóvenes, catorce fueron en realidad las detenidas, cuya edad comprendía entre los 18 y los 29 años, siendo muchas de ellas menores de edad. Tras las torturas fueron llevadas a la cárcel de las Ventas, un lugar de hacinamiento, pues aunque fue construido con el fin de albergar a 450 personas llego a contar con más de 4000. Aquí, en unas condiciones deplorables, pasaron sus últimos días las Trece Rosas.
Su único crimen había sido militar en las JSU y luchar contra el fascismo, pero el atentado en el que se dio muerte al Comandante Gabaldón, pieza clave del aparato represivo franquista, el 27 de julio, despertó en el Régimen las ansias de venganza y se iniciaron innumerables juicios contra los miembros de las JSU, siendo la mayoría condenados a muerte entre ellos las Trece Rosas.
Sus nombres eran: Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente.
Estas Trece mujeres son fiel testigo del papel de la mujer en la lucha antifascista y en el compromiso militante, pues no dudaron ni un momento, a pesar de las difíciles circunstancias, en mantenerse firmes en sus creencias. A día de hoy, siguen siendo un ejemplo de mujer y de comunista como todas aquellas mujeres que lucharon durante la Guerra Civil, que tuvieron un papel determinante y que la historia trata de silenciar.
Pero nosotras nos encargaremos de cumplir con las últimas palabras que una de las rosas dejó como despedida: "Muero como debe morir una inocente. Adiós para siempre. Tu hija ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que mi nombre no se borre de la historia" Julia Conesa. Compañera, no dejaremos que ninguno de vuestros nombres se borre de la historia.
Inés