De padres dominicanos que habían emigrado a Cuba, nace en 1815 en la ciudad de Santiago de Cuba. Por su condición de mulata y pobre, únicamente recibe la instrucción en primeras letras, sin embargo, crece en un hogar cargado de valores morales que marcarían su carácter para siempre.

Desde pequeña escuchó a su familia condenar los crímenes de la esclavitud y celebrar los intentos insurreccionales de los patriotas cubanos. Más adelante, visitó el presidio para esclavos rebeldes que se encontraba cerca de su casa y contactó con el sufrimiento de éstos, tomando aún más conciencia de la necesidad de poner fin a dicha barbarie.

A los 23 años se casó con Fructuoso Regüeiferos, de quien tuvo cuatro hijos: Felipe, Fermín, Manuel y Justo. Tras el fallecimiento de Fructuoso, contrajo un segundo matrimonio con Marcos Maceo, relación de cuyo fruto parió otros 9 hijos e hijas: Antonio, José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás, Marcos, Dominga y Baldomera.

Mariana y Marcos educaron a sus hijos de manera sencilla pero firme, inculcándoles unos principios irrenunciables. Así, al comienzo de la Guerra de los Diez Años (primera guerra de independencia contra la Colonia española), Mariana instó a su esposo y a sus hijos mayores a participar activamente en la misma. Por su parte y, pese a su avanzada edad, marchó a las zonas rurales para apoyar al ejército libertador desde la retaguardia, permaneciendo los diez años que duró la contienda curando heridos y enfermos (entre los que se encontraban sus propios familiares), arreglando la ropa de los insurrectos, trasladando armas y pertrechos a las fuerzas cubanas, y animando con su optimismo y fe en la victoria.

Afrontó con un heroísmo singular la vida de campaña y la caída en combate de algunos de sus seres más queridos, como su esposo y cuatro de sus hijos. Cumplió su deber como mambisa con total entereza y coraje, y no escatimó la vida de los suyos para lograr la libertad de Cuba.

Obligada por las circunstancias adversas generadas tras el Pacto del Zanjón y pudiendo ser considerada un “trofeo de guerra” para la metrópoli española, tuvo que partir hacia el exilio en Jamaica, si bien nunca dejó de pensar y abogar por la libertad de su tierra natal. En su humilde vivienda siempre recibió a quien le trajera noticias al respecto y le alentó para que continuara la lucha. Así, su hogar se convirtió en centro de reunión de los revolucionarios y fundó varias organizaciones patrióticas. Murió en 1893 a los 78 años.

Mariana representa la rebeldía y el patriotismo de la mujer cubana. Su extraordinaria vida constituye ejemplo y estímulo para las combatientes y madres cubanas que, a través del tiempo, han dedicado sus fuerzas y tesón a la causa revolucionaria del pueblo cubano. Madres de la estirpe de Mariana han ofrendado la vida de sus hijos/as por la libertad de Cuba y de otros pueblos del mundo.

No en balde, Fidel tuvo el gesto de poner el nombre de esta heroína al pelotón de mujeres cubanas que lucharon en Sierra Maestra. Y cuando se celebra el Día de las Madres en Cuba el segundo domingo de mayo, es imposible no pensar en ella.

Actualmente está reconocida como “Madre de la Patria”, no sólo por haber sido forjadora de una pléyade de guerreros, sino también por su elevado concepto de la moral, su capacidad de resistencia ante las vicisitudes y su extraordinario valor. Sus restos reposan junto a los del “Padre de la Patria”, Carlos Manuel de Céspedes, y los del Héroe Nacional cubano José Martí, en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba

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