Mi nombre es Sylvia. Estelle Sylvia Pankhurst, la mediana y menos conocida de “las Pankhurst”. Lejos del sufragismo de damas de alta cuna, el voto para todas las mujeres, no sólo para propietarias y la confluencia de las demandas de las mujeres con las de la clase trabajadora fueron mis convicciones. Organicé trabajadoras, me opuse a la guerra imperialista, viajé a la Revolución rusa y la lucha por la más profunda igualdad y por una sociedad libre de toda opresión es el mejor resumen de mis 78 años de vida.

Nací en Manchester el 5 de mayo de 1882, fui a la escuela y en 1903 estudié becada en el Royal College of Arts. Intenté compaginar estudios de arte con militancia en el SWPU (1) pero tres años después, en 1906, dejé los estudios. Para entonces nos apropiamos del despectivo término que los enemigos del movimiento usaban: suffragettes. También llegaron, no sería la única vez, la cárcel y la huelga de hambre. El movimiento anti sufragio arreciaba, defendían que la división de funciones era la piedra angular de la civilización y que el voto de las mujeres seria el preludio de una revolución social.

La ruptura ideológica fue en 1913, con la fundación del ELF ( East London Federation of Suffragettes) y la profundización de mis ideas socialistas. Instalada en el barrio obrero de East End la brecha con las ideas maternas sobrevino por la traición trágica al movimiento con la suspensión de las reivindicaciones sufragistas y el apoyo a la causa bélica tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. Para mí la lucha por la paz junto con paliar las consecuencias de la guerra que sufrían viudas y familias fueron el trabajo de esos años, sin descuidar la organización de las trabajadoras y luchar por sus demandas.

 

Estaba ansiosa por fortalecer la posición de las trabajadoras para cuando se hubiese conseguido el voto… Miraba hacia el futuro. Deseaba levantar a las mujeres de esta clase sumergida para que se convirtiesen en luchadoras por su propia cuenta y no como mero argumento en los discursos de gente más afortunada… Que se rebelaran contra las espantosas condiciones en las que vivían, exigiendo para ellas y sus familias la parte que les correspondía de los beneficios que podían procurar la civilización y el progreso.

En 1927 sobrevino la ruptura familiar cuando mi convencional y tradicional madre que pese a ser una de las principales sufragistas de su tiempo creía en las estructuras sociales tradicionales, no toleró que tuviera un hijo y no me casara con el padre.

Hoy parece ingenua la lucha por este derecho, hace mas de 100 años las obreras levantamos el derecho al voto como una necesidad para terminar con la discriminación y la explotación.


Ana Muñoz

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