Europa, y más España particularmente, atraviesa una Crisis de Superestructura. La clase dominante ya no puede continuar haciéndolo como hasta ahora y debe modificar su aparato de dominación para hacerlo. El descontento social y las expresiones populares de éste, así como las propias contradicciones internas del capitalismo, alcanzan, en algunos casos, niveles inasumibles por la burguesía. La clase dominante propone sus soluciones para solventar las crisis. En España esto lo estamos viendo con la regeneración política, especialmente por el lado derecho, con Ciudadanos tomando cada vez más protagonismo mediático y posiblemente el discurso más reaccionario que haya tenido ningún partido desde el fin de la dictadura.

Claro ejemplo de esto es la fundación de la plataforma España Ciudadana, nacida según sus fundadores, para acabar con “la lacra del nacionalismo y el populismo”. Y da "la casualidad" de que para hacerlo recurren al populismo y al nacionalismo. Banderitas de España, Marta Sánchez cantando el himno, y un discurso vacío apelando a los sentimientos que se resume en la cita “Yo no veo trabajadores o empresarios, yo veo españoles.” -Comentan que a la salida se obsequió a los presentes con muestras de champú anticaspa y Varón Dandy, así como se organizó una visita al Valle de los caídos a honrar a los muertos por España-.

Dentro de la lógica de este discurso, la Kelly que friega habitaciones por menos de 900€ al mes y el dueño multimillonario del hotel en el que trabaja son iguales, y la primera debe aceptar esas condiciones por un bien superior: el bien de España -y el del dueño del hotel y todos sus compañeros multimillonarios a costa del sudor de quien friega-.

Este discurso de unión de los españoles, une a explotados y explotadores, pero divide a las personas por su país de nacimiento. Así se justifica la existencia de esclavas y esclavos del Siglo XXI en Europa; las internas y los jornaleros del campo, en la lógica del capitalismo en su expresión más despreciable, no tienen derecho a ningún tipo de cobertura social ni dignidad en la vida, pues no han venido a nacer españoles. Y este mismo fenómeno se reproduce por toda Europa, especialmente en aquellos países más afectados por las penurias que impone el capitalismo como los países del este de Europa o Italia, donde la coalición entre “regeneradores de la política” y la extrema derecha ha pactado una lista de medidas de ayudas para italianos y de deportaciones masivas para inmigrantes.

Este discurso por más que lo enmascaren y laven es tan antiguo casi como el propio el movimiento obrero, pues nace como reacción a los valores de la clase trabajadora que defiende que lo único que separa a las personas es la clase a la que pertenecen y que esta división social se acaba con la destrucción del estado clasista. En el contexto de la lucha entre explotados y explotadores, los segundos siempre proponen el mismo recetario: mayor explotación, ensalzamiento de los valores patrios y represión.

Todo discurso que no coloque de manera clara la existencia de una clase dominante y parásita de la clase trabajadora, tarde o temprano acabará quitándose la careta y alabando los valores patrios y con ello la perpetuación de este sistema de dominación.

A los y las comunistas nos acusan de vivir anclados en un ideario de hace cien años, mientras ellos rescatan un mensaje calcado al que daría Primo de Rivera en los años 30. Y es que, por mucho que ahora se haya cambiado el periódico y el transistor por el smartphone e instagram, las condiciones sociales se mantienen esencialmente iguales.

Ayer, hoy y hasta el fin del capitalismo, la existencia de clases es una realidad. Frente a quien pretende dividir por nuestro país de origen, debemos dejar claro que la clase obrera es hermana venga de donde venga. Frente al patriotismo burgués, internacionalismo proletario.

Julio Hernández

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