En los últimos meses, desde la caída de Dilma Roussef por casos de corrupción en su partido , Brasil se ha sumido en una profunda crisis política e institucional, fruto de la crisis económica, las medidas adoptadas para supuestamente paliarla y resolverla, y la avalancha de casos de corrupción de un Presidente usurpador, Michel Temer, y su partido, que reducen a la categoría de mera anécdota los del Partido de los Trabajadores de Dilma.

La lucha de clases se agudiza en Brasil y ha llevado a la convocatoria de dos huelgas generales y protestas multitudinarias contra de las medidas de privatización de todo el sector público y los recortes aprobados, que se han visto acompañados también de casos de corrupción . Estas protestas pedían la celebración de elecciones anticipadas y en Brasilia decenas de miles de personas, que el Gobierno de Michel Temer no dudó en reprimir, llegaron al asalto e incendio de edificios ministeriales desplegando al ejército y usando fuego real.

Ante ésta situación podríamos llegar al análisis simplista y superficial, similar al de la nueva socialdemocracia en España, de que no ha cambiado nada y nada se ha solucionado, ahí sigue la crisis económica, con una leve reducción en la caída del PIB, ahí sigue la corrupción y de ahí surge la crisis política. Nada más lejos de la realidad.

Si profundizamos más allá de un razonamiento que no se atreve a llegar a conclusiones que cuestionen el sistema capitalista y separa artificialmente la economía capitalista de la política institucional vemos que en Brasil, aunque no se haya acabado con la corrupción ni mejorado sensiblemente los datos globales de crecimiento, ha cambiado todo. Ésta afirmación sería igual de válida aunque hubiese el doble de casos de corrupción y de puntos de recesión económica. Porque pese a lo anecdótico de que un presidente como Temer salve su propio pellejo ante los casos de corrupción que le salpican, por la protección que le da la constitución brasileña, él mismo ha reconocido que no se presentará a la reelección por su escasa popularidad, por lo que no se trata de alguien que trata de vivir a costa del erario público durante toda su vida.

Sin embargo el gran cambio en Brasil es resultado de una gran burguesía brasileña que actúa conforme a sus intereses de clase, y que frente a una realidad objetiva como es que el capitalismo adolece de crisis periódicas y que ahora Brasil como el resto del mundo capitalista se encuentra en una, va a utilizar su Estado para que mientras los ciclos económicos van recuperándose, el capital necesario para ello salga de una mayor vuelta de tuerca a la clase trabajadora -sobreexplotación máxima- y de una mayor opresión a las clases populares.

Y es finalmente en éste contexto en que se enmarca la visita de Rajoy a Temer éste abril, en que se reunieron conjuntamente con los presidentes de Iberia, Telefónica, Indra, Navantia, Abertis o Repsol, entre otros empresarios españoles en Brasil y les ofrecieron todo tipo de facilidades para apoderarse de las empresas estratégicas en proceso de privatización. Es éste el hecho y no otro, aplicar el paquete de medidas del FMI, que protegen al capital de sus propias crisis a costa del hambre y la miseria de la clase obrera, en los pocos meses que hay desde el derrocamiento de Dilma hasta las próximas elecciones el que ha generado la crisis política en Brasil. Asegurar que los platos rotos de la crisis capitalista los paga la clase obrera.

Pablo T.

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