En el imaginario colectivo de la juventud, la memoria histórica es concebida como un asunto que no nos concierne tanto a nosotros como a nuestros mayores. La huella más perceptible de esto está presente en la manida expresión «las batallitas del abuelo», la cual sugiere historias que parecen pillarnos muy lejos, fuera de nuestro alcance e interés, y que se consideran más como una anécdota curiosa que como un patrimonio de incalculable valor.

Pero no es justo ni tampoco fiel a la realidad culpar exclusivamente a los jóvenes de no indagar en la memoria histórica y en lo que esta representa. Desde las instituciones políticas, académicas y judiciales, los medios de comunicación y toda la retahíla de altavoces ideológicos del sistema, se ha hecho patente un deliberado afán de olvido sobre la historia reciente de España que pretende ocultar a las nuevas generaciones o bien falsear un pasado colmado de lucha, insistiendo en una ambigua conciliación y en la equiparación del fascismo con las milicianas y milicianos republicanos, comunistas, anarquistas... que plantaron cara a la barbarie dando su vida.

Los herederos del franquismo y del pasado más oscuro, sangriento, de nuestro país, instan a los familiares de represaliados a no «abrir heridas» cuando estos dan un paso adelante hacia la búsqueda de los restos mortales de sus seres queridos, pidiendo reparación, justicia y dignidad. Paradójico y triste resulta pedir que no se abran unas heridas que jamás se han cerrado. Heridas cuyas cicatrices aún supuran en los márgenes de los caminos, en las fosas comunes, junto a las tapias de los cementerios y en innumerables rincones de la geografía española.

El discurso que ha calado, por tanto, es el de no echar más leña al fuego, el de la indiferencia, el de la impunidad, el de considerar las placas callejeras y los monumentos dedicados a figuras franquistas como un elemento histórico más de nuestro pasado y no como un vestigio vivo del régimen que dejó España sembrada de cunetas, sangre, odio, hambre y terror. El discurso de la amnesia.

En una situación así, no resulta tan extraño que la mayoría de los jóvenes se desentienda, pese a la importancia y a la relativa proximidad temporal de los acontecimientos, de cualquier alusión a la Guerra Civil. Es doloroso pero cierto comprobar que muchas personas de corta edad, y no tan corta, obvian qué ocurrió entre los años 1936 y 1939, los profundos daños causó el fascismo, quién lo alimentó, quién trató de ponerle freno... Su visión de la historia está totalmente distorsionada y plagada de lagunas que han de llenarse de conciencia y memoria.

Por todo ello, voces como la del poeta y miliciano Miguel Hernández, alentando a la juventud a dar lo mejor de sí misma ante el fascismo ya que «la salvación de España de su juventud depende», han de resultar una inspiración para nosotros y nosotras, un salvavidas al que aferrarse en estos tiempos inundados de insoportable olvido. Voces, también, como la de la Pasionaria, que a tantas jóvenes alentó a organizarse y luchar. Y voces, sin lugar a dudas, como las de nuestros propios abuelos y abuelas, padres y madres, cuyo testimonio es un tesoro que debemos apreciar, defender y compartir con aquellos que nos sigan el día de mañana.

Hoy más que nunca se vuelve necesario concienciarnos de la importancia de recoger el testigo de nuestros antepasados, evitar que el eco de sus vivencias se cubra de polvo y se disuelva en el aire como si jamás hubiese existido; conocer el pasado para entender el presente y enfrentar el futuro. En eso consiste la memoria histórica.

Maite Plazas

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