En el año 1917, el gran océano humano se levanta y se mueve, y en gran parte ese océano está formado por mujeres.

Alexandra Kollontai (1927).

Algún día, la historia escribirá sobre las proezas de estas heroínas anónimas de la Revolución que murieron en el frente, que fueron asesinadas por los Blancos y que soportaron las innumerables privaciones de los primeros años de la Revolución, pero continuaron enarbolando la bandera roja del poder soviético y el comunismo.

Sin embargo, de este mar de mujeres en bufandas y gorras desgastadas, emergen inevitablemente las figuras de aquellas mujeres a quienes el historiador o la historiadora dedicarán una atención especial, cuando, dentro de muchos años, escriban sobre la Gran Revolución de Octubre y su líder, Lenin.

Klavdia Nikolayeva era una mujer de origen muy humilde. Se unió a los bolcheviques en 1908, en los años de la reacción, y soportó el exilio y la prisión. En 1917, regresó a Leningrado y se convirtió en el alma de la primera revista para mujeres trabajadoras, Kommunistka. Era aún joven, llena de pasión e impaciencia. Pero sostuvo la bandera con firmeza, y defendió enérgicamente la idea de que las obreras, las campesinas y las esposas de soldados debían ser atraídas al Partido. ¡A trabajar mujeres! ¡Por la defensa de los soviets y del comunismo!

En las reuniones, ella hablaba todavía nerviosa e insegura, pero atrayendo a otros a que la siguieran. Fue una de las que llevó sobre sus hombros todas las dificultades relativas a la preparación del camino para la amplia y masiva participación de las mujeres en la Revolución; una de las que luchó en dos frentes: por los soviets y el comunismo, y al mismo tiempo por la emancipación de la mujer. Los nombres de Klavdia Nikolayeva y Konkordia Samoilova –que murió en su puesto revolucionario (de cólera) en 1921– están indisolublemente ligados con los primeros y más difíciles pasos dados por el movimiento de mujeres trabajadoras, particularmente en Leningrado. Konkordia Samoilova fue una militante con un desprendimiento sin igual, una oradora brillante y experimentada que sabía cómo ganarse el corazón de las obreras. Aquellos y aquellas que trabajaron a su lado, recordarán siempre a Konkordia Samoilova. Era simple en su trato, sencilla en el vestir, exigente en la ejecución de las decisiones, y estricta consigo misma y con los demás.

Es imposible mencionarlas a todas, y ¡cuántas quedan en el anonimato!

Es un hecho claro e indiscutible que, sin la participación de las mujeres, la Revolución de Octubre no hubiera llevado la bandera roja a la victoria. ¡Gloria a las mujeres trabajadoras que marcharon bajo la bandera roja durante la Revolución de Octubre! ¡Gloria a la Revolución de Octubre que liberó a la mujer!

Lola Jiménez

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