Hace unos días, diversos medios de comunicación se han hecho eco de la propuesta de legalización de lo que se ha venido en llamar “aborto masculino”, llevada a cabo por el Partido Liberal del Oeste (LUF Vast) de Suecia.

Así, bajo la falaz careta de potenciar la igualdad entre géneros, el patriarcado muestra uno de sus lados más brutales. Si del resultado de tener relaciones sexuales surge un embarazo, el hombre podrá renunciar legalmente a su paternidad en las primeras dieciocho semanas, tiempo que coincide con el periodo durante el que las mujeres tienen derecho a abortar en ese país.

 

Esto supone que el padre biológico de la criatura no podrá conocer al niño o niña, pero claro, tampoco tendrá la obligación de hacerse cargo de su manutención; con lo que la mujer, si decide no aceptar esa decisión y no interrumpir su embarazo, tendrá que asumir ella sola todo lo que conlleve su maternidad. Vamos, hacer ley algo que, de hecho, ya sucede en la práctica más a menudo de lo que nos quieren hacer creer los miembros del LUF Vast.

Se pretende con ello ejecutar una apropiación ilegítima y reaccionaria, sobre la base de un falso concepto de igualdad, de un derecho que corresponde solo a la mujer: el derecho a decidir sobre su cuerpo y su maternidad como persona adulta, de plenas capacidades y en ejercicio de sus derechos. Nuevamente el patriarcado se apodera del derecho que, sobre su propio cuerpo tiene la mujer, y la penaliza, esta vez, en sentido contrario: si no se somete a un aborto, se enfrenta a la posibilidad legal de tener que afrontar sola su maternidad en todos los sentidos.

Esto no es igualdad, es populismo, es discriminación, es machismo, pero no igualdad. El derecho a decidir de la mujer sobre su propio cuerpo no solo no tendría que tener una consecuencia negativa, sino que tendría que contar con todas las garantías posibles para que este fuera realmente efectivo. Si decidir sobre finalizar un embarazo o no, se penaliza en cualquiera de los dos sentidos o en los dos a la vez, aumenta la presión sobre la mujer y la coloca en una posición claramente desigual con respecto al hombre, que no afronta las mismas consecuencias psicofísicas, sociales, económicas, laborales y legales que nosotras y, en última instancia, supone que las mujeres seamos tratadas como frívolas e incapaces -en la práctica- de poder decidir por y sobre nosotras mismas, sin el mejor y superior criterio masculino.

El patriarcado, fiel aliado del capitalismo, siempre está dispuesto a desarrollar nuevas y mejores estrategias para el sometimiento de las mujeres, incluso disfrazándolas de igualdad, algo que, los y las revolucionarias, nunca debemos perder de vista. La manipulación ideológica está siempre en primera línea de batalla, y es fácil caer en la trampa de la mentirosa demagogia igualitaria. Las mujeres sabemos que hay que seguir luchando por la igualdad enfrentando al capitalismo, sistema que aprovecha al patriarcado para ejercer una mayor opresión, especialmente sobre las mujeres trabajadoras (prueba de ello es, precisamente, la propuesta de ley del LUF Vast). No hay derechos plenos en el capitalismo, tampoco el derecho al aborto, y ello nos lleva a entender que es necesario el cambio de sociedad, no sólo una parcelita de la sociedad. Para las trabajadoras, la única lucha superadora de la opresión y la explotación, la única salida que tenemos para la liberación como clase y como género, es la lucha por el socialismo y el comunismo.

Luisa de la Torre

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