El espectáculo parlamentario.

En el orden parlamentario español se viven días confusos. Fragmentada como nunca la representación parlamentaria, asistimos atónitos a un espectáculo sin precedentes. Unos, los autodenominados “populares”, bostezando de pasmosa inmovilidad. Otros, los autodenominados “socialistas”, divididos entre el bostezo de sus “barones” y la embriaguez de un hipotético asalto al gobierno. Los demás, con independencia de cómo se autocalifiquen, tratando de hacer todo tipo de cábalas para saldar cuentas con las diferentes partes de la amalgama constituida, adelantándose a la nueva temporada de Juego de Tronos, o tratando simplemente de sobrevivir (en el caso de eso que se llamó Izquierda Unida).

 

Mesas, cámaras altas y bajas, negociaciones y amagos de negociación, encuentros regios y plantones no menos regios, presión mediática y empresarial, grupos, subgrupos, confederaciones de grupos, préstamo de diputados, subvenciones, tiempos de intervención, efectismo mediático… y pasillo, sobre todo mucho pasillo.

Ante la mirada estupefacta del pueblo se desarrolla un espectáculo versallesco de resultado incierto, tras cuyos telones se libra una endiablada lucha por configurar las formas que adoptará en adelante la arquitectura capitalista en España.

Dos escenarios posibles, dos modelos de gestión capitalista.

Lo cierto es que, tal y como comentábamos en anteriores artículos, el resultado electoral ha arrojado un empate casi técnico entre los representantes de las dos posibles formas de gestión capitalista: los viejos y nuevos liberales y los socialdemócratas de viejo o de nuevo cuño. Reconocemos no obstante que las formas de prometer la Constitución de 1978 de estos últimos, los nuevos socialdemócratas digo, han sido de lo más original e, incluso, susceptibles de conmover a los sectores sociales comprometidos con la justicia social. Son las nuevas pieles de cordero del lobo de siempre (con el perdón de tan noble animal), las mismas chaquetas de pana de aquel ya lejano 82, pero en una versión renovada que va mucho más allá del ya antiguo 2.0.

Sobre la mesa, con nuevas elecciones o sin ellas, se juega lo que se juega, que no es otra cosa que la forma de gestión capitalista del país. Y no es poca cosa, que conste, porque resulta evidente que habrá cambios. Cambios empujados por una crisis de caballo sobre los que sobrevuelan de nuevo, si es que en algún momento se han ido, los nubarrones de una nueva tormenta económica internacional. Y, claro, no es lo mismo quién habite en la Moncloa a la hora de empujar las cosas hacia un lado u otro del bloque dominante oligárquico - burgués que rige los destinos del país. De ahí lo duro de la contienda parlamentaria, del equilibrismo en la cúspide, de la búsqueda de la inspiración en el entorno portugués, alemán o griego (¡ah no, griego, ya no!).

Pero que nadie se equivoque, la salida será española y, si se me permite, muy española; tan española que la situación recuerda aquella expresión de Pío Baroja que describía la revolución burguesa en España como un pesado carro tirado por mariposas, sin que a la fecha esté excluida todavía la posibilidad de unas nuevas elecciones generales.

¿Quién nos está gobernando?

Y mientras tanto mandan los de siempre. El gobierno en funciones despacha los asuntos urgentes de un país regido, en todo lo fundamental, por grandes grupos empresariales que hacen y deshacen a su antojo en este cortijo llamado España.

Los monopolios mandan sobre la vida de millones de trabajadores y trabajadoras, y continúan los despidos, los desahucios, los cortes de suministros… Se extienden lo contratos sin derechos, los salarios de miseria, el hambre (¡sí, el hambre!), la marginalidad y todas las formas imaginables e inimaginables de exclusión social.

Hace unos días escuchaba en un programa de televisión, por llamarlo de alguna manera, cómo Mario Conde analizaba la res pública. Venía a decir, en un arrebato de sinceridad, que la situación actual –de falta de gobierno, con excepción de esa gente en funciones- no era mala del todo. Así, los que mandan de verdad, lo harían sin estorbo alguno de esa cosa llamada Estado cuyas funciones nunca debería haber pasado de organizar una buena policía, que mantenga la chusma a raya, y un ejército con las mismas funciones pero con capacidad de saquear lo que se pueda fuera de la piel de toro.

No le faltaba razón a Mario Conde, desde el punto de vista de quienes amasan fortunas fuertemente cogidos de la mano invisible del mercado. El problema es que esa misma mano es la que estrangula al pueblo trabajador. Esa doble función, de llenar los bolsillos de unos pocos y extender por doquier el sufrimiento de muchísimos, ha quedado acreditada estos días por el informe de Intermon Oxfan en el que se señala cómo el 1 % más rico de la población español concentra más riqueza que 35 millones de personas. Esa pequeña pero poderosa plutocracia cuya inversión en paraísos fiscales creció un 2000 % a lo largo de 2014.

Y, como siempre, ¿qué hacer?

Eso de la democracia, en el capitalismo, no es más que la dictadura de los menos a costa de casi todos. Pero de éstos últimos una gran parte aún cree en los cantos de sirena de quienes prometen un futuro mejor sin lucha, con un mero cambio de gobierno (“gobierno de progreso” le dicen ahora), dentro del redil parlamentario. Incluso hay quienes todavía ven la solución a sus problemas en fortalecer el orden mediante eso que llaman la “gran coalición”, pues ya se sabe que estas cosas con Franco no pasaban.

Pero lo cierto es que el capitalismo (le llamen como le llamen) está acumulando material explosivo sin cesar. Y esa explosión, tarde o temprano, llegará. No se puede engañar a todos todo el tiempo, y la gente (como se dice ahora) aprende de sus propia experiencia. En nuestro país, la mano invisible del mercado ha movido durante décadas con el guante izquierdo a gobiernos títeres socialdemócratas, mientras que con el derecho ha movido a los más o menos liberales. No hay ninguna razón para creer que ahora, esos títeres más o menos maquillados de naranja o violeta, cubriendo la mano invisible con guantes de seda vayan a cambiar las cosas. Y si queda algún ingenuo, en el día en que se escriben estas líneas, la Comisión Europea, el brazo armado de la UE, ha dejado claro que convendría que unos y otros dejaran de hacer el indio y que las “reformas” deben continuar.

Y es que la mano que mueve el mercado, la que nos estrangula sin piedad, cada día es más visible, y nos consta que la clase obrera de este país no es ciega. Llegarán momentos difíciles, donde la organización y la lucha obrera pasen a primer plano. Ahí deben concentrarse todos los esfuerzos de quienes vemos las cosas más claras que el agua de Varadero. Porque, por mucho que les pese los nubarrones anuncian tempestad.

R.M.T.

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