Hace 40 años, el 11 de septiembre de 1973, el ejército chileno acababa con la presidencia de Salvador Allende y con su gobierno. El golpe de Estado llevado a cabo por la fuerza armada de la burguesía chilena costó la vida a Allende y a miles de chilenos y chilenas miembros de la clase obrera y de los sectores populares. Terminó así la experiencia de un gobierno popular conquistado en la confrontación electoral. La dictadura fascista de la burguesía, encabezada por el General Pinochet, duró hasta principios de 1990.
En las elecciones presidenciales de 1970, Salvador Allende, candidato de la Unidad Popular -coalición nucleada en torno a los partidos Socialista y Comunista-, obtiene el 36,6% de los votos -dos puntos menos que en las presidenciales anteriores-, siendo el candidato más votado ante la división de la derecha, que concurría con dos candidatos -Partido Nacional (35%) y Democracia Cristiana (28%). La poderosa movilización y organización de la clase obrera y sectores populares impulsó, por un lado, la concreción de la coalición Unidad Popular y, por otro, hizo bascular hacia el centro-izquierda a la franja social pequeñoburguesa y popular políticamente vinculada a la Democracia Cristiana, forzando a este partido a marcar diferencias con el Partido Nacional. Conforme a la legislación chilena de entonces, correspondía al Congreso designar al presidente al no obtener ninguno de los candidatos la mayoría suficiente. Allende es elegido Presidente de Chile con el apoyo de la Unidad Popular y la Democracia Cristiana.
Con esta partida de nacimiento inicia su andadura el gobierno popular. En minoría parlamentaria y forzado a moverse dentro del cauce legal del Estado burgués, el gobierno de Allende emprende un programa audaz llevando al límite las posibilidades constitucionales. Así, en el primer año, nacionaliza la minería y grandes empresas, impulsa la reforma agraria con la recuperación de dos millones de hectáreas de tierra, congela los precios y aumenta los salarios, dándose un crecimiento económico del 8%. Estas medidas recrudecen la lucha de clases interna. La nacionalización de la minería, en manos, hasta entonces, de los emporios estadounidenses de Rockefeller y Rothschild, es respondida por el imperialismo yanqui con el boicot a los productos chilenos y el hundimiento del precio del cobre en el mercado internacional. Ello da pie a otra medida audaz del gobierno de Chile como la suspensión del pago de los intereses de la deuda externa.
En medio de la agudización de la lucha de clases, las elecciones municipales de 1971 dan el 49,7% a las candidaturas de la Unidad Popular. Esa señal fue captada por la burguesía con toda la carga de peligro que proyectaba sobre sus intereses. Inmediatamente se redoblan las técnicas de sabotaje e intimidación (acaparación de productos y desabastecimiento, campañas intoxicadoras en los grandes medios de comunicación, manifestaciones exigiendo el suministro de alimentos –acaparados por los mismos sectores sociales que se manifestaban-, creación de brigadas para sembrar el terror, huelgas para colapsar el funcionamiento del aparato económico, ...) con el fin de reducir la base social del gobierno y crear condiciones propicias para el golpe de Estado.
La clase obrera, los sectores populares y sus organizaciones políticas y sociales respondían con grandes movilizaciones y esfuerzos singulares para mantener en funcionamiento la estructura económica. Las fuerzas se tensaban al máximo y las organizaciones de la izquierda con mayor influencia trataban de resolver los problemas en base a una estrategia subordinada a la acción de gobierno. Años después del golpe de Estado, Volodia Teiltelboim, dirigente del Partido Comunista de Chile, reconocería que no se atuvieron a la teoría marxista del Estado, desatendiendo, como vanguardia, los factores necesarios para conducir la inmensa movilización obrera y popular a la toma del poder.
Hoy, cuando se desarrollan procesos populares en América Latina que movilizan a grandes masas, conquistan gobiernos y despiertan muchas expectativas, tanto dentro como fuera del continente, creo oportuno recordar algunos pasajes del discurso pronunciado por Fidel el 2 de diciembre de 1971, en el Estadio Santiago de Chile, en la despedida de su visita de tres semanas a ese país.
“Nadie piense que hemos venido a aprender algunas de las cosas que nos aconsejaban algunos libeluchos o algunos sesudos de las teorías políticas reaccionarias, que decían que qué bueno que veníamos a aprender de elecciones, de parlamento, de libertades determinadas de prensa, etcétera. Pero ya nosotros aprendimos bastante de todo eso. Durante 50 años conocimos muchas de esas libertades burguesas, capitalistas; y conocimos sus instituciones demasiado bien”.
“Todas las sociedades, todos los sistemas sociales caducos, cuando estaban próximos a ser abolidos, se defendieron. Y se defendieron con tremenda violencia a lo largo de la historia. Ningún sistema social se resignó a desaparecer de motu propio”.
“Las medidas primeras tomadas por el gobierno de la Unidad Popular —medidas que golpearon fuertemente a poderosos intereses imperialistas, medidas que culminaron con la recuperación de riquezas fundamentales del país, medidas que se caracterizaron por el avance de las áreas sociales, medidas que se caracterizaron por la aplicación de una ley de reforma agraria (que no la hizo el gobierno de Unidad Popular, y que fue una ley de reforma agraria concebida con otros objetivos: una ley de reforma agraria muy limitada, y, realmente, muy tibiamente aplicada cuando se aprobó)—, esas medidas han comprobado, puede decirse, la gran verdad histórica de que el proceso de cambios genera una dinámica de lucha. Y las medidas realizadas ya, y que constituyen el inicio de un proceso, han desatado la dinámica social, la lucha de clases; han desatado la ira y la resistencia -como en todos los procesos sociales de cambio- de los explotadores, de los reaccionarios. .. ¿Qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones ya no les garantizan el dominio? ¿Cuál es su reacción cuando los mecanismos con que han contado históricamente para mantener su dominio les fracasan, les fallan? Sencillamente, los destruyen. No hay nadie más anticonstitucional, más antilegal, más antiparlamentario y más represivo y más violento y más criminal que el fascismo”.
“Están viviendo el momento del proceso en que los fascistas -para llamarlos como son- están tratando de ganarles la calle, están tratando de ganarles las capas medias de la población. En determinado momento de todo proceso revolucionario, los fascistas y los revolucionarios luchan por ganar el apoyo de las capas medias de la población”.
Una revolución es poderosa “¡por la razón, por la fuerza de la razón y por la fuerza física y de pueblo que acompaña a la razón!”.
“Podemos decir que no estamos completamente seguros de que en este singular proceso el pueblo, el pueblo humilde -que es la inmensa mayoría del pueblo- haya estado aprendiendo más rápidamente que los reaccionarios, que los antiguos explotadores".
“Los revolucionarios saben el destino de las revoluciones aplastadas… lo caro que cuestan las derrotas a los pueblos”.
Como dijera el presidente argelino Buteflika, “Fidel viaja al futuro, regresa y lo explica”.
Juan Rafael Lorenzo