[El capitalista] “Primero, quiere producir un valor de uso que tenga un valor de cambio, un artículo destinado a la venta, una mercancía. Y segundo, quiere producir una mercancía cuyo valor sea superior a la suma de valores de las mercancías invertidas en su producción, de los medios de producción y de la fuerza de trabajo para los que adelantó su buen dinero en el mercado. No sólo quiere producir un valor de uso, sino una mercancía, no sólo valor de uso, sino valor, y no sólo valor, sino también plusvalía”. [El Capital: Sección Tercera, Libro I. Cap V: Proceso de trabajo y proceso de valorización]
La ley del valor-trabajo (o ley del valor, a secas) constituye uno de los elementos centrales de la economía política marxista. El punto de partida reside en la producción mercantil, base fundamental del modo de producción capitalista.
Fruto de esa producción de mercancías se originan unos bienes y servicios que se “intercambian” en el mercado a cambio de una suma determinada de dinero (precio). El intercambio de mercancías esconde una paradoja: las mercancías al mismo tiempo son diferentes entre sí y, a la par, deben ser equiparables.
Los devaneos de la economía burguesa.
Este breve pasaje, con el que abrimos la columna, demuele toda la teorización de la economía política clásica y neoclásica acerca de la formación del valor. Pese a que Smith y Ricardo ya habían apuntado la idea del coste de producción, es Marx quien descubre que la ley del valor implica, necesariamente, la explotación por parte de los poseedores de los medios de producción sobre los no-poseedores, que sólo tienen su fuerza de trabajo (que no el trabajo) que ofertar en el mercado.
La potencialidad revolucionaria que se desprendía de la comprensión del carácter explotador que revisten las relaciones de producción capitalistas llevó a los economistas burgueses a idear toda una serie de explicaciones alternativas.
Por una parte, trataron de hacer recaer el valor en la utilidad de la mercancía (el valor de uso, exclusivamente) cometiendo un error de bulto. Si residiera en el valor de uso el peso del valor de la mercancía, el pan —por poner un ejemplo— sería más caro que los diamantes, cosa que no ocurre en la vida real.
Pero, además, la utilidad —el valor de uso— de la mercancía guarda relación con las características del potencial consumidor. En otros términos, quien sólo puede permitirse un único par de gafas al año, ese par concreto representará una importancia mayor que para quien puede permitirse cambiar de gafas tantas veces como desee.
En otras ocasiones, se ha hecho recaer el valor únicamente en el precio de coste de producción. Pese al grado de verdad que hay en tal apreciación, su unilateralidad nos aboca en realidad a colocar en otra instancia la fuente del valor. En efecto, si tomamos una mercancía cualquiera y tratamos de desgranar su valor estrictamente a partir de los costes de producción de los elementos que la componen veremos que, al final, el coste de producción se reduce al trabajo que ejercen distintos trabajadores sobre los bienes que produce la naturaleza.
El otro gran factor sobre el que se pretende explicar la formación del valor se atribuye a la ley de la oferta y la demanda. El valor de una mercancía —se nos dice—será mayor cuanto más amplia sea su demanda, y a la inversa.
Tras la aparente verosimilitud de esta posición, la realidad nos demuestra que la oferta y la demanda sólo explican las oscilaciones de precios coyunturales de una mercancía dada en un periodo de tiempo concreto. La tendencia es que los precios de las mercancías siempre se coloquen a la altura de sus valores correspondientes.
Por otro lado, si el argumento fuera cierto, implicaría que a una demanda (o una oferta) similar, dos mercancías cualesquiera debería venderse al mismo precio. Por ejemplo, una oferta del mercado de diez coches y otra de diez bolígrafos, si cuentan con una demanda similar, sus precios de venta deberían coincidir. Naturalmente eso no ocurre.
En el próximo número de esta columna nos adentraremos en el carácter revolucionario de la ley del valor.
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