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Desde hace unos años desde diferentes corrientes ideológicas y desde diferentes agrupaciones políticas se afirma que la clase obrera es algo del pasado, que ahora lo que prima en la sociedad son los ciudadanos y que, de entre los ciudadanos, existen aquellos que reciben un salario precario por su trabajo, acuñando para estos últimos, el término “precariado”. Pero ¿existe el “precariado”?, ¿existe la ciudadanía?

 

Aquellos que afirman que la clase trabajadora ya no es relevante tanto para la economía como para la vida política de la sociedad o bien miente deliberadamente o directamente no sabe de lo que habla. Lo cierto es que el trabajo asalariado sigue siendo la principal fuente de ingresos de las familias, lo que significa que la mayoría de la sociedad necesita vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para poder vivir y mantener a los suyos. Por tanto, podemos afirmar, a falta de un análisis mucho más profundo que nos ocuparía cuatro artículos como éste, que la clase trabajadora sigue siendo fundamental en nuestra sociedad.

Teniendo claro esto, podemos afirmar que la ciudadanía como tal, al igual que la clase media, es un invento, que las clases sociales se siguen diferenciando por las categorías clásicas, es decir: burguesía, o aquellos que tienen la propiedad de los medios de producción; y por otro lado, la clase obrera, que trabaja para los primeros. La ciudadanía, por tanto, es un invento, del mismo modo que lo es el “precariado”. No podemos dividir a la gente por su mayor o menor nivel de explotación. ¿Acaso una trabajadora de una fábrica, un ayudante de cocina, un minero, un barrendero o una camarera no tienen los mismos intereses de clase? El hecho de que determinados sectores de la producción y de la economía estén ocupados por jóvenes y con condiciones laborales mucho peores que en otros sectores no significa que sean una clase social diferente. Lo que algunos llaman “precariado” no es más que la clase trabajadora explotada de una forma mayor que otros sectores, pero siguen siendo clase obrera. El hecho de que tengan menos derechos laborales viene dado, entre otros factores, por la falta de organización y lucha sindical en estos sectores. Los barrenderos de Madrid, los mineros y otros sectores que han conquistado derechos tendrían las mismas dificultades que el mal llamado “precariado” si no hubieran luchado por sus derechos.

Del mismo modo que no podemos hablar de “precariado” y que no podemos dividir a la clase obrera en función de su mayor o menor explotación en el centro de trabajo, tampoco podemos dividir a la clase trabajadora en función de su edad y por tanto la estrategia de los sindicatos clasistas deberá tender a la unión de la clase en su conjunto. Si comprendemos que existe una sola clase obrera, independientemente de su edad, sexo o procedencia, comprenderemos que la estrategia de los sindicatos no va en la línea de crear políticas especiales para jóvenes, para parados, para migrantes o para las diferentes particularidades que puedan existir dentro del conjunto de la clase trabajadora.

La política de actuación que los sindicatos de clase deben de tener para con la juventud trabajadora no debe ir encaminada a separar a esta parte de las y los trabajadores en función de la edad, sino a conseguir mejorar sus derechos e incorporarlos a la lucha por los derechos de la clase obrera en su conjunto.

La juventud trabajadora debe comenzar a organizarse en los diferentes centros de trabajo, sindicarse y comenzar a luchar por sus derechos. Somos parte de una misma clase trabajadora, con los mismos intereses de clase y con unos mismos objetivos.

Guillermo de Tuya

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