La actual epidemia de fiebre hemorrágica que afecta a los países de Nigeria, Liberia y Sierra Leona se debe, como la gran mayoría conoce, al virus del ébola. Este brote epidémico ya ha causado dos millares de infectados y más de un millar de muertos.

El virus es un agente procedente de los murciélagos frugívoros de África que puede transmitirse a otras especies animales, entre ellas el ser humano, a partir de ahí los animales infectados pueden transmitirlo por contacto directo a través de las secreciones (sudor, sangre, saliva…). El cuadro clínico se caracteriza por un periodo de incubación de unos 14 días, de 2 a 21, y la aparición súbita de fiebre, debilidad intensa y dolores musculares, de cabeza y de garganta, lo cual va seguido de vómitos, diarrea, erupciones cutáneas, disfunción renal y hepática y, en algunos casos, hemorragias internas y externas. La mortalidad de esta enfermedad es variable y oscila entre el 50 y el 90% siendo una de las enfermedades más letales que se conocen. A día de hoy no hay aprobado ningún tratamiento o vacuna, con lo que lo único que se puede tratar al paciente es con tratamiento sintomático y medidas de soporte vital, haciéndose fundamentales las medidas de aislamiento, ya que es una patología altamente contagiosa. 

Esta enfermedad como otras fiebres hemorrágicas u otras enfermedades infecciosas sin tratamiento alcanzan niveles tan elevados de mortalidad debido fundamentalmente a dos razones: en primer lugar,  por los bajos niveles socio-sanitarios de los países donde la enfermedad es más prevalente y, en segundo lugar, debido al escaso interés de las farmacéuticas por elaborar o comercializar un tratamiento para una enfermedad poco “rentable”.

No es casualidad que la mayor causa de mortalidad de los países situados en los eslabones más bajos de la cadena imperialista sean las infecciones. La gran mayoría de la población en estos países son trabajadores que sufren unas condiciones de explotación muy duras y que no poseen ni pueden costearse ninguna cobertura sanitaria, por lo que se carece no solo de las medidas preventivas y de higiene básicas sino que tampoco poseen medios de soporte (ambulatorios y hospitales) o tratamientos eficaces. Esto condiciona que la posibilidad de contagio sea mayor, elevada incidencia, y que las consecuencias sean peores, mayor morbimortalidad,  independientemente del patógeno que se trate. Estas condiciones son propicias para que muchas enfermedades controladas o casi erradicadas en otros países con una buena cobertura sanitaria, como la tuberculosis, la malaria o el sarampión se extiendan y causen millones de muertos anuales aun existiendo vacunas o tratamientos altamente efectivos.

Por otra parte las grandes oligarquías farmacéuticas tienen escaso interés en elaborar tratamientos baratos y seguros contra estas patologías. La mayoría de líneas de tratamientos que se investigan hoy día tienen un alto coste de producción y venta haciendo imposible que se generalice su uso en los países en vías de desarrollo. El tratamiento experimental utilizado recientemente no es una excepción: ZMapp se trata de un tratamiento de anticuerpos con un elevado precio que puede costar varios centenares de dólares. Así pues tanto este como otros tratamientos están focalizados a países o personas con un elevado nivel adquisitivo que puedan permitirse costearlo. Tampoco podemos obviar que el objetivo de este tratamiento no era crear una cura para el ébola en las zonas endémicas, si no que la financiación de la investigación de este tratamiento proviene del ejército estadounidense para protegerse de un eventual ataque terrorista con este patógeno. 

El miedo de la población ante posibles pandemias también se emplea para hacer un negocio por parte de estas compañías, al igual que pasó en 2009 con el virus de la gripe H1N1.  Se utiliza a la OMS y a los medios de comunicación como medios de presión para acelerar los trámites de las agencias farmacológicas (poniendo en riesgo la seguridad de los pacientes) y obtener contratos beneficiosos con otros servicios sanitarios públicos o privados. El hecho de que ya se haya aprobado la comercialización del tratamiento ZMapp en Nigeria, Liberia y Sierra Leona les permitirá, no solo obtener los beneficios inherentes a su comercialización, si no utilizar estos países como campo de prueba para extender dicha comercialización a países situados en los eslabones más altos de la cadena imperialista.

Para concluir es importante reseñar que la única enfermedad erradicada en el mundo también se trata de un virus con una alta mortalidad y que afectaba a países en vías de desarrollo, la viruela. Debido a una campaña de vacunación sin precedentes a escala global producida y financiada ampliamente por la Unión Soviética y el resto de países del bloque socialista durante las décadas de los 60, 70 y 80, hace más de 20 años que no se ha producido ningún caso.  Si contraponemos los dos modelos sanitarios, uno basado en garantizar la salud de las personas independientemente del nivel socioeconómico y otro basado en la obtención de beneficios haciendo de la salud un servicio comercializable, vemos que solo uno es sostenible en el tiempo y garantiza la curación efectiva de las enfermedades. 

Pau Román

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