Numerosos pensadores marxistas, desde Rosa Luxemburg en La acumulación del capital hasta Ernest Mandel, han explorado desde diferentes perspectivas el desarrollo de las contradicciones que podrían conducir a una crisis importante, con un consenso casi general en un punto: el capitalismo solo será reemplazado (al menos por una formación social no bárbara) si es derrocado por la acción del proletariado.
A la pregunta ¿existen límites al capitalismo que puedan conducir a una agonía más o menos lenta? Ya Ernest Mandel consideró el impacto potencial de la automatización: “La extensión de la automatización más allá de cierto límite conduce inevitablemente, primero, a una reducción del volumen total de valor producido y, luego, a una reducción del volumen de plusvalía realizada. Esto, a su vez, desencadena una cuádruple crisis de colapso”. Otro límite es lo que François Chesnais denominó la “barrera ecológica y climática infranqueable”: los dos límites o barreras absolutas que el capitalismo debería afrontar son, por lo tanto, la automatización y el medio ambiente.
Chesnais y Husson coinciden en anunciar una sociedad cada vez más bárbara si el capitalismo no es derrocado. La revolución tecnológica proporcionaría técnicas de control de la población y, por lo tanto, de mantenimiento del orden social.
Tom Thomas resume la tesis fundamental de su obra: el límite ya se ha alcanzado en gran medida y si el capitalismo se encuentra en una fase de “senilidad”, “es porque la producción de plusvalía tiende a estancarse, o incluso a retroceder, porque su fuente, esencialmente el trabajo obrero, ha terminado por agotarse, paradójicamente bajo el efecto mismo de los esfuerzos desplegados por los líderes capitalistas para aumentar esta producción”. Por lo tanto, el trabajo humano sigue siendo esencial por el momento en la producción capitalista (lo que, por supuesto, no justifica en absoluto la compresión salarial). Esto también demuestra la expansión global del trabajo asalariado industrial (básicamente ignorada por Thomas).
Para Tom Thomas, esta dificultad para extraer plusvalor adicional está detrás de la desaceleración de las ganancias de productividad (efectivamente verificada a pesar del desarrollo de nuevas tecnologías) y de las inversiones debido a la caída de las tasas de ganancia.
En esta situación, las ayudas públicas, la expansión del capital financiero y el gasto militar constituyen muletas para el capital. Según el autor, las TIC y la IA tendrán pocas repercusiones positivas, salvo permitir un control cada vez más totalitario sobre las y los trabajadores (y extraerles un poco más de plusvalor absoluta) y, más allá de eso, sobre la población. Además las nuevas tecnologías tienen impactos ambientales negativos porque requieren enormes cantidades de energía y agua e implican la extracción contaminante (y que también consume agua y energía) de minerales y metales. El autor enfatiza que muchas patologías se correlacionan con los estilos de vida y las condiciones laborales cuyo tratamiento curativo cuesta más a la sociedad que el preventivo, pero es una fuente mayor de beneficios.
Tom Thomas señala acertadamente que reactivar el crecimiento supone agravar los problemas ecológicos repercutiendo en los costos económicos y humanos de dicho crecimiento. “Hay dos caminos opuestos, y solo dos, para el futuro de la humanidad. Uno suicida [es decir, el que acompaña a esta autodestrucción], el otro revolucionario, comunista” (pág. 107).
En el contexto de la crisis, un nuevo fascismo podría estar en el horizonte, pero, según Tom Thomas, un punto esencial lo distingue del fascismo de la década de 1930: la interpenetración de los aparatos productivos impide profundizar demasiado en el nacionalismo económico y político. Además, este neofascismo también difiere de sus predecesores en otro punto: la forma de ejercer el poder. Si bien la demagogia nacionalista, antiislámica y antiinmigrante es un instrumento esencial de la burguesía, la represión es cada vez más la respuesta a los movimientos populares, el arma concreta más efectiva de los dominantes es la tecnología y lo que esta permite en términos de manipulación, vigilancia y control de las poblaciones. Un “poder tecno-despótico” (p. 132), muy autoritario, pero alejado de las formas de ejercicio del poder de los fascistas de la década de 1930.
“No se necesita una revolución comunista para que el capitalismo se derrumbe, pero sí necesitamos una revolución así para que la humanidad no se derrumbe con él” (p. 163).
Marcos M. Rodríguez Pestana