El 30 de abril de 1975 los comunistas del Frente Nacional de Liberación de Vietnam (incluida la guerrilla del Viêt Công) y los de las Fuerzas Armadas de la República Democrática de Vietnam liberaron la ciudad de Saigón del yugo imperialista yanqui y del de su representante sudvietnamita, el gobierno fantoche de Nguyên Van Thieu. Concluían así 30 años (1945-1975) de lucha heroica contra el colonialismo francés y el imperialismo norteamericano. Una imagen para la historia: el personal de la embajada US en Saigón huyendo despavorido en helicópteros posados en la azotea del edificio cercado por entusiastas revolucionarios vietnamitas.

1954 marca el año de la derrota de las tropas francesas en la batalla de Dien Bien Phu (13 de marzo – 7 de mayo de 1954), una ciudad mediana situada al noroeste de Vietnam. Igualmente es el año de la celebración de la Conferencia de Ginebra (26 de abril - 20 de julio) entre los gobiernos de Francia y de la República Democrática de Vietnam presidido por Hô Chí Minh para decidir el futuro de las naciones que componían la Indochina francesa. Unas negociaciones en las que se aprobaron los llamados Acuerdos de Ginebra que preveían, entre otros apartados como la total independencia de Laos y Camboya, la partición de Vietnam en dos estados por el paralelo 17: La República Democrática de Vietnam con capital en Hanoi y el Estado de Vietnam con capital en Saigón. Asimismo, se acordó la celebración de un referéndum en los dos Vietnam para determinar por voto popular su separación definitiva o su reunificación en 1958. Un referéndum y unos acuerdos que no respetaron Francia ni la “comunidad internacional” ante el posible triunfo comunista en las votaciones. Desafío que provocó un potente levantamiento comunista-nacionalista por la reunificación y la soberanía nacional de Vietnam, y al que se enfrentaría militarmente quien desde hacía tiempo conspiraba para reemplazar al colonialismo francés en esa región del Sudeste Asiático, es decir Estados Unidos, que, además, había financiado gran parte del esfuerzo de guerra galo.

Para materializar tal confrontación, primero el 2 de agosto de 1964 la armada yanqui originó un incidente con el ejército de Vietnam del Norte en el Golfo de Tonkín invadiendo sus aguas territoriales; después, el 19 de diciembre del aquel año, EE.UU. asumió el golpe de Estado del general Nguyên Khánh, jefe de la Junta dirigente de Vietnam del Sur, y la disolución del Alto Consejo Nacional (ACN), y por último, utilizando estos sucesos, el presidente Johnson solicitó al Congreso una intervención militar masiva de Estados Unidos en Vietnam. De nuevo, supercherías de la CIA, como lo fueron el hundimiento en 1898 del acorazado norteamericano Maine en la bahía de La Habana o “las armas de destrucción masiva” en Irak en 2003, pretextaban el inicio de otra guerra encarnizada que marcaría durante más de diez años a la humanidad.

Detener el comunismo en el Sudeste Asiático

Estados Unidos deseaba acabar con la dinámica revolucionaria en la región del Sudeste Asiático. En el punto de mira se hallaba también China que ya había sido hostigada durante la Guerra de Corea (1950-1953), pero, igualmente, consolidar su hegemonía mundial. La segunda guerra de Vietnam después de la debacle francesa ejemplificaría ese anhelo imperialista. Por tanto, la contienda en Vietnam configuró internacionalmente las relaciones de fuerzas entre revolución y contrarrevolución, es decir entre los bloques oriental (China-URSS) y occidental. Sin embargo, los acontecimientos irían demostrando a los cuatro presidentes norteamericanos involucrados en la cruenta y asimétrica guerra (Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon), y a su industria armamentista principal beneficiaria del conflicto bélico, que la realidad no era como desde los despachos de la CIA se elucubraba. Al contrario, poco a poco el beligerante Tío Sam con su injerencista “teoría del dominó” (contener la propagación comunista) se fue sumiendo en un avispero doloroso y de costosa salida. Así, en un tiempo relativamente corto los efectivos militares yanquis pasaron de 185.000 soldados en 1965 a 540.000 en 1968, mientras incesantes  bombardeos sobre Vietnam del Norte buscaban destruir su industria y su red de comunicaciones. Pese a ello, la resistencia vietnamita fue ejemplar. En el campo militar los MIG 21 de fabricación soviética plantaron batalla a los F-4 Phanton norteamericanos; las alcantarillas de las ciudades y los túneles cavados con arrojo en plena selva sirvieron de refugios antiaéreos y de audaces puntos defensivos, y cada vez que un puente o una carretera era destruida, con impresionante energía, hombres, mujeres y niños la reponían inmediatamente y seguía operativa. Los/as comunistas de Vietnam del Norte, y la población vietnamita en su inmensa mayoría, realizaron enormes esfuerzos por resistir y sobreponerse. Resistir y sobreponerse a las bárbaras agresiones del ejército estadounidense que no escatimó esfuerzo ni experimentación armamentística para exterminar metódicamente a todo un pueblo. Es decir, para consumar un terrible genocidio.

República Socialista de Vietnam

“Quienquiera que haya pasado cierto tiempo en las zonas de combate ha visto cabezas de prisioneros mantenidas bajo el agua, gargantas oprimidas por bayonetas, víctimas con astillas de bambú hundidas bajo sus uñas, cables de un teléfono de campaña conectados a brazos, pezones o testículos”. Esta declaración, entre otras muchas, sobre las torturas y mutilaciones realizadas por las fuerzas estadounidenses, y recogidas en un informe elaborado por el filósofo y Premio Nobel de Literatura inglés, Bertrand Russel, apareció en el New York Times Magazine del 28 de noviembre de 1965 mostrando la barbarie que nutría a una potencia ocupante que empleó los métodos más infames de tortura y las armas más crueles y sofisticadas (agentes químicos, gases nerviosos, napalm, defoliantes, bombas de fósforo, “agente naranja”, este último causante de unos 4 millones de muertos en el Sudeste Asiático, aparte sus secuelas) en una guerra que sabía de antemano perdida. Un conflicto, por otra parte, rechazado a nivel mundial, en particular por la juventud, que  mostró su firme solidaridad con la lucha antiimperialista del pueblo vietnamita; al tiempo que traumatizaba a quienes eran la carne de cañón de la guerra: los hijos de la clase obrera norteamericana que desertaban o se drogaban desesperadamente. Una situación insostenible, que junto a importantes derrotas yanquis: Khe Sanh, las ofensivas del Tet y Pascua, etc., precipitaron, en 1973, la salida de Estados Unidos de Vietnam. Después, el avance comunista por la unidad territorial, por la libertad y por el socialismo fue irresistible. Finalmente, con la Ofensiva de Primavera, caía fulminante Saigón, y con ella se alcanzaba el fin de la guerra. Era un 30 de abril de 1975, y el precio pagado por los vietnamitas era altísimo: más de 3 millones de muertos e infinidad de heridos y mutilados; pero por primera vez EE.UU. mordía el polvo de la derrota, y los vietnamitas, el 26 de julio de 1976, proclamaban su anhelada República Socialista de Vietnam. 

José L. Quirante

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