En un contexto marcado por una ofensiva sin precedentes del capital contra la clase trabajadora, la posición de los sindicatos mayoritarios ante la guerra y el militarismo merece un análisis profundo. La propuesta del secretario general de UGT, Pepe Álvarez, de establecer un impuesto específico para financiar el gasto militar —planteado como una forma de “solidaridad” con los soldados y el esfuerzo bélico del Estado— no solo revela la subordinación del sindicalismo institucional al marco del capitalismo de guerra, sino que también evidencia el abandono total de cualquier horizonte transformador.
Desde una perspectiva clasista, esta postura no puede interpretarse como un error táctico, sino como la confirmación del papel que estos sindicatos desempeñan en la reproducción del orden vigente. Lejos de combatir las causas estructurales de la guerra —una guerra de la OTAN contra Rusia, alimentada por los intereses del imperialismo estadounidense y europeo—, o del genocidio que el ente sionista de Israel perpetra desde hace un año y nueve meses contra el pueblo palestino —ante la total impunidad garantizada por las potencias occidentales—los dirigentes sindicales se limitan a legitimar los gastos armamentísticos mientras las condiciones de vida de millones de trabajadoras y trabajadores se deterioran día a día.
La guerra está siendo utilizada como un mecanismo para intensificar la explotación y el control social. La transferencia masiva de recursos públicos a las industrias de armamento no es un accidente: es parte del proyecto político del capitalismo en crisis. En lugar de rechazar frontalmente esta deriva belicista y exigir una inversión urgente en servicios públicos, educación, sanidad y pensiones, los sindicatos mayoritarios apuestan por integrarse aún más en la lógica del Estado capitalista, actuando como gestores de su decadencia.
La propuesta de un impuesto para sufragar el gasto militar es, en este sentido, especialmente perversa. No solo significa cargar sobre los hombros del pueblo trabajador los costes de una guerra ajena a sus intereses, sino que además perpetúa la idea de que el militarismo es una necesidad inevitable del sistema. Bajo el pretexto de la “seguridad” y la “defensa nacional”, se pretende imponer una aceptación resignada del desvío de fondos públicos hacia la destrucción, mientras se normaliza la miseria en los barrios obreros y se recortan servicios esenciales.
Todo esto ocurre en un momento de profunda desmovilización y desmoralización de la clase obrera. Tras la canalización institucional de las grandes movilizaciones sociales de hace una década, y ante la traición sistemática de los dirigentes sindicales, muchas luchas surgen sin continuidad ni estrategia, condenadas a desaparecer sin dejar rastro. Por ello es una necesidad urgente ir más allá del sindicalismo tradicional y avanzar hacia formas de organización sindical y política desde y para la clase trabajadora.
La construcción de comités y consejos obreros, independientes de las estructuras burocráticas, que analicen, coordinen y prolonguen las luchas en el tiempo, es hoy más necesaria que nunca. Comités y consejos obreros que no solo defiendan los derechos inmediatos de la clase trabajadora, sino que articulen una estrategia a largo plazo: enfrentar la guerra con internacionalismo, enfrentar la explotación con organización, enfrentar el genocidio con solidaridad y lucha. Solo una clase trabajadora organizada políticamente podrá poner fin a esta economía de muerte. La paz no vendrá de quienes fabrican las armas. La dignidad no vendrá de quienes nos invitan a financiar su guerra. Y la justicia no vendrá de quienes hacen negocios con el genocidio. Es hora de volver a hablar de socialismo, de poder obrero, de revolución.
Es hora de volver a levantar la bandera de la lucha de clases, con una perspectiva clara: la toma del poder político por parte de la clase trabajadora. Solo así podremos construir una alternativa real a este sistema agónico que nada más nos ofrece que represión, destrucción y guerra.
Glòria Marrugat