“El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos. Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta..., los valores de uso son, además, el soporte material del valor de cambio”. (K. Marx, El Capital, Tomo I)
Marx, en el mismo escrito nos señala que la mercancía es, “en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, de cualquier clase que ellas sean”. Desde que esto se escribió, el capitalismo en decadencia ha degradado, condicionado o al menos, alterado, dos conceptos (o la percepción de los mismos): el de la propia mercancía y el de necesidad.
Las necesidades, jerarquizadas por Maslow, se han tornado en los últimos tiempos, tal y como Bauman desarrolló, deseos y más aún anhelos. Philip Kotler1 las definió como «una sensación de carencia de algo, un estado fisiológico o psicológico”. Bajo este prisma, la necesidad deja de ser objetiva, física, material, para convertirse en «sensación de carencia».
Por eso, el capitalismo, sediento de acumulación, conquistó, primero los mercados externos, ajenos al capitalismo, espacios de conquista que Rosa Luxemburgo calificó como “conditio sine qua non” de la acumulación y que en realidad constituyeron simplemente un acto contratendencial, temporal, para mantener a raya los fantasmas de la caída de la tasa de ganancia. Luego se lanzó a por esferas no mercantilizadas hasta el momento, no territoriales, a veces ni siquiera corpóreas, que incluso formaron parte de lo interno, de lo íntimo.
Esas carencias que Kotler señaló, son cada vez mayores. Vivimos en la “anomia” de Durkheim, un estado en el que las expectativas no están claras y el sistema social que mantiene a las personas funcionando se ha desmoronado. No estamos ante un nuevo tipo de estructura y su correspondiente superestructura, sino ante la decadencia y el fin de la hasta ahora vigente y su colapso general. La hiperindividualización, fruto de la degradación del sistema y su obra más ilustre, impide que determinadas carencias se cubran desde lo comunal: la identidad, la seguridad, el afecto, la familia, la amistad, la patria. Elementos que hasta ahora solo así se podían abordar.
Sin embargo, el capitalismo ha inventado el consumismo como instrumento universal de satisfacción y cura de antojos, deseos o anhelos y carencias, aunque se trate de un remedio ilusorio, fugaz y precario. Es así como la propia mercancía se hace etérea, pierde cuerpo y solidez y deja de ser algo “externo” para ser lo que sea que pueda generar beneficios (no valor) y satisfacer, no ya las necesidades humanas, sino los más básicos instintos individuales, aunque se ejerzan algunos, de forma colectiva. Marx ya nos advirtió de los procesos de mercantilización del Capital, sobre el trabajo humano, el arte, la naturaleza...
De esta forma, por ejemplo, la identidad deja de ser colectiva y se individualiza a partir de la “elección” del fetiche correspondiente. El coche, un sombrero o un libro no solo cubren las inmediatas aspiraciones y caprichos, sino que se convierten en atrezo de nuestra individualidad, escaparate de nuestra diversidad. La conciencia uniforme de clase en la producción, en la fábrica, es sustituida por la divergencia del consumo, del centro comercial. Del ser productor, proletario, al ser consumidor. Del ser social, al individual, libre para ejercitar nuestro hedonismo, nuestro narcisismo patrocinado por el Capital.
La patria se puede construir así, desde el consumo conjunto. Una central de compras para consumir mercenarios, privatizando el ejército y la defensa (al fin y al cabo, los intereses que defiende también son privados). Es un gasto colectivo, pero privado, suma de individuos que compran seguridad.
El mismo modelo sirve para la protección de nuestros hogares y comunidades vecinales frente a la amenaza interior. Las cámaras, la alarmas, las vallas, los seguros y los guardias, garantizan que nuestra “urba” (la versión mercantilizada de nuestros barrios) sea segura frente a los de fuera, los ocupas, los ajenos.
La ultraindividualización es enemiga de esfuerzos comunes, de compromisos y afectos. El amor que sobrevive es el amor propio. Las relaciones sexuales-afectivas cobran sentido solo a través de Tinder, mercantilizadas, llevando al ostracismo al “mercado ambulante de las relaciones”, al encuentro casual, libre de premeditación y alevosía. El nuevo amor, ahora “poliamor” se gentrifica en el “súper” de las app relacionales. Por un módico precio podemos consumir compañía desechable, acorde a la nueva obsolescencia programada. Una tarifa plana y sin permanencia. ¡Qué más se puede pedir!
La amistad se desliga del estorbo de ataduras físico-corporales para ser “likes” en unas redes sociales que nos prometieron la democratización de las relaciones comunicacionales y nos sometieron a la lógica del algoritmo del Capital.
La ruptura de la retrógrada familia tradicional, realmente nos libera de la inoportuna “conciliación familiar” y nos abre un amplio abanico de empresas de los cuidados que no solo ofrecen un servicio profesional, médico, fisiológico, externo y material, sino que es capaz por un precio adecuado, cubrir de afecto postizo, postural (acorde a los valores de hoy) a nuestros dependientes.
Vientres de alquiler, comercio de órganos, centros penitenciarios a medida... Todavía hay margen para delegar en el mercado aquello que anhelamos, que necesitamos… Solo hay que confiar en las “startup” de turno y las posibilidades de comercialización que nos ofrecen: intercambio de parejas, de viviendas con fines vacacionales, alquiler de vehículos privados, de espacios ajardinados con piscina y barbacoa, de locomoción para compartir gastos, de suscripciones televisivas, comida basura, tele-manitas, sicarios, desocupas… El único límite es la imaginación… y el bolsillo.
Abandonada para siempre la utopía o la distopía por cuanto de construcción social tienen, en este sistema capitalista nos queda solo la salida del suicidio egoísta que definió Durkheim o su traslación sistémica, aplicando la OTAN y su empeño por dinamitar el mundo.
Por ello, no pretendemos la nostalgia de otros tiempos pasados que no fueron mejores, sino el último esfuerzo de unión colectiva que nos empuje a un nuevo acto heroico, que nos traslade de la decadencia presente, a un nuevo amanecer. Una última atadura colectiva y de masas, esta permanente y que cambie para siempre la correlación de fuerzas, que genere un nuevo paradigma de vida. Tan solo pedimos una oportunidad a la humanidad, pedimos la Revolución y el Socialismo.
Kike Parra