Las trabajadoras llevamos bastante tiempo en una situación de precariedad laboral y encadenando contratos temporales, bajos salarios, pensiones que no alcanzan para sobrevivir, altas tasas de paro y un largo etcétera de condiciones laborales de sobreexplotación, que a veces ocupan un espacio anecdótico en los medios de propaganda del sistema.  La mayoría femenina alcanza una proporción de siete a tres en los contratos que conjugan parcialidad y temporalidad y se acerca al tres por dos tanto en el paro de larga duración como entre quienes buscan su primer empleo, dos datos que ilustran las mayores dificultades que tenemos las mujeres tanto para acceder al empleo, como para recuperarlo tras haberlo perdido.

Elizabeth es pastelera de profesión, pero aquí trabaja de cuidadora y limpiadora, está en paro, la despidieron por la Covid. Llegó a Canarias el 2016 buscando un mejor vivir y ante la pregunta de si ha notado diferencia de trato como migrante en los últimos tiempos contesta sin vacilar… “en septiembre cumplo 5 años y en lo personal yo desde que estoy aquí nunca lo he tenido fácil así que no sabría decir si hay cambios o no”.

Se describe como “aperrada”, expresión chilena, …”significa que le pongo el hombro a lo que venga, soy trabajadora y tengo la fortaleza de saber ponerme en pie después de tantas derrotas y sobre todo con una gran sonrisa, así me conoce mi gente y mi familia que tanto extraño”.

Que la crisis generada por el coronavirus no afectaba por igual a todo el mundo  era una evidencia señalada  en artículos y estudios con criterio, la cuarta entrega del estudio de prevalencia del Ministerio de Sanidad avala con datos que si eres mujer trabajadora te ves afectada en mayor medida por la pandemia, tu género y clase determinan que te veas más expuesta al contagio. 

De los 4,7 millones, el 9,9%, de la población española,  que se han contagiado con SARS-CoV-2 en 2020, destacan  varios colectivos con mayor seroprevalencia: personal sanitario (16,8%) y cuidadoras de personas dependientes a domicilio (16,3%). También las personas de nacionalidad no española (13,1%). Aunque la diferencia entre mujeres y hombres (10,1% frente a 9,6%) es pequeña, los trabajos altamente feminizados son de los que más exposición al virus experimentan: tareas de limpieza (13,9%) y trabajo en residencias (13,1%). Dos sectores con prevalencia superior, que desvela el mayor riesgo al que se exponen las profesiones ligadas a las tareas de cuidados y en primera línea de la COVID. La asignación del rol de cuidadora a las mujeres pone el foco en sanitarias, servicios de lavandería y cocina en hospitales, cuidadoras, trabajadoras de residencias, de servicios de limpieza en general, dependientas o cajeras, además de las empleadas de hogar.

 

¿Por qué las mujeres escribimos menos en los órganos de expresión políticos? ¿Por qué participamos menos en la vida “política”? ¿Por qué nos cuesta tomar la palabra en una reunión? ¿Por qué nos dedicamos en mayor medida al ámbito organizativo y no a la dirección política?

Es una evidencia, las mujeres participamos menos en este órgano de expresión, el Unidad y Lucha. Y no solo eso, sino que normalmente (siempre hay excepciones para todo) intervenimos menos en los debates políticos que nuestros compañeros de batallas. Y no solo eso, sino que, evidentemente, el número de mujeres que se deciden a militar, a dedicar su vida a la lucha política, es mucho menor que las de los hombres. ¿Casualidad? Seguro que no.

“Lo vivo mal porque me cuesta vivir en esta diatriba de dejar a los míos en manos de otra persona para poder cuidar de otros, yo no sé pero a me afecta bastante esta ambivalencia… me lo tendré que trabajar, fuera de la pandemia y demás, porque va implícito dentro de nuestro trabajo y nuestra vocación de de cuidado que tenemos los sanitarios en general”.

Natalia vivió la primera ola con un importante estrés y ansiedad porque a toda la carga asistencial, a la humedad, a tener que estudiar y enfrentar una patología nueva, se añadió el confinamiento en casa y los niños sin colegio y sin capacidad de reaccionar, sin que se facilitaran ayudas para conciliar. Se prohibieron todo tipo de permisos o excedencias por cuidado de familiares, en su caso ambos progenitores son sanitarios y la situación se complicaba en exceso,…”se presuponía que teníamos que estar dispuestos a dar el do de pecho y tener que trabajar muchísimo más de lo que nos correspondería, incluso en este tipo de situaciones. Se presuponía que teníamos que doblar turnos, aumentar las horas de guardia, etc., pero la realidad es que teníamos a nuestros menores a cargo descuidados porque además en nuestro caso y en el caso de muchos compañeros los recursos que teníamos eran familiares de alto riesgo, con lo cual los desechamos de la ecuación, complicando muchísimo más toda la situación”.

“La diferencia fundamental entre las tres olas, la primera por novedosa y porque había que hacer, estábamos ante un tragedia sin comparación, pues había que tirar pa,lante con lo que fuera, la segunda ola hubo mucha rabia, mucho enfado y la tercera ola lo veo como que es abatimiento”.

Natalia Flores Amador es lo que se ha dado en llamar personal de primera línea, una trabajadora que en la pandemia el poder descubrió y publicitó como esencial, y a la que más allá de definir como heroína y algún reconocimiento o aplauso público las administraciones han abandonado a su suerte en todas las fases, poéticamente declaradas “olas”, tal como ella misma nos cuenta, el personal sanitario ha sufrido un revolcón tras otro en esta marejada llamada COVID.

Los anticonceptivos hormonales supusieron un gran avance en la libertad sexual de la mujer, su legalización en España supuso el control de las mujeres sobre sus cuerpos. Pero detrás de este gran avance se escondían algunos de los mayores ataques contra la mujer.

Si bien como método anticonceptivo la famosa píldora presenta múltiples ventajas, también son numerosos sus riesgos como la formación de trombos, afectaciones al sistema endocrino o aumentar las posibilidades de sufrir cáncer de mama. Además, este método conlleva innumerables efectos secundarios sobre el plano emocional y físico; como es la demostrada disminución de la libido, pero claro, la libido de la mujer poco importa en este sistema patriarcal; o las náuseas, los dolores o el aumento de peso. Pero no es este el único ataque que ocultan los anticonceptivos hormonales, el mayor riesgo de los anticonceptivos hormonales para las mujeres llegó con su uso como medicamento.

El fascismo en España ha dejado innumerables retratos de horror de diversos tipos pero que siguen enterrados lejos de la memoria colectiva. El robo de bebés es uno de los episodios más tortuosos por su extensión en número y por lo sistemático del procedimiento, que lejos de reducirse a una “transacción económica” - por muy deleznable que ya sea esto de por sí- se trató de un arma de opresión política y de género contra las mujeres republicanas y obreras.

Distinguimos diferentes etapas, comenzando la primera en 1938 y siendo caracterizada por seguir doctrinas psiquiátricas importadas de la Alemania nazi como la “teoría del gen rojo”, por el que los hijos e hijas de las mujeres republicanas debían ser apartados de ellas para que éstos no fueran contagiados por la “ideología antipatriótica” de sus madres, siendo las cárceles de mujeres el sitio propicio para llevar a cabo esta práctica de forma masiva. En 1940 y 1941 se aprueban diferentes órdenes ministeriales que permiten inscribir y dar nombre en el Registro Civil a cualquier menor supuestamente no identificado, estableciendo así la herramienta legal para blanquear esos robos de bebés que no son más que otra forma de opresión contra las mujeres republicanas.

Ángela Figuera Aymerich

Es recurrente el pensamiento de que, a lo largo de la historia, las mujeres no han escrito tanto como los hombres, sostenido por argumentos como “no tenían tanto tiempo libre” o “no tenían acceso a la misma formación académica”, pero esto es preciso matizarlo y corregirlo. Ambas cuestiones, “tiempo libre” y “formación académica”, son asunto no solo de género, también de clase. Si bien hombres y mujeres burguesas recibían siglos atrás una instrucción distinta, con distintas materias, y ocupaban roles diferentes tanto en la familia como en la sociedad; está claro que, en un contexto en el que hasta no hace demasiado la clase obrera no tenía acceso a la educación, era en su mayoría analfabeta y vivía para trabajar, no iban a aparecer muchos escritores de esta extracción social, perteneciesen a uno u otro género, pero menos aún del femenino. Ya Virginia Woolf llamó la atención sobre estos factores sociológicos en Una habitación propia (1929): “Una mujer debe tener dinero y un cuarto propio si ha de escribir”.

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