Puede que el poder del Estado burgués sea debilitado por el auge del movimiento de masas, pero de ninguna manera será aniquilado de este modo, si el ímpetu de las masas se disipa en el juego de la contrarrevolución, el capital se verá en seguida más fuerte, saliendo más vigoroso de la contienda, erigirá una dictadura fascista y restaurará la “paz laboral” en los términos dictados por los propietarios.

Se puede constatar en todos los países industrializados de Occidente la tendencia a poner punto final al servicio militar generalizado, formando unidades de élite para combatir sublevaciones y acciones de guerrillas, sustituyendo a los soldados proletarios por asesinos profesionales con un equipamiento y entrenamiento técnico perfectos. La fraternización de un ejército profesional con las masas revolucionarias es puramente utópica.

Parece que crece la tendencia a cerrar los ojos a las condiciones militares de una revolución, en el mismo grado en que el aparato represivo se especializa en la liquidación de disturbios y sublevaciones.

Hay que advertir que Engels llama al sufragio universal instrumento de dominación de la burguesía. El sufragio universal, dice, basándose evidentemente en la larga experiencia de la socialdemocracia alemana, es “el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual”.

El proletariado necesita del poder estatal, organización centralizada de la fuerza, organización de la violencia, tanto para sofocar la resistencia de los explotadores como para dirigir a una gigantesca masa de la población, a los campesinos, a la pequeña burguesía y a los semiproletarios, en la obra de “poner a punto” la economía socialista.

Existe la necesidad para los partidos burgueses, incluyendo a los más democráticos y “democrático revolucionarios”, de intensificar la represión contra el proletariado revolucionario, de fortalecer el aparato represivo, es decir, la misma máquina del Estado.

La dictadura de una clase es necesaria no sólo en general, para toda la sociedad dividida en clases, no sólo para el proletariado después de derrocar a la burguesía, sino también para todo el período histórico que separa el capitalismo de la “sociedad sin clases”, del comunismo.

La introducción de las máquinas en el proceso de producción ha causado siempre profundas crisis de desocupación, superadas sólo lentamente por la elasticidad del mercado de trabajo. Los obreros fabriles y los campesinos pobres son las dos energías de la revolución proletaria. Especialmente para ellos el comunismo representa una necesidad primordial: su llegada significa la vida y la libertad, la permanencia de la propiedad privada significa el peligro inminente de ser triturados, de perder hasta la vida física.

Todo trabajo revolucionario tiene probabilidades de buena salida solamente cuando se basa en las necesidades de su vida y en las exigencias de su cultura [en las condiciones materiales, sociales y culturales]. Esto debe ser comprendido por los líderes del movimiento proletario y socialista.

La producción industrial debe ser controlada directamente por los obreros organizados en las fábricas, la actividad de control debe ser unificada y coordinada a través de organismos sindicales puramente obreros; los obreros y los socialistas no pueden concebir de utilidad a sus intereses y a sus aspiraciones un control de la industria ejercido por los funcionarios del Estado capitalista.

El centralismo democrático, que es un “centralismo” en movimiento, por así decir, o sea, una continua adecuación de la organización al movimiento real, un contemperar los impulsos de la base con el mando de arriba, una inserción continua de los elementos que provienen de las profundidades de la masa en el molde sólido del aparato de dirección que asegura la continuidad y la acumulación regular de las experiencias; este centralismo es “orgánico” porque tiene en cuenta el movimiento, es decir, el modo orgánico de revelación de la realidad histórica, y no se entumece mecánicamente en la burocracia y, al mismo tiempo, tiene en cuenta todo cuanto es relativamente estable y permanente o que, por lo menos, se mueve en una dirección fácil de prever, etc. el centralismo democrático vive en la medida en que es interpretado y adaptado continuamente a las necesidades.

Se puede decir que los partidos tienen la tarea de formar dirigentes capaces, son la función de masa que selecciona, desarrolla y multiplica los dirigentes necesarios para que un grupo social definido se articule, y deje de ser un caos tumultuoso para convertirse en un ejército político orgánicamente predispuesto. Cuando un partido oscila en la masa de sufragios obtenidos pasando de unos máximos a unos mínimos que parecen extraños y arbitrarios, puede deducirse que sus cuadros son deficientes, cuantitativa y cualitativamente. Un partido que obtiene muchos votos en las elecciones locales y menos en las de mayor importancia política es cualitativamente deficiente en su dirección central.

No puede existir igualdad política completa y perfecta sin la igualdad económica. La confusión entre el Estado-clase y la sociedad regulada es propia de las clases medias y de los pequeños intelectuales. Sólo el grupo social que se plantea como objetivo a conseguir la desaparición del Estado, y de sí mismo, puede crear un Estado ético.

El hombre conoce objetivamente en la medida en que el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario; pero este proceso de unificación histórica se produce con la desaparición de las contradicciones internas que laceran la sociedad humana, contradicciones que constituyen la condición de la formación de los grupos y el nacimiento de las ideologías no universales concretas, pero que el origen práctico de su sustancia hace inmediatamente caducas. Lo que los idealistas llaman “espíritu” no es un punto de partida, sino un punto de llegada, el conjunto de las superestructuras en devenir hacia la unificación concreta y objetivamente universal y no ya un presupuesto unitario.

Hay acuerdo entre el catolicismo y el aristotelismo en la cuestión de la objetividad de lo real.

El antihistoricismo metódico no es más que metafísica. Que los sistemas filosóficos hayan sido superados no excluye que hayan sido históricamente válidos y hayan cumplido una función necesaria.

La filosofía de la praxis continúa la filosofía de la inmanencia [de Hegel] pero la depura de todo su aparato metafísico y la conduce al terreno concreto de la historia. La filosofía de la praxis es el “historicismo” absoluto, la mundanización y la terrenalidad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto de la historia.

El hombre conoce objetivamente en la medida en que el conocimiento es real para todo el género humano históricamente unificado en un sistema cultural unitario; pero este proceso de unificación histórica se produce con la desaparición de las contradicciones internas que laceran la sociedad humana, contradicciones que constituyen la condición de la formación de los grupos y el nacimiento de las ideologías no universales concretas, pero que el origen práctico de su sustancia hace inmediatamente caducas. Lo que los idealistas llaman “espíritu” no es un punto de partida, sino un punto de llegada, el conjunto de las superestructuras en devenir hacia la unificación concreta y objetivamente universal y no ya un presupuesto unitario.

Hay acuerdo entre el catolicismo y el aristotelismo en la cuestión de la objetividad de lo real.

El antihistoricismo metódico no es más que metafísica. Que los sistemas filosóficos hayan sido superados no excluye que hayan sido históricamente válidos y hayan cumplido una función necesaria.

La filosofía de la praxis continúa la filosofía de la inmanencia [de Hegel] pero la depura de todo su aparato metafísico y la conduce al terreno concreto de la historia. La filosofía de la praxis es el “historicismo” absoluto, la mundanización y la terrenalidad absoluta del pensamiento, un humanismo absoluto de la historia.

Es la vanguardia del proletariado la que forma e instruye a sus cuadros, dotándolos de un arma –su conciencia teórica y la doctrina revolucionaria- con la que se aprestan a afrontar a sus enemigos en las batallas que han de venir. Sin este arma, el Partido no existe, y sin el Partido, ninguna victoria es posible.

En su primera fase sindical, la lucha económica es espontánea, es decir, que nace ineludiblemente por la misma situación en que se encuentra el proletariado en el régimen burgués, pero no es por sí misma revolucionaria, no lleva necesariamente al derrumbamiento del capitalismo, como han sostenido y continúan sosteniendo cada vez con menos éxito los sindicalistas. Tan cierto es esto que los reformistas, e incluso los fascistas, admiten la lucha sindical elemental, pero sostienen que el proletariado como clase no debe mantener otra lucha que la sindical. Para que la lucha sindical se convierta en un factor revolucionario, es necesario que el proletariado la acompañe de la lucha política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de ser el protagonista de una lucha general que afecta a todas las cuestiones vitales de la organización social, es decir, que tenga conciencia de luchar por el socialismo.

La crisis del comercio mundial producida en 1847 había sido la verdadera madre de las revoluciones de febrero y marzo de 1848, y que la prosperidad industrial, que había vuelto a producirse paulatinamente desde mediados de 1848 y que en 1849 y 1850 llegaba a su pleno apogeo, fue la fuerza animadora que dió nuevos bríos a la reacción europea otra vez fortalecida.

Lamartine discutía a los luchadores de las barricadas el derecho a proclamar la República, alegando que esto sólo podía hacerlo la mayoría de los franceses; había que esperar a que éstos votasen, y el proletariado de París no debía manchar su victoria con una usurpación. La burguesía sólo consiente al proletariado una usurpación: la de la lucha.

La emancipación del proletariado es la abolición del crédito burgués, pues significa la abolición de la produccíón burguesa y de su orden. El crédito público y el crédito privado son el termómetro económico por el que se puede medir la intensidad de una revolución. En la misma medida en que aquellos bajan, sube el calor y la fuerza creadora de la revolución.

Nadie se mostraba más fanático contra las supuestas maquinaciones de los comunistas que el pequeñoburgués, que estaba al borde de la bancarrota y sin esperanza de salvación.

Hasta el más mínimo mejoramiento de su situación es, dentro de la república burguesa, una utopía; y una utopía que se convierte en crimen tan pronto como quiere transformarse en realidad. Al convertir su fosa en cuna de la república burguesa, el proletariado obligaba a ésta, al mismo tiempo, a manifestarse en su forma pura, como el Estado cuyo fin confesado es eternizar la dominación del capital y la esclavitud del trabajo.

El revisionismo no es otra cosa que una generalización teorética hecha desde el ángulo del capitalista aislado. Teóricamente ¿de dónde procede este punto de vista si no de la vulgar economía burguesa? La teoría del revisionismo es una teoría de estancamiento del movimiento socialista, construida con la ayuda de la economía vulgar, sobre una teoría de estancamiento capitalista. Como Bernstein cree que es posible regular la economía capitalista y llega con el tiempo a la creencia en la posibilidad de poner remedio a sus males [paliando las contradicciones del capitalismo].

En la historia de la sociedad burguesa la reforma legislativa sirvió para fortalecer progresivamente la clase naciente [la burguesía] hasta que ésta fue lo bastante poderosa para adueñarse del poder político, suprimir el sistema jurídico entonces imperante y construir por sí misma uno nuevo.

Desde la aparición de la sociedad dividida en clases, que reconoce la lucha de clases como el contenido esencial de su historia, la conquista del poder político ha sido la mira de todas las clases nuevas.

Una transformación social y una reforma legislativa no se diferencian según su duración, sino de acuerdo con su contenido. El secreto del cambio histórico a través de la utilización del poder político reside precisamente en el paso durante un período histórico de una a otra forma de sociedad.

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