Las Ciencias Naturales de la primera mitad del siglo XVIII se hallaban tan por encima de la antigüedad griega en cuanto al volumen de sus conocimientos e incluso en cuanto a la sistematización de los datos, como por debajo en cuanto a la interpretación de los mismos, en cuanto a la concepción general de la naturaleza. Para los filósofos griegos el mundo era, en esencia, algo surgido del caos, algo que se había desarrollado, que había llegado a ser. Para todos los naturalistas del período que estamos estudiando el mundo era algo osificado, inmutable, y para la mayoría de ellos algo creado de golpe y porrazo.

Hay que señalar los grandes méritos de la filosofía de la época que, a pesar de la limitación de las Ciencias Naturales contemporáneas, no se desorientó y -comenzando por Spinoza y acabando por los grandes materialistas franceses- esforzándose tenazmente para explicar el mundo partiendo del mundo mismo y dejando la justificación detallada de esta idea a las Ciencias Naturales del futuro.

Lyell fue el primero que introdujo el sentido común en la geología, sustituyendo las revoluciones repentinas, antojo del creador, por el efecto gradual de una lenta transformación de la Tierra.

“Si la liberación de la mujer es impensable sin el comunismo, el comunismo es también impensable sin la liberación de la mujer”. La sentencia de Inessa Armand pudiera remitir a un lugar común. Pero es mucho más. Es un programa político que quiebra con lo más impedido de las vulgarizaciones mecanicistas del marxismo.

Resulta difícil obviar que existe relación entre la mejora de las condiciones de la mujer y los avances en materia de igualdad en los países donde se trató de construir el socialismo, sin embargo a nivel global los avances y retrocesos, así como las diferencias y grados de las conquistas en el camino de la emancipación de las mujeres son notables.

Alexandra Kollontai, la primera ministra de la historia, tardaría tan solo seis meses en advertir que además de declarar la igualdad por ley era necesario implementar medidas para combatir lo que hoy se denominaría ideología patriarcal.

El patriarcado, que surge en las primeras sociedades clasistas, no es un producto del modo de producción capitalista y, por tanto, no desaparece automáticamente junto con la propiedad privada de los medios de producción. Perdura en el tiempo en los procesos de edificación del socialismo por algo más que la inercia de las costumbres arraigadas.

El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economia política. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana.

[…]

Estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas {las manos] al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posicion erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito transito del mono al hombre.

Las funciones para las que nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco sus manos durante los muchos miles de años que dura el período de transición del mono al hombre sólo pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas.

La mano no es sólo el órgano del trabajo, es también producto de él. Únicamente por el trabajo, por la adaptación a nuevas y nuevas funciones, por la transmisión hereditaria del perfeccionamiento especial así adquirido por los músculos, los ligamentos y, en un período más largo, también por los huesos, y por la aplicación siempre renovada de estas habilidades heredadas a funciones nuevas y cada vez más complejas, ha sido cómo como la mano del hombre ha alcanzado ese grado de perfección que la ha hecho capaz de dar vida, como por arte de magia, a los cuadros de Rafael, a las estatuas de Thorwaldsen y a la música de Paganini.

En el capitalismo puede reconocerse una religión. Es decir: el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de los mismos cuidados, tormentos y desasosiegos a los que antaño solían dar una respuesta las llamadas religiones.

Tres rasgos son reconocibles, en el presente, de esta estructura religiosa del capitalismo. En primer lugar, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que jamás haya existido. En él, todo tiene significado sólo de manera inmediata con relación al culto; no conoce ningún dogma especial, ninguna teología. Bajo este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa. Esta concreción del culto se encuentra ligada a un segundo rasgo del capitalismo: la duración permanente del culto. Este culto es, en tercer lugar gravoso. El capitalismo es, presumiblemente, el primer caso de un culto que no expía la culpa, sino que la engendra. En el ser de este movimiento religioso, que es el capitalismo, reside la perseverancia hasta el final, hasta la completa inculpación de Dios el estado de desesperación mundial en el que se deposita justamente la esperanza. La expansión de la desesperación al rango de condición religiosa del mundo, de la cual debe esperarse la curación. La trascendencia de Dios ha caído. Pero no está muerto, está incluido en el destino humano. Su cuarto rasgo es que su Dios debe ser mantenido oculto, sólo cenit de su inculpación podrá ser invocado.

En primer lugar, a lo largo de toda la onda larga expansiva hubo un continuo incremento de la composición orgánica del capital. Este concepto se refiere a relaciones de valor (vinculadas a relaciones técnicamente predeterminadas), no a cantidades físicas. Además no se refiere al valor del equipo en comparación con la partida de los salarios industriales (capital variable), sino al precio del equipo utilizado más los costes de las materias primas y la energía, dividido por los salarios.

En segundo lugar las condiciones específicas propias del comienzo de una revolución tecnológica, de la puesta en marcha de nuevas ramas industriales que garantizan enormes rentas (superganancias) tecnológicas a las empresas más importantes, desaparecen paulatinamente a medida que la revolución tecnológica comienza a generalizarse. Generalmente el paso de una onda larga expansiva a una onda larga de estancamiento va asociado, en la historia del capitalismo, a tales cambios desde la introducción revolucionaria hasta la generalización de las nuevas técnicas.

Para que la innovación siga a las invenciones es necesario que las importantes reducciones en los costes (avances en la productividad) vayan acompañadas de la posibilidad de una producción masiva (es decir, de una rápida difusión de los productos innovadores). Por esta razón el progreso técnico parece desacelerarse cuando el paso de la invención a la innovación se hace más difícil (es decir menos rentable) y cuando la difusión de técnicas y productos radicalmente nuevos se hace más arriesgada, como resultado del desaceleramiento general del crecimiento económico. No se pueden disociar de esta situación la estrategia y la función de los monopolios. La necesidad de asegurar en primer lugar una amortización total de la gigantesca inversión de capital realizada durante la onda anterior hace que sea extremadamente improbable que se puedan introducir rápidamente desembolsos de capital similares en sectores competitivos ( por ejemplo para pasar de la energía nuclear y los equipamientos nucleares a la energía solar).

La producción capitalista de mercancías tiende, por su misma naturaleza, a ser una producción para el mercado mundial, mientras que los capitales que organizan esa producción de mercancías de forma competitiva están estructurados en naciones-Estado burguesas. La producción generalizada de mercancías presupone la existencia de un valor de cambio independiente (dinero) separado y aparte de las mercancías producidas. Pero el dinero está estructurado en monedas nacionales. El impulso a expandir constantemente la acumulación de capital, a incrementar permanentemente la realización de plusvalor, junto con la necesidad de economizar el uso de la mercancía especial que sirve de equivalente universal, han conducido a una situación donde el oro por sí solo no puede cumplir su función de moneda mundial. Sólo es “moneda mundial en última instancia”.  

Marx define claramente qué  significó el interés de la clase burguesa. Así, en “La Sagrada Familia” (1845) señala: “La potencia de este interés fue tal que venció la pluma de un Marat, la guillotina de los hombres del “terror”, la espada de Napoleón, así como el crucifijo y la sangre azul de los Borbones”.

En la Gaceta Renana en 1848 escribe que las revoluciones de 1848 y 1789 eran “el triunfo de la burguesía, pero el triunfo de la burguesía era entonces el triunfo de un nuevo sistema social, la victoria de la propiedad burguesa sobre la propiedad feudal, del sentimiento nacional sobre el provincialismo, de la competencia sobre el corporativismo, del reparto sobre el mayorazgo, de las luces sobre la superstición, de la familia sobre el nombre, de la industria sobre la pereza heroica, del derecho burgués sobre los privilegios medievales”.

Debemos librarnos de los siguientes defectos:

a) Espíritu de capilla.

Nos preocupamos sólo por los intereses de la localidad sin tomar en consideración el conjunto del país.

b) Sectarismo.

Se escucha de buena gana a los amigos del grupo aun cuando estén equivocados, se los emplea lo mismo aunque se confiesen incapaces. Por el contrario, cualquiera que no tenga la suerte de gustar es sistemáticamente rebajado, no importa su valor. Sus observaciones, por justas que sean, jamás se toman en cuenta.

Este es un defecto muy grave. Hace perder cuadros a nuestra organización, debilita su unidad de miras y de acción. A menudo es causa de fracasos.

A primera vista puede parecer que la cuestión de Indochina y el Pacífico no interesa a los obreros europeos. Pero si se recuerda que:

a) Durante la revolución los aliados, al no tener éxito en su ataque a Rusia por el oeste, buscaron la forma de hacerlo por el este. Y las potencias del Pacífico, América y el Japón, desembarcaron tropas en Vladivostock, mientras que Francia enviaba regimientos de indochinos a Siberia para ayudar a los blancos.

b) Actualmente el capitalismo internacional tiene toda su fuerza vital en los países coloniales. Allí encuentran materias primas para sus industrias, plaza para sus capitales, salida para sus productos, mano de obra barata para su ejército de trabajo y, sobre todo, soldados indígenas para sus ejércitos de contrarrevolución. Un día u otro, Rusia revolucionaria tendrá que medirse con este capitalismo. Es necesario entonces que los camaradas rusos conozcan toda la fuerza y todas las maniobras cercanas o lejanas de su adversario.

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