En septiembre de 2013 anunciábamos desde estas páginas la publicación de una serie de artículos dirigidos a desenmascarar el programa con el que el oportunismo contemporáneo trata de atrapar a la clase obrera y a los sectores populares. A lo largo de seis meses, en otros tantos artículos, distintos cuadros del PCPE han puesto en evidencia lo falaz de ese programa y muy especialmente el documento de Izquierda Unida titulado “7 Revoluciones”. Cerramos ahora esa serie de artículos con el siguiente resumen.
Es necesario combatir con intensidad el oportunismo.
Quizás a lo largo de estos meses alguien se haya preguntado acerca de la necesidad de esta serie de artículos y hasta es posible que alguien nos haya tachado de sectarios, o de trabajar en contra de la manida “unidad de la izquierda”. Nada más lejos de la realidad.
Desde el estallido del actual episodio de la crisis general en que vive sumido el capitalismo, allá por el verano de 2007, el PCPE ha venido advirtiendo de los profundos riesgos que para la clase obrera comportaría toda salida de la crisis capitalista en otra dirección que no fuese el poder obrero y popular. Advertimos igualmente de los intentos de manipulación político-ideológica a los que se verían sometidos los trabajadores y trabajadoras.
Uno de los asuntos más turbios que hemos presenciado es la constante y creciente agresión a las formas de organización y lucha proletarias (con perdón de a quienes pueda molestar tan clásica expresión). Así, incluso desde sectores de la denominada “izquierda”, y en nombre precisamente de la unidad de esa “izquierda”, se ha tratado y trata de desprestigiar la organización sindical y política de la clase obrera. Se trata también de desprestigiar –o directamente de prohibir– toda forma organizada de lucha: molestan los bloques organizados en las manifestaciones, las pegatinas, las octavillas firmadas… y ya no digamos las banderas, especialmente si son rojas y en ellas figura la hoz y el martillo; se argumenta que las huelgas no sirven, que no habrá Revolución, se enfrenta lo pretendidamente nuevo a lo supuestamente viejo y surgen nuevas formas del más rancio anticomunismo, un nuevo “huevo de la serpiente”, versión 2.0, a través de cuya fina membrana no es difícil intuir al viejo reptil que tantos millones de muertos costó derrotar.
Y a esta agresión sirve la constante llamada a la movilización ciudadana, sin más, sin clases sociales y sobre todo sin lucha entre ellas. Todos y todas iguales, bajo un grado de “ciudadanismo” tal que permite la lucha unida del capitalista con el obrero, contra el corrupto, contra el político, contra una u otra forma de gestión, pero nunca contra el capitalismo. Y es precisamente ahí donde confluyen las oscuras cloacas del Estado, los intereses monopolistas, los llamados thinktanks y también las fuerzas oportunistas.
Siguiendo el castizo refrán de “a río revuelto ganancia de pescadores”, unos buscan bajar la presión de la “olla social” –no sea que el descontento la reviente–, otros ensayan nuevas formas de manipulación de masas –al estilo de las llamadas “revoluciones” de colores–, y los oportunistas buscan rentabilizar electoralmente la indignación. Son las distintas aristas de un proceso que ha encontrado la misma expresión en distintos países bajo la denominación de “movimiento de las plazas”, “movimiento de los indignados”, etc., y junto al “movimiento”, la ideología que lo envuelve (el poliédrico posmodernismo) y un programa político. Así, hemos visto pancartas en las plazas llamando a la “(R)evolución”, campañas publicitarias del Banco Santander bajo el lema “Revolución” y a Izquierda Unida proponer el programa de las “7 Revoluciones”, pero, como decía en un reciente artículo el camarada Juan Nogueira: “lástima que de las siete revoluciones, ninguna sea la que tumbe el capitalismo”.
Y es que se trata precisamente de eso, de evitar todo peligro para el poder de los monopolios conteniendo a la única fuerza social con capacidad de derrocar la dictadura capitalista: a la clase obrera. Por eso se atacan sus formas de lucha, por eso se ataca a sus organizaciones, por eso se trata de aislar y de destruir a su vanguardia. Y a esa estrategia sirve el programa oportunista, porque coloca a la clase obrera bajo bandera ajena, porque la aparta del camino de la lucha y la dirige al laberinto de la conciliación y el pacto social.
El imperialismo se está agotando, son tiempos de revolución.
La actual fase de la crisis general del imperialismo –del capitalismo actual– expresa su grado de agotamiento histórico. Hoy, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas permitiría satisfacer plenamente las necesidades de nuestros pueblos. Sólo hay una cosa que lo impide: el capitalismo, la propiedad privada capitalista de los medios de producción y las relaciones de producción capitalistas. Y eso es precisamente lo que de una u otra forma defienden los oportunistas, con independencia del grado de conciencia que cada uno de sus militantes tenga sobre sus actos. Por eso su objetivo es atacar “el neoliberalismo” y no el capitalismo, al que exonera en su discurso y en su programa político; por eso ni siquiera se plantea la ruptura con la Unión Europea y el euro, sino que pretende reformarlos en un pasmoso ejercicio de reaccionario idealismo; por eso se abandona la lucha por la salida de la OTAN, y se pide en cambio su disolución, como si las potencias imperialistas fuesen a desarmarse voluntariamente; y por eso tratan de que la clase obrera mire al pasado, defendiendo un ahistórico retorno a lo que se dio en llamar “Estado del Bienestar”. Como bien señalaba el camarada Armiche Carrillo, en su artículo “¿Por qué lo llaman revolución cuando quieren decir reforma?”: “hacer creer que el Estado de Bienestar es recuperable es falso, desde el punto de vista científico, y reaccionario desde el punto de vista político”.
Como apuntaba Lenin, es hasta ridículo el siquiera soñar con derribar el capitalismo si primero no se ha derrotado la hegemonía del oportunismo en el seno de la clase obrera. ¿Quién realizará esa tarea político-ideológica si la vanguardia renuncia a cumplir con su deber? La respuesta es sencilla, no lo hará nadie. Como no habrá nadie que le hable a la clase obrera de la necesidad del poder obrero y popular, de la necesidad de derrumbar la podredumbre capitalista y de construir sobre sus ruinas el socialismo–comunismo, que no sea el Partido Comunista, sus militantes, sus cuadros, sus materiales de agitación y también su periódico. Por eso molestamos, por eso se ensayan nuevas formas de anticomunismo, se ilegaliza a partidos hermanos en varios países, se encarcela y persigue a nuestra militancia.
En las condiciones actuales de agotamiento extremo de la formación capitalista, el poder recurrirá a formas de violencia extrema contra la clase obrera y contra los pueblos, su política tendrá continuidad a través de la guerra imperialista y se recurrirá a formas de dictadura descarnada. El poder de los monopolios ha declarado una guerra a muerte a la clase obrera en la que sólo habrá un vencedor. Esas son las condiciones en las que luchamos, son condiciones difíciles y lo serán aún más, por eso urge reagrupar al movimiento clasista sobre bases programáticas sólidas, por eso urge fortalecer los Comités para la Unidad Obrera y todas las expresiones organizativas llamadas a formar un frente obrero y popular contra el frente negro de la reacción y los monopolios, una alianza social que atice la lucha de clases y en condiciones de crisis revolucionaria se encuentre en condiciones de conquistar el poder obrero y popular, el socialismo–comunismo.
Nada de esto será posible en condiciones de predominio de las posiciones oportunistas, somos muy conscientes de ello. Por eso, precisamente, nadie debe esperar que desde esta trinchera de combate político-ideológico se rebaje ni un ápice la lucha contra el pantano capitalista, contra sus moradores y contra todo aquel que se desvíe hacia él, sólo así empujaremos la historia hacia la verdadera emancipación humana, sólo así daremos a luz el inicio de la verdadera historia de la humanidad.
RMT.