Tres días nos estuvieron preanunciando el fallecimiento de Suárez y el 23 de marzo se cumplieron los vaticinios. El Duque de Suárez palmó.

Se ha muerto, dicen, el paladín de “nuestra democracia”, ha fallecido el hombre que cambió la historia de España, se ha muerto una persona de consenso, se nos ha ido un baluarte del diálogo, nos ha dejado un icono de la libertad y la concordia. Los medios de comunicación lloriquean y gimotean al unísono mientras entonan las proezas del héroe de la transición.

Nosotros, que somos más cumplidos que un luto, tampoco queremos desaprovechar la ocasión para rememorar al Ministro Secretario General del Movimiento en el   gobierno de Arias Navarro tras la muerte de Franco, a un defensor  del Tribunal  de orden público. Cómo no íbamos nosotros a dar reconocimiento, en un trance tan triste, al artífice de la transición junto a Rosón, Manuel Fraga, Martín Villa y otros distinguidos demócratas. Cómo no íbamos nosotros a honrar a un hombre que conoció tan bien y tan dentro a la Brigada político-social, cómo no íbamos nosotros a conmovernos ante la muerte de un falangista que tanto hizo por la reconciliación y porque los vencidos dijéramos: !pelitos a la mar! , la guerra civil fue un mal entendido !aquí no ha pasao na!. Cómo no íbamos nosotros a compungirnos si se nos ha ido el principal firmante de los Pactos de la Moncloa y la Constitución del 78 que pusieron la guinda  a la obra de Franco.

Hombre...., nosotros estamos que no nos cabe el desconsuelo en el cuerpo, estamos que no podemos articular palabra. Es más, dudo que recobremos la alegría después de esta incalculable, irreparable e incomponible pérdida.

Sin menospreciar a otros, ¿eh? que no queremos nosotros restar méritos a egregios personajes que todavía colean, pero que se nos vaya el hombre clave para poner en marcha los planes de la oligarquía nos provoca tan ruborosas lágrimas y tan gordos suspiros que o tomamos cartas en el asunto o nos deshidratamos.

Que nos deje una figura de la transición tan impoluta que no sólo limpió, fijó y dio esplendor al franquismo sino que lo acicaló, lo engalanó, lo empolvó y lo dejó como nuevo, nos produce una pena negra ¿qué digo negra? verdinegra... Que la diñe un franquista que mutó en “demócrata convencido”, de la noche a la mañana, nos llena de aflicción y quebranto. Que expire el creador de una transición pacífica en la que nosotros pusimos casi 200 muertos, gracias a la violencia institucional, nos produce una sacudida en el cuerpo que nos deja baldados. Que un avezado baluarte del diálogo y la concordia haya catequizado a tantos recelosos y les convenciera que todo cambió sin haber cambiado nada, nos produce una pesadumbre atroz.

Nosotros no estamos acostumbrados a estos tragos de lástima, que somos gente sensible y eso que se dice de nuestra dureza calcárea ante este tipo de acontecimientos, son mentiras, cochinas mentiras y encima las televisiones erre que erre, recordándonos machaconamente la entrañable amistad que unía al Duque de Suárez con otro timonel  de la transición, Santiago Carrillo, un hombre que casi se nos mete en 100 años si no es porque  el Señor se lo llevó  asido por las orejas con ambas manos a gozar de su apacible y democrática gloria . Tantos golpetazos seguidos no resulta fácil administrarlos.

Y como no hemos podido asistir al fastuoso sepelio, a ver si nos hicieran el favor de aceptar este epitafio que hemos elegido para su sepultura. No somos expertos en marketing pero el que le pusimos  a Franco  “Estoy muerto, enseguida vuelvo”  tuvo muy buena acogida. Para Adolfo Suárez hemos pensado en algo más jaranero, a ver qué les parece “ Desde el 23-F esperando al Rey”

Telva Mieres


Fe de erratas: este artículo se publicó incompleto en la edición impresa del periódico.

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