La actual situación del sistema capitalista, herido de muerte por una crisis estructural irresoluble, coloca a la clase obrera y a los sectores populares en un escenario que, de seguir evolucionando en el mismo sentido que lo hace hasta ahora, la miseria y la devastación, tanto en vidas humanas como de medios materiales, están aseguradas.

Por un lado, el sistema capitalista se lanza contra todo lo que le pueda suponer beneficio para frenar la caída tendencial de su tasa de ganancia, atacando directamente el precio de la fuerza de trabajo que día a día la clase obrera se ve obligada a venderle, bajándolo a niveles que, en la mayoría de los casos, no cubre ni siquiera el coste de la vida. Ataca los derechos adquiridos por los trabajadores y trabajadoras en cruentas luchas: las pensiones, derechos laborales y sindicales… En resumen, todo aquello que es susceptible de ser arrancado a la clase que todo lo produce, el proletariado.

Por otro, este capitalismo senil y violento, se lanza a una aventura guerrerista de consecuencias imprevisibles que, de no ponérsele freno, puede terminar acabando con la propia vida en el planeta. Ataca a todo el ecosistema con su voraz ansia de exprimir hasta el agotamiento todos los recursos naturales, eso sin hablar del despilfarro irresponsable del que hace gala sobre tales recursos, sin importarle un ápice que los mismos sean finitos.

Así pues, encontrándonos en la perentoria necesidad de frenar esa locura, dirigimos nuestras miradas hacia el único sujeto social que puede hacerlo, la clase obrera. Y se nos preguntará el por qué de tal afirmación.

La clase obrera, por el lugar que ocupa en el sistema de producción, es la clase que lo produce todo. Desde un alfiler hasta una locomotora. Todo el proceso productivo necesita ineludiblemente su participación. Y precisamente, esta cualidad suya hace que esté en su mano hacer frente a los intereses del capital.

A lo largo de la historia del sistema capitalista, la clase obrera se ha organizado y ha entablado luchas en reivindicación de más jornales, jornada de trabajo más corta, obtención de derechos sindicales, pensiones, etc. Y en todas estas luchas, siempre ha existido un elemento que ha sido determinante en que la victoria caiga del lado obrero o no, y este elemento no es otro que la huelga. Desde sus inicios como clase, el proletariado ha tomado conciencia de que si detiene la producción, el patrón se ve obligado a transigir con las demandas que obreros y obreras presentan. Naturalmente, que se gane o pierda va a depender de factores tales como el grado de unidad que tenga el colectivo obrero, de su capacidad para resistir durante un tiempo el no recibir salarios, de la solidaridad de la clase creando cajas de resistencia, del apoyo que reciba de otros sectores populares, etc., pero es la huelga, ese instante en el que los trabajadores y trabajadoras toman el control de la producción y atacan al burgués donde más le duele, la cartera, la eficaz herramienta que puede decantar la correlación de fuerzas a favor del colectivo obrero.

Es por esto por lo que los y las comunistas llamamos  a toda la clase obrera a emprender la más amplia movilización para iniciar una huelga general que dé al traste con las intenciones del capital. Si la maquinaria de la producción se para porque obreros y obreras la detienen voluntaria y conscientemente y la mantienen bajo su control, la burguesía se verá en un verdadero aprieto. Además, es en este tipo de lucha donde nuestra clase adquiere mayor nivel de conciencia, tanto de sí misma como para sí misma, que se traduce en un avance de las posiciones revolucionarias para derrotar al enemigo de clase.

F.J.Ferrer          

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