Grande, negra, muy guapa con su corte de pelo “afro”, de mirada alegre y verbo brioso. Así es Angela Davis, la líder comunista norteamericana que electrizó durante décadas a generaciones de revolucionarios, no sólo de Estados Unidos, donde nació y luchó incansablemente, sino del mundo entero. Su lucha contra el capitalismo, el segregacionismo y por el feminismo más radical marcó de manera indeleble los años sesenta y setenta del siglo pasado.

En su impactante autobiografía la mítica militante afroamericana propone a los jóvenes que no supieron de ella en aquellos años especialmente confusos y convulsos cerrar los ojos e imaginar lo que suponía en aquel contexto ser mujer, ser negra y ser comunista.

Cerremos los ojos, pues, y viajemos al año 1944, cuando Angela Yvonne Davis nace en un modesto hogar de la ciudad de Birminghan, en el Estado de Alabama. Entonces la segregación racial en el sur de los Estados Unidos era legal gracias a las leyes arbitrarias Jim Crow, el macartismo reprimía todo lo que olía a comunista y la Segunda Guerra Mundial, en su recta final, anunciaba el comienzo de la Guerra Fría que, algo más tarde, enfrentaría a las dos grandes superpotencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. Es decir, se vivía en una situación de extrema tensión, violencia y racismo. Un ambiente irrespirable en el que se desarrolló la infancia de Angela Davis. En ese tiempo, la pequeña Davis vivía con sus padres y hermanos en un barrio negro llamado Dynamite Hill, La Colina de la Dinamita, debido a las continuas explosiones con dinamita que los racistas, y el Ku Klux Klan en particular, practicaban contra los negros para expulsarlos de aquel lugar. Su padre, aunque graduado en historia, dedicó la mayor parte de su vida profesional a gestionar una gasolinera. Su madre, en cambio, graduada por la Universidad para afroamericanos de Alabama, fue maestra en una escuela primaria de Birmingham. Ambos eran activistas en favor de los derechos civiles en la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP), y gracias a ellos Angela Davis tomó pronto conciencia de la injusticia racial contra los negros. “La lucha de los blancos contra los negros no forma parte del orden natural de las cosas”, le repetían insistentemente sus padres.

Negritud y capitalismo

En aquel avenido hogar, y habitando ya en una nueva casa ubicada también en Birmingham, Angela Davis fue creciendo entre jóvenes que con el tiempo optaron por disposiciones propias frente al racismo. Una lucha complicada y peligrosa en una ciudad y en un Estado donde los cines, restaurantes, mercados, autobuses, etc. asignaban plazas a los negros. “En el sur de los Estados Unidos, la mayoría de los niños negros de mi generación aprendimos a leer las inscripciones “Negros” y “Blancos” mucho antes que cualquier otra cosa”, comenta Angela Davis en su autobiografía. Pese a ello, la vida prosiguió su marcha, y con ella el deseo de alejarse de Birminghan. “Me molestaba el provincianismo de Birmingham, me sentía inquieta y extremadamente insatisfecha”. La oportunidad de abandonar aquella plúmbea ciudad sureña se la brindó el Instituto Elisabeth Irwing de Nueva York donde Angela Davis, aconsejada por su padre, decidió continuar sus estudios secundarios. Angela tenía entonces catorce años, y un mundo lleno de promesas apareció ante ella. Se trataba de un instituto de enseñanza media en el que muchos de sus profesores estaban incluidos en la lista negra de la Junta de Educación. Profesores de opiniones muy diferentes que iban desde el liberalismo a simpatías por el comunismo. Fue, por tanto, en aquel contexto educativo y político (“la caza de brujas”) en el que Angela Davis empezó a oír la palabra socialismo y lo que representaba. “Se abrió ante mis ojos un mundo nuevo. Por primera vez entré en contacto con la idea de que podría existir una organización socioeconómica ideal; una idea según la cual cada persona podría participar en la sociedad de acuerdo con sus posibilidades y su talento, y recibir, a su vez, ayuda material y espiritual partiendo de sus necesidades”. La semilla estaba echada, sólo debía germinar y dar fruto.  El estudio meticuloso del Manifiesto Comunista, que le impresionó “como el resplandor de un   relámpago”, se encargó de ello. “Lo leí ávidamente, encontrando en él respuestas a muchas de las cuestiones aparentemente insolubles que me atormentaban”. Descubrió que la segregación racial debía analizarse en el seno de un gran movimiento de la clase trabajadora, y que, por tanto, la liberación de los negros estaba unida a la abolición del capitalismo.

Una década prodigiosa

A los 17 años Angela Davis consideró que había llegado el momento de levantar el vuelo, conocer el mundo y ampliar así sus conocimientos. Gracias a unas becas que le otorgaron por su innegable talento y a trabajos puntuales con los que pudo conseguir algún dinero, la joven estudiante afroamericana decidió viajar a Europa y a otros continentes en la década de 1960. Visitó Londres, Paris, Lausana y Helsinki donde participó en el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Intervino en mítines y asistió a conferencias impartidas en las universidades de Fráncfort y La Sorbona. Estudió a fondo Kant, Hegel y Carlos Marx, y conoció personalmente a los filósofos contemporáneos alemanes Theodor Adorno y Herbert Marcuse con quien preparó su licenciatura de filosofía. Conoció también la lucha heroica del pueblo argelino contra el colonialismo francés y participó en imponentes manifestaciones por el fin de la intervención imperialista norteamericana en Vietnam. Sin duda fue una década prodigiosa que reafirmó su ideología comunista y su compromiso antirracista y feminista. Un recorrido, además, que la condujo, ya de vuelta en su país, a ingresar en el Partido Comunista de los Estados Unidos en 1968. Una militancia que sería sometida a ruda prueba cuando después de sostener la lucha de Los hermanos Soledad, tres militantes negros, George Jackson, Fletta Drumgo y John Clutchette, inculpados de matar a un guardia de prisión blanco en la californiana cárcel Soledad, Angela Davis fue acusada sin pruebas de haber ayudado a los condenados a escapar de la siniestra prisión en la que se hallaban. Un affaire político que condujo a la líder comunista negra, primero a vivir en la clandestinidad, y tras su detención en Nueva York el 13 de octubre de 1970, a ser encarcelada y sometida a aislamiento en una prisión para mujeres. Un arresto que ocasionó impresionantes manifestaciones de solidaridad en todo el mundo al grito de “Libertad para Angela Davis”. Año y medio después de aquella detención, Angela Davis fue puesta en libertad bajo fianza, y el 4 de junio de 1972 declarada inocente.

Libre ya, Angela Davis hizo una gira internacional por la RDA, Cuba, Chile, Francia y la URSS. Como si quisiera dejar patente quienes, en aquellos días, apoyaban su lucha contra el racismo y la persecución política. 

Continúa en la siguiente entrega...

José L. Quirante

uyl_logo40a.png