Con los juicios sobre el fraude a Hacienda por parte de Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, recordamos cuántas veces su respuesta sobre la situación de la juventud ha sido decir que nos falta cultura del esfuerzo, que nos falta talento y mérito.

Está clara la contradicción de culpar a generaciones enteras de falta de esfuerzo,  por parte de quien el único mérito es tener contactos para enriquecerse y cubrir los fraudes de su familia. Pero el mensaje continuo a la juventud, de culparla por su situación, cala entre muchos sectores, incapaces de analizar la realidad que vivimos y, por tanto, de superarla.

Según la EPA (Encuesta de Población Activa) casi la mitad de la juventud menor de 25 años cobra menos del salario mínimo interprofesional. El tramo de edad hasta los 29 años tampoco anda mejor de salarios, que pueden llegar a ser hasta un 35 % más bajos que la media. Si añadimos los datos del precio de la vida, el panorama de pobreza resulta abrumador: la media del alquiler de una vivienda está en 944 €, el más alto desde que hay registros, ello supone dedicar  un 93'9 % de un sueldo medio; alquilar una habitación ronda los 375 €/mes, eso es más del 30 % del salario, además de que dichas cifras superan el máximo del 30 % que se considera adecuado dedicar a la vivienda, evidencian que si eres joven aunque trabajes serás pobre.

De todo este discurso del esfuerzo, el talento, y el mérito viene el descontento de las generaciones de la clase trabajadora: gran parte se han dirigido a buscar la formación, con diferentes grados de esfuerzo propio y familiar para estudiar, creyendo en la suerte del éxito individual con todas las historias que nos han contado. Historias de la cultura del emprendedurismo que acaban en las listas de los más ricos, poniéndonos una meta imposible para nuestra clase y condenando a quienes toman esa meta como suya a la frustración constante.

La cultura del esfuerzo que nos venden, que acaba en sus listas de ricos, nunca va a ser para nuestra clase. La cultura del esfuerzo que promueven siempre viene avalada por padres ricos, nunca se refieren a la cultura del esfuerzo que conocemos la juventud de extracción obrera y popular.

El descontento de nuestra generación bebe de este individualismo y de perseguir metas imposibles.

La cultura del esfuerzo debe salir de la culpa por no estar entre los logros de la burguesía, y volver a los espacios comunes, de trabajo y militancia. Y si echamos una hora más en nuestros centros de trabajo o estudios, que sea para pegar carteles, para convocar una asamblea, que sea para nuestra movilización, no para sus objetivos que hipotecan nuestro tiempo por encima de la jornada laboral.

Solo a través de la movilización y de colocar en el centro de nuestra vida las posibilidades para la supervivencia de nuestra clase en este sistema podremos realizarnos, y dejar de perseguir la zanahoria que la derecha pone delante de nuestras cabezas, cegándonos, y desmovilizando el potencial organizativo.

Una juventud que intenta triunfar en su juego, pierde todo el potencial revolucionario;, pues está jugando en un campo donde nunca va a ganar, donde hasta jugar es una ficción, pues no partimos del mismo lugar, ni seguimos las mismas reglas. Quieren que busquemos sus metas porque saben que son imposibles para nuestra clase y ocupar todo nuestro tiempo y esfuerzo en ello imposibilita la organización.

Edurne Batanero

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