Así como el Titanic, aquel lujoso transatlántico británico, empleó su tiempo en ser tragado por las fosas marinas del gélido Atlántico Norte tras colisionar con un iceberg el 14 de abril de 1912, el capitalismo, que topa perseverantemente con la mole de sus propias contradicciones, también necesitará su tiempo en el ya emprendido descenso al abismo sin fondo de su estafadora existencia. En su caso, un periodo determinado por el puntapié que la clase obrera y otros sectores populares organizados revolucionariamente le propinaremos en el trasero para superarlo con el socialismo. ¡El de verdad! Las condiciones objetivas existen, sólo falta eso, el imprescindible puntillón para derribarlo. ¿Utópico lo que adelanto? ¿Pensamiento ideológico obsoleto? ¿Cómo imaginar si no otra perspectiva posible con lo que está cayendo y con la que se avecina? ¿O es que los desastres que sufre actualmente una parte importante de la Humanidad son síntomas de la rebosante salud del capitalismo? No miremos para otro lado, que nos dará tortícolis. El sistema de producción capitalista en su etapa actual y última de desarrollo imperialista se asemeja - mucho quieran vendérnoslo vivito y coleando - al decrépito presidente norteamericano y a su despiadado pitbull Benjamín Netanyahu. Por un lado, el apocado vejestorio yanqui está más para allá que para acá, y por otro, el feroz sabueso - dispuesto a asolar el planeta si se lo pide Yahvé - aúlla con rabia que el óbito será difícil y enconado. Somos conscientes de ello. Pero, lo quieran o no, el hundimiento del capitalismo está más que anunciado. Es sólo cuestión de tiempo y de la resolución revolucionaria.
¡Socialismo o barbarie!
Desde su aparición, el capitalismo, es decir el sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado, se ha caracterizado por la existencia de crisis periódicas y recurrentes que han perjudicado particularmente a la clase trabajadora y a otras capas populares. Crisis, por otra parte, implícitas en la naturaleza contradictoria y derrochadora del modo de producción capitalista. Es decir, una manera de producir exclusivamente lucrativa que arrastra al Planeta Tierra a periodos económicos cada vez más agónicos y de mayor duración. Por ejemplo, al de la crisis de 2008, que los voceros del sistema capitalista (medios de comunicación, politicastros, variopintos expertos, etc.) predijeron sería corto, pero que, sin embargo, no acaba después de más de tres lustros de dolorosa existencia. ¡Pura falacia!
Lo sucedido en el mundo capitalista desde aquel año del presumible estallido de la “burbuja inmobiliaria” hasta hoy, es de tal gravedad que revuelve las tripas sólo evocarlo: millones de familias endeudadas y desahuciadas; despidos masivos; carestía de la vida; desaparición de derechos laborales y sociales; recortes sanitarios; empleos precarios y mal retribuidos; una pandemia que ha aniquilado a más de 7 millones de personas en el mundo, y que bien podría ser consecuencia directa del cambio climático que asola al Planeta; guerras imperialistas que diezman a millones de seres humanos para que el capitalismo más sanguinario prosiga su marcha de las manos del Tío Sam y de las de sus lacayos europeos; Insultantes beneficios multimillonarios de las multinacionales capitalistas; una guerra nuclear que pende como espada de Damocles sobre nuestras incautas cabezas; y un fascismo que rompió el abyecto cascarón del huevo de serpiente y llama de nuevo a nuestras puertas.
Si la Humanidad quiere progresar o incluso sobrevivir como especie tendrá que superar el capitalismo. En caso contrario se hallará en un callejón sin salida donde la guerra, el hambre, la peste y la muerte (los cuatro temibles jinetes del Apocalipsis) delimitarán su azaroso futuro. No hay atajos que valgan. El dilema planteado es estrictamente político: ¡Socialismo o barbarie!
José L. Quirante