Es común, cuando hablamos del estado de sometimiento, tanto a nivel de explotación como a nivel ideológico en que se encuentra la clase obrera, que se hable sobre la necesidad que tiene de organizarse. Siendo esto correcto, la cuestión estriba en qué clase de organización es necesaria.

Históricamente, los obreros se han organizado inicialmente en sindicatos u organizaciones obreras similares que les servía para hacer frente a los desmanes del patrón o para reivindicar mejoras, ya sean salariales, de jornadas laborales más cortas, sociales o cualquier otro derecho. Y ya desde su mismo inicio, estas organizaciones obreras han sufrido los ataques de la burguesía, bien mediante la represión más feroz, bien mediante la inoculación de elementos ideológicos burgueses entre sus filas, forma más sutil pero no menos práctica, de desviar a dichas organizaciones obreras de sus verdaderos intereses.

Al mismo tiempo, la burguesía ha ido creando todo un entramado legal para encauzar la lucha reivindicativa de la clase obrera por los estrechos márgenes que tales leyes dejan y que solo obedecen al interés de la patronal.

En la actualidad, dado el nivel de introducción de elementos ideológicos burgueses en el seno de la clase obrera, sus organizaciones sindicales tienden a dividirse en dos líneas bien diferenciadas: Las que desarrollan su actividad siguiendo los cauces, tanto legales como políticos, impuestos por la patronal y las que se mantienen fieles en la defensa de los intereses de la clase obrera. Las primeras han dejado de lado la lucha de clases y han optado por la colaboración con la burguesía con el resultado de pérdida de derechos y el aumento de la explotación que sufren trabajadores y trabajadoras. Las segundas, aquellas que se mantienen en la lucha de clases se encuentran con el grave problema del escenario en el que tienen, la mayor de las veces, que desarrollar su actividad reivindicativa, pues por muy correctos que sean sus posicionamientos, estas organizaciones sindicales se ven obligadas a actuar dentro del marco legal que la burguesía ha desarrollado para quitar toda la mordiente a la lucha obrera y dejarla sujeta a unos límites que les resultan asumibles.

Por ejemplo, el derecho de huelga, incluso recogido en la propia constitución burguesa, viene sufriendo recorte tras recorte haciendo que esta herramienta obrera se vea limitada hasta el absurdo; en este sentido, la legislación laboral del estado español dispone que son ilícitas las huelgas rotatorias, las de celo o trabajo a reglamento, las que se realicen en sectores estratégicos con la finalidad de interrumpir todo el proceso productivo y, en general, cualquier forma de alteración colectiva del régimen de trabajo distinta a la huelga. Y que son ilegales las huelgas por motivos políticos, las de solidaridad o apoyo y las que tengan por objeto alterar, dentro de su periodo de vigencia, lo pactado en un convenio colectivo.

Del mismo modo de lo que sucede con el derecho de huelga, todo lo demás ha seguido el mismo camino.

Así pues, ¿cómo organizarse?

Siendo conscientes de que, por ahora, la clase obrera no puede, ni debe, prescindir de las organizaciones sindicales existentes, ni dejar de utilizar los resquicios que las leyes burguesas les deja, sí que puede ir dando pasos que la conduzcan a cumplir con su objetivo de, en su momento, llegar a la toma del poder, desarrollando una estrategia que la dote de la necesaria independencia ideológica.

Para ello, se ha de trabajar para imponer a las empresas el poder decisorio de la asamblea de trabajadores/as, por encima de los propios comités de empresa que ya quedan obsoletos e insuficientes.

Del mismo modo, trabajar con los elementos más conscientes y comprometidos de la clase obrera para constituir comités o consejos cuyas funciones sean cada vez más políticas.

Y, como escalón superior, la organización de los mejores hijos e hijas de la clase obrera en un partido político que luche por sus intereses como clase: la toma del poder. En el estado español, esta función la cumple el Partido Comunista de los Pueblos de España, el PCPE.

F.J.Ferrer

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