El abominable exterminio de personas, viviendas y enseres en la Franja de Gaza a manos del implacable sionismo armado y financiado por el imperialismo yanqui en su fase superior (y última) del capitalismo, ha traído a mi memoria el impresionante filme, Alemania, año cero, del gran cineasta italiano Roberto Rossellini (1906-1977). Una película, la última de su “trilogía de la guerra” tras Roma ciudad abierta y Camarada, rodada en 1946 en un Berlín devastado por las bombas aliadas durante la Segunda Guerra mundial, y que explora las terribles secuelas dejadas en el país germano por el nazismo. Hoy, 79 años después de aquellos dramáticos acontecimientos, aterradores émulos del nazi-fascismo dejan los horrores de aquella catástrofe mundial empequeñecidos en la martirizada Gaza. Evidentemente, no por la duración de la tragedia, tampoco por el número de víctimas inocentes aniquiladas, sino porque el genocidio palestino se está consumando en pleno siglo XXI, con total exención, ante la indolencia de diversas organizaciones supuestamente garantes del derecho internacional y frente a nuestros ojos estupefactos. Es decir, tamaña atrocidad está teniendo lugar, no en la época esclavista de Espartaco, no en la despiadada Edad Media, sino en un mundo presumiblemente civilizado y súper-tecnológico, dicen, para bien de la humanidad. Horrible paradoja de un sistema capitalista mundial desalmado y putrefacto, que dominado hoy por el poderoso Tío Sam, está dispuesto a cualquier barbarie con tal de salvar sus “muebles”. Unos anhelados “muebles” (petróleo y situación geoestratégica esencialmente) que se sitúan hoy en Oriente Medio, y que están siendo salvaguardados desde la ocupada Palestina por la horda sionista-fascista, el sanguinario gendarme de la codiciada región. Una tierra, para más escarnio, que cuando fue invadida por el sionismo internacional (mayo de 1948), estaba poblada por 85% de árabes, un 10% de cristianos y sólo un 5% de judíos.

Ejemplo para la Humanidad

Mucho tiempo ha pasado desde aquella fecha funesta, 75 años exactamente, y pese a numerosas resoluciones de las Naciones Unidas (emitidas tanto por el Consejo de Seguridad como por la Asamblea General) en defensa de los derechos del pueblo palestino, que Israel siempre ha ignorado, el conflicto palestino-israelí no sólo no se ha solucionado sino que se ha ido agravando con el tiempo hasta cotas de horror insospechadas hace pocos meses. Miles de palestinos asesinados (cuando redacto estas líneas, unos 25.000 adultos y más de 10.000 niños) jalonan en estos días un territorio sádicamente arrasado por el Ejército israelí. Una situación dantesca que empeora cada día con la destrucción de escuelas y hospitales, una brutal represión política (más de 100 periodistas, perfectamente identificados, acribillados para que no testimonien) y con el encarcelamiento de numerosos activistas y dirigentes palestinos/as. Según la ONG Euro-Med, más de 8.000 palestinos se encuentran detenidos en las cárceles sionistas de Israel, precisando, además, que “tras el arresto, los detenidos son objeto de abuso sistemático y, por ejemplo, se ven despojados de su ropa, esposados, con los ojos vendados, sufren brutales palizas, hostigamiento, agresiones sexuales, privación de sueño, comida, agua e higiene básica y han de soportar vejaciones grabadas en cámara”. Una de las últimas detenciones, junto a otros activistas, ha sido la de la camarada y diputada del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) Khalida Jarrar, de 60 años, a quien, acusada de “terrorista”, la soldadesca israelí fue a buscar a su casa en Ramallah, en la Cisjordania ocupada. “Derribando la puerta a las cinco de la mañana”, ha relatado Ghassan Jarrar, su marido. “Unas detenciones – aseguraba un comunicado de la organización marxista-leninista - que no quebrarán la voluntad de nuestro pueblo”. Un pueblo, y no sólo las milicias de Hamas, decidido a ser con su lucha de clases antiimperialista, y desde este año cero, ejemplo para la clase obrera mundial y toda la Humanidad.

José L. Quirante

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