El próximo 21 de enero se cumplen 100 años de la muerte de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin. Si existen personas que cambiaron el rumbo de la historia, Lenin fue definitivamente una de ellas. Difícil sería subestimar la importancia de sus reflexiones y de su quehacer político para el pensamiento de izquierda en todo el mundo. Su influencia sigue presente en nuestros días, y las polémicas que lo involucraron siguen siendo tan encendidas como cuando vivía.
¿Y qué lo hace tan permanentemente actual? Que se alza como un escudo contra los recurrentes intentos de despolitizar el marxismo y convertirlo en una ideología simpática pero inútil. Lenin aportó al marxismo el análisis del Estado y de la revolución, las vías concretas por la que puede discurrir la destrucción del capitalismo y su reemplazo por un sistema social más justo, de qué modo pueden organizarse las masas explotadas.
Cuando Lenin puso un pie en Rusia en 1917 sus camaradas y compañeros del partido bolchevique llegaron a considerarlo un “loco” pues contrariando sus escritos anteriores, había anunciado que la revolución rusa, para tener éxito, debía transformarse y dirigirse hacia la dictadura del proletariado. Lenin, con una gran lucha política, logró torcer la orientación del partido bolchevique y encauzó la lucha hacia el gobierno de los trabajadores apoyado en los campesinos.
Y así, en palabras de Trotsky: “¿por qué milagro consiguió Lenin cambiar en pocas semanas el curso del partido, llevándolo por otro cauce) La respuesta debe buscarse simultáneamente en dos direcciones: los atributos personales de Lenin y la situación objetiva. Lenin era fuerte no solo porque comprendía las leyes de la lucha de clases, sino porque tenía el oído perfectamente acordado a la agitación del movimiento de masas. Para él no era tanto la maquinaria del partido, como la vanguardia del proletariado”.
El pensamiento leninista tiene una dimensión de principios, la necesidad de control de la clase trabajadora sobre la sociedad, la producción y la reproducción, y una táctica, que no es otra que la mejor forma de alcanzar ese principio en cada contexto histórico y social particular. Un pensamiento que nada tiene de dogmático, con la capacidad de volver sobre sus propios pasos y abandonar supuestos anteriores cuando éstos se muestran inútiles ante una nueva situación. Los revolucionarios rusos demostraron, con Lenin a la cabeza, a las masas explotadas que la revolución socialista, más allá de sus errores y su posterior degeneración y fracaso, era posible. Ya no se puede elucubrar sobre la posibilidad de que la revolución suceda, SUCEDIÓ, y eso continúa hasta el día de hoy quitándole el sueño al poder burgués.
Lenin nos enseñó que debemos partir del análisis concreto de la situación concreta para llevar a la clase trabajadora al poder, y nos ofrece un conjunto de respuestas a la cuestión de la relación masas-vanguardia. En sus propias palabras “es preciso soñar; pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía”.
Fueron algunos hombres solo estudio
libro profundo, apasionada ciencia,
y otros hombres tuvieron
como virtud del alma el movimiento.
Lenin tuvo dos alas,
el movimiento y la sabiduría.
Creó en el pensamiento,
descifró los enigmas,
fue rompiendo las máscaras
de la verdad y del hombre
y estaba en todas partes,
estaba al mismo tiempo en todas partes.
Oda a Lenin, del libro “Navegaciones y regresos” de Pablo Neruda
Marcos M. Rodríguez Pestana