El 20 de noviembre de 1975 moría en el hospital de La Paz el dictador fascista Francisco Franco Bahamonde, tras una larga agonía a manos su yerno Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde, y el resto de médicos a sus órdenes (Vicente Pozuelo Escudero y Vicente Gil García, médico privado del dictador). La idea era mantener al sátrapa con vida hasta el 26 de noviembre, momento en que se realizaría el cese de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Cabe recordar que este último organismo era el responsable de tomar el mando en caso de fallecimiento del jefe de Estado. El cadáver del dictador estaba demacrado, lo cual era indicativo de que se había intentado alargar su agonía artificialmente para asegurar la supervivencia de un Gobierno en descomposición.
Nada más que esto es el fascismo: la dictadura más reaccionaria y chovinista del capital financiero. Todo lo demás es pura retórica vacía: la lucha por la soberanía y el progreso, en contra de la decadencia moral; la apuesta por lo público y por el hermanamiento de la nación, etc. Nada de eso. El fascismo es hambre, tortura y represión. Ni siquiera entre los miembros del Gobierno fascista había respeto o amistad, solo ansias de poder político y económico. El fascismo es la representación de la mayor decadencia de la especie en términos de construcción social porque no es más que consecuencia de una crisis sistémica del modelo de producción capitalista que una «democracia» burguesa es incapaz de gestionar.
Francisco Franco Bahamonde muere, pero no con él la amenaza fascista. Estos días se ha podido ver cómo manifestantes contra la amnistía agredían a policías portando banderas de España en sus numerosas variantes (con el escudo borbónico, con el Toro de Osborne y con el águila de San Juan), así como banderas con la cruz de Borgoña, acompañadas con cantos y gritos fascistas y nazis. Mientras la policía agrede manifestantes antifascistas por delito de odio (golpes, detenciones ilegales, etc.), los manifestantes fascistas son los que agreden a la policía con total impunidad. El fascismo está tan arraigado en la estructura estatal que una «demócrata» como Esperanza Aguirre acudió a esas manifestaciones con orgullo.
El fascismo sigue siendo una realidad en el Estado español, mucho más allá del auge de Vox y otros grupos afines. El fascismo está institucionalizado en el poder judicial, en el ejecutivo y en el legislativo porque una «democracia» burguesa siempre necesita una vía de escape que reprima posibles insurrecciones y, en último término, una Revolución Socialista. Solo bajo la forma de una República Socialista de carácter Confederal se podrá limpiar el Estado de la carroña fascista.
¡FUERA FASCISTAS DE NUESTROS BARRIOS!
¡NO PASARÁN!
Secretaría de Memoria Histórica y Lucha Republicana