Cuando la era no puede más y se muere de dolor, cuando hay que acudir a lo urgente, pues se decide el porvenir en cualquier calle de Gaza o en cualquier tierra ocupada, es difícil concentrarse en lo necesario. Se desdibuja lo importante y cotidiano, y hablar de la violencia o del acoso laboral se antoja una pequeñez insignificante.
No obstante, hay que hablar de un problema mundial y cuya base no es solo social o cultural, sino de un modelo de producción como el capitalista, que se sustenta en la explotación y que cobija y ampara otras violencias y acoso en el trabajo. Bajo el dominio de la propaganda, de lo correcto y de las hipocresías se camufla la rapiña y nos exprimen hasta la extenuación y la última gota de sudor, pero nos “venden la mona” de los protocolos de acoso en las empresas … tirita en el día a día del trabajo. Se lava y blanquean conciencias, se enfanga la denuncia en protocolos y burocracias para, finalmente, cargar culpabilidades en quienes sufren esas situaciones de violencia laboral, siendo la mayor de las violencias la desposesión del producto de nuestro trabajo.
Volviendo a lo concreto, no es lo mismo el acoso laboral que el acoso de género en el trabajo. Pero ambos se ejercen de forma sistemática y recurrente, provocan graves secuelas y suelen producir el abandono del puesto de trabajo por parte de la víctima. El acoso por razón de género o sexo son aquellas situaciones o comportamientos, no deseados y repetidos en el tiempo, hacia una persona en función de su género. Atenta contra la dignidad y genera un entorno laboral hostil, intimidatorio o degradante.
Algunas de las actuaciones típicas de este tipo de acoso son las bromas y comentarios sobre las personas, el empleo de humor sexista, el uso de formas denigrantes, la evaluación del trabajo de forma sesgada o con menosprecio, en función de su sexo u orientación sexual. En el caso de las mujeres además es habitual que sufran discriminación laboral como consecuencia de su maternidad. En muchas ocasiones las mujeres perciben cambios laborales tras el embarazo o la maternidad, que constituyen una discriminación directa y que igualmente constituyen acoso por razón de género.
La primera encuesta mundial sobre experiencias de violencia y acoso en el trabajo realizada por la OIT en 2022 arrojó como resultado que más de una de cada cinco personas empleadas (casi el 23 %) han experimentado violencia y acoso en el trabajo, ya sea física, psicológica o sexual. En muchas ocasiones no solo sufrieron estas violencias una vez, sino varias veces a lo largo de la vida laboral, debido a las condiciones de miseria y explotación de un mercado laboral marcado por la descarnada esclavitud a fin de la extracción de plusvalías.
La violencia y el acoso laboral son difíciles de medir. Solo la mitad de las víctimas a nivel mundial, según el estudio, ha revelado sus experiencias a otras personas y, con frecuencia, solo cuando han sufrido más de una forma de violencia y acoso. Las razones más comunes de reticencia son “pérdida de tiempo” y “temor por su reputación”. Igualmente, se constata que son las mujeres las principales víctimas del acoso sexual, porque su situación es más de subordinación jerárquica o inestabilidad en el empleo. Mujer y joven, de ingresos reducidos, educación no profesional y que han sido asediadas por largo tiempo hace que sean el grueso de las que sufren estas violencias. Si además son migrantes, se incrementa la posibilidad de sufrir este tipo de conductas. Las denuncias de las trabajadoras de la fresa dan cuenta de esta realidad.
En España, el 15 % de trabajadoras y trabajadores declaran haber vivido alguna situación de acoso en su trabajo, pero solo un 8 % de las víctimas denuncian. La mitad de la media europea, que es del 14 %. Aunque hay referencias al acoso laboral en el Estatuto o en el Código Penal, no se describe cuáles son, dejando a la judicatura patriarcal la interpretación, lo que viene a complicar aún más la situación y, de ahí, el miedo a denunciar, porque una vez iniciado el procedimiento, si pierdes, aunque mantengas la relación laboral, será en condiciones más penosas.
Ni protocolos de prevención de riesgos laborales, papel mojado y formal, ni convenios y recomendaciones de la OIT nos bastan para frenar el acoso laboral y sexual que son también violencia de género y violencia hacia las mujeres. La lucha organizada y consciente frente a un modelo social y económico que nos coloca como el eslabón débil en una larga cadena de opresiones, es la única y cabal forma de acabar con la expresión de violencia hacia las mujeres que es el acoso y violencia de género laboral.
Ana Muñoz