ALERTA, ALERTA, la ultraderecha ha llegado a las instituciones y no han tardado ni un minuto en censurar todo lo que les suene a feminismo, LGTBI, memoria histórica (o mejor dicho memoria republicana), etc. Veis porque era útil el voto útil.

Bromas aparte, esto es lo que más o menos está ocurriendo, el espectáculo que ha alcanzado la política burguesa sería cómico si no fuera porque es real. Sin embargo, en estos tiempos en los que nos hemos acostumbrado a manejar eso de la cultura de la cancelación, antes de unirnos a los socialdemócratas en su llevarse las manos a la cabeza porque ha llegado la ultraderecha con su libro de recetas a medio camino entre el nacionalcatolicismo y Steve Bannon, no estaría de más reflexionar por un momento en eso de la censura cultural que tanto repiten las rotativas progresistas.

Es un cliché recurrente la asociación entre la censura cultural y el totalitarismo, se afirma que en un sistema totalitario la cultura solo es válida si es para ensalzar la ideología dominante, todo lo que se salga del estricto margen ideológico del poder es prohibido y perseguido. Ahora bien, bajo este cliché hay mucho que rascar. En primer lugar, la inconsistencia del concepto, el totalitarismo no es un hecho histórico, es una  una teoría sobre la historia que maneja el pensamiento liberal con el fin de identificar al liberalismo como la única forma de democracia posible. Ahora que no es esto lo más importante del cliché, en segundo lugar, tenemos lo de la censura cultural.

La censura es siempre política, en la vida social, censurar es siempre un hecho político, por eso la asociamos a regímenes tiránicos. Cuando hace unos años, en una escuela unos niños preguntaron al alcalde de Madrid qué preferiría proteger, el Amazonas o la catedral de Notre Dame, éste respondió con total convicción que la catedral porque es un símbolo de Europa, he aquí el recurso a la cultura sólo como pretexto para justificar los valores reaccionarios. La cultura en sentido sustantivo, es todo el conjunto de instituciones, medios y modos, materiales y simbólicos que se transmiten en el tiempo y reproducen la vida social, en este sentido, hay acaso algún tipo de sistema social que de un modo u otro carezca de los elementos ideológicos suficientes para establecer los criterios de lo que se puede o no decir, de lo que es de buen o mal gusto, de lo que se puede hacer a fin de cuentas. Hablamos de censura cuando lo que está en juego es lo que consideramos bueno, en cambio, cuando se trata de expresiones que no compartimos consideramos normal su exclusión. Existen muchas formas de prohibir  y censurar, y las más invisibles son las más poderosas, las que se hacen bajo la máscara de la libertad. No hace falta prohibir algo si sencillamente se tiene el poder para que no se conozca, lo cual es aún más fácil si dispones de una industria cultural capaz de asimilar y homogeneizar cualquier mensaje. Es aquí, donde hay que interpretar la cultura también en términos políticos, la cultura como aquello que posee un valor especial porque transforma la conciencia de las personas, ofreciéndoles una realidad más plena, una conciencia con la que superar la ideología dominante que toda cultura entraña.

Cuando encienden la alarmas por la censura cultural de la ultraderecha, se obvian todas las demás censuras de la política burguesa. La censura como política obedece a unos u otros intereses, y cualquier mensaje de la cultura burguesa, por reaccionario o vanguardista que sea, es siempre elitista, nunca para transformar la conciencia de la clase obrera. 

Eduardo Uvedoble

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