Después de más de 50,000 años de historia, el lenguaje se ha ido desarrollando según la necesidad del ser humano como un rasgo esencial de la evolución social. Su continuo progreso y adaptación ha dado como resultado el epítome del entendimiento entre los individuos de la única especie con conciencia propia conocida en el universo. Esta poderosa herramienta está en permanente evolución, a rebufo de las también siempre cambiantes condiciones materiales, que impulsan al ser social en la continua adaptación a su entorno.

Constituye un imposible la mención de los infinitos “defectos de forma” que de manera intencionada han pervertido el lenguaje a lo largo de la historia, persiguiendo la distorsión en la concepción de la realidad de muchos, para el beneficio de unos pocos. Las innumerables religiones ostentaron durante muchísimo tiempo el poder para la manipulación del lenguaje, poder que compartieron posteriormente con reyes, príncipes, emperadores y resto de “seres elegidos” en el liderazgo del destino de los pueblos.

No es hasta el siglo XIX que el sistema capitalista alcanza una exponencial capacidad de desarrollo de las fuerzas productivas ( si bien eso varia segun la zona del planeta), lo que lleva implícito su réplica en unos medios de comunicación controlados por unas (cada vez más) reducidas manos en busca de favorecer a toda costa el rendimiento financiero del lenguaje. Su perversión no vislumbra ningún límite cuando obedece exclusivamente al interés del capitalista que posee una valiosa herramienta de divulgación, y en el nombre del “Sacro Imperio del Libre Mercado” se le permiten, cuando no aplauden, todas y cada una de las “profanaciones” que tan bien se planifican y ejecutan.

Llegados a la época en la que nos encontramos, la información nos bombardea de manera inmisericorde por artilleros muy bien preparados: un número inimaginable de noticias, artículos, publicidad, efemérides, crónicas, estudios, y textos de infinidad de disciplinas se emiten cada minuto y se insertan en los poderosos cauces que sustentan la superestructura del sistema capitalista en su fase imperialista.

<Joseph Goebbels denominó su cargo político como “Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich”, una irónica tarjeta de presentación que ya contiene un ejemplo del gran talento de Goebbels para “aturdir” la comprensión del lenguaje, funesto talento desarrollado en sus once principios de propaganda. (1)

Los principios goebelianos de la propaganda encontraron muchísimos grandes devotos desde el primer minuto, como por ejemplo W. R. Hearst, magnate propietario de decenas de periódicos y emisoras de radio en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, y al que sin duda le debemos gran parte de la literatura fantástica posterior sobre la Unión Soviética, que tanto rendimiento les dio a muchos “periodistas”e “historiadores” (como Robert Conquest o el Nobel de literatura Alexander Solzhenitsyn). George Orwell demostró en su ensayo antiestalinista “Rebelión en la Granja” vendido como fábula, que conocía muy bien el poder del lenguaje en la dirección del pensamiento, como también lo conocía la Agencia Central de Inteligencia (CIA), principal promotora de la primera adaptación al cine de la novela de Orwell nueve años después, revelándose como una de las campañas mediáticas contra el comunismo con más éxito del siglo.

La derrota en 1991 del socialismo en el este europeo supuso la liberación del gran aparato imperialista estadounidense para propagar a lo largo del planeta su visión de la historia y la realidad actual, contaminando e influyendo con recursos ilimitados: medios, centros de enseñanza, cine y televisión, asociaciones sindicales, partidos políticos, agencias internacionales… y un gigantesco etcétera que ha clavado silenciosamente sus garras en la conciencia de la sociedad, sobretodo en los países del occidente colectivo, y que día a día se reinventa aterrorizado por el movimiento en la correlación de fuerzas y el colapso de un sistema moribundo.

Cuando la clase trabajadora accede al extenso escaparate de información actual, se encuentra con un sinfín de neologismos, esto es, conceptos derivados o inventados, que pretenden definir su realidad y condicionar su pensamiento, construyendo una historia determinada y anestesiando el inconformismo y rechazo que las insuperables contradicciones del sistema desarrolla contra toda la humanidad.

Karl Marx y Friedrich Engels desbrozaron un camino emancipador para las clases oprimidas, basado en la concepción dialéctico-materialista de la historia y la realidad, a la que el lenguaje pretende servir de forma disciplinada al receptor del mensaje, facilitando en lo posible el análisis y comprensión científica de la sociedad humana y su relación con la naturaleza. Esto contrasta con un contexto donde el grueso de periodistas, publicistas, políticos, docentes, y el resto de ramas intelectuales orgánicos del capitalismo hacen uso del lenguaje, como la expresión más acabada de la ideología dominante, para perpetuar la dictadura del capital.

Ningún periódico publicará sobre “crisis del capitalismo”, en su lugar leeremos “desaceleración económica”. Ningún noticiario se atreverá a alarmarnos con “Guerras, intervenciones o genocidios imperialistas”, sino que nos anestesiarán con “conflictos armados” o “ la locura de ..,,,,,,,,,,,,,,,,,,….. (rellénese según el enemigo del momento definido desde la OTAN). Ninguna tertulia mencionará “el saqueo de los servicios públicos”, oiremos sosegadamente “colaboración público-privada”. Cualquier representante político en la tribuna del parlamento o delante de un micrófono se cuidará de decir “emprendedores” en lugar de “burguesía”, “lucha contra el terrorismo” en lugar de “invasión militar”, “trabajadores libres” y no “proletariado”, “creación de empleo” sin mencionar “explotación” o “beneficio empresarial”, que sustituye positivamente a “extracción de plusvalía”. 

La decadencia y podredumbre del sistema capitalista en su fase final arrastra consigo la ingeniería social auspiciada por la minoría dominante, en la que el lenguaje es el hilo conductor. Es preciso por parte de los elementos más conscientes de la clase obrera mundial denunciar la “Neolengua Capitalista” tan enraizada en la conciencia social y reivindicar los conceptos que desnudan las contradicciones, que ayudan a identificar y poner en evidencia el irreconciliable antagonismo de clases como base para la elevación de la conciencia de las masas populares, necesaria en la inevitable victoria de la Dictadura del Proletariado sobre la Dictadura del Capital.

Lucho Bobet

 


 

(1) J. Goebbels once principios de propaganda:

1.- Principio de simplificación y del enemigo único. Adoptar una única idea, un único símbolo; individualizar al adversario en un único enemigo.

2.- Principio del método de contagio. Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo; Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.

3.- Principio de la transposición. Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.

4.- Principio de la exageración y desfiguración. Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.

5- Principio de la vulgarización. “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.

6.- Principio de orquestación. “La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentadas una y otra vez desde diferentes perspectivas pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas”. De aquí viene también la famosa frase: “Si una mentira se repite suf

7.- Principio de renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que cuando el adversario responda el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.

8.- Principio de la verosimilitud. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentarias.

9.- Principio de la silenciación. Acallar sobre las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.

10.- Principio de la transfusión. Por regla general la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales; se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.

11.- Principio de la unanimidad. Llegar a convencer a mucha gente que se piensa “como todo el mundo”, creando impresión de unanimidad.

 

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