Hoy nadie duda del derecho que tenemos las personas a disfrutar de un tiempo de descanso pagado. De hecho, si un contrato finaliza sin haber disfrutado las vacaciones, no se permite la inscripción en el desempleo hasta finalizar los días correspondientes a éstas, porque no se pueden sustituir por dinero. Aunque todavía quedan empresarios que intentan vulnerar la legalidad, como los que hacen contrato de lunes a viernes para no cotizar los días de descanso.

Pero las vacaciones no siempre fueron un derecho, ni lo son en todo el mundo, pese a las instrucciones de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que establecen que las vacaciones no serán en ningún caso inferiores a 3 semanas por un año de trabajo.

Pese a ello, en los Estados Unidos las vacaciones no son un derecho y dependen de acuerdos entre empresa y trabajadoras. La ausencia de legislación, unida a la precariedad laboral y la inmigración, hacen que sólo en las grandes empresas se tenga reconocido el derecho a vacaciones pagadas, igual que el seguro médico. Si eres pobre en EEUU, ni vacaciones ni médico. En Canadá no superan los 10 días hábiles. En Japón están un poco mejor, aunque no superan los 15 días. En China depende de la antigüedad en la empresa, se garantiza un mínimo de 5 días y va subiendo según la antigüedad, pero en ningún caso se superan los 15 días de descanso retribuido, además de los días festivos.

Si miramos en la “Europa Social y de derechos”, podemos ver que se tienen más de 20 días, pero no es por casualidad. En 1917 la Revolución Rusa no sólo introdujo el derecho al divorcio y al aborto, también los comedores en la empresa, la guarderías y el derecho a las vacaciones pagadas para la clase obrera. Es fruto de esos avances en el campo socialista como se trasladan los derechos a Europa, tratando de evitar la propagación del fantasma que recorría Europa, el Comunismo. Países como Austria, Finlandia, Suecia o Italia introdujeron de una u otra forma este derecho en sus legislaciones en los años veinte. España no se quedó atrás y en 1931, con la Segunda República, aprobó una norma -Ley del Contrato del Trabajo- que contemplaba en su artículo 56 un permiso anual retribuido de siete días para todos los asalariados. En enero del 44, ya en pleno franquismo, se ratifica esta ley. Desde el 44 hasta el fin de la dictadura se amplió el derecho de siete a catorce días, y es con la muerte del dictador, donde la Ley 16/1976 de Relaciones Laborales, aumentó el periodo hasta 21 días.

El Estatuto de los Trabajadores, en su versión original de 1980, elevó la cantidad a 23 días de vacaciones pagadas. Finalmente fue en 1983, durante los inicios del primer gobierno socialista, cuando la sociedad todavía presionaba en la calle y el gobierno era “socialista”, cuando se aprueba Ley 4/1983, de 29 de junio, de fijación de la jornada máxima legal en cuarenta horas y de las vacaciones anuales mínimas en treinta días naturales.

Desde 1983 a nivel legal (mejorable en los convenios) no ha habido avance. En esta sociedad con las tasas de precariedad y desempleo elevadas, se lleva años hablando de la reducción de jornada, pero lo que vemos es un aumento de la explotación, de las horas no pagadas, de jornadas que superan las ocho horas y las 40 semanales, del aumento progresivo de la edad de jubilación; es decir, en lugar de trabajar menos, trabajamos más. En el capitalismo no hay derecho garantizado si no se lucha.

En pleno franquismo, el movimiento obrero fue capaz de reducir su jornada laboral y ganar derechos. Derechos que hoy, los nietos y nietas de esos luchadores ven pasar por la puerta de las empresas pero a ellos no les tocan, porque los derechos se han quedado reducidos al funcionariado y la gran empresa. El sector servicios, en claro aumento en nuestro país, los tiene reconocidos, pero como los ejerzas te quedas sin trabajo. Por eso es igual de necesario que hace 100 años la lucha obrera, no estamos mejor y si no luchamos estaremos peor.

Vicent

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